Capítulo 22. Montaña de fuego

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Debía levantarme para trabajar. Literalmente no podía con mi alma. Había dormido muy poco y la cabeza me dolía a horrores por culpa de haber estado llorando, un día más, durante horas.

Geri fue el único que consiguió sacarme una sonrisa aquella mañana al lamer mi cara para intentar despejarme.

Una vez en pie, me dirigí a la ducha y me dejé llevar por el agua caliente durante varios minutos —más de lo que hubiese debido—, sin darme tiempo a desayunar.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó Gustav al verme llegar— Hace días que no te veo con muy buena cara y hoy estás especialmente pálida.

—Oh... no te preocupes, Gustav. Solo que no he dormido demasiado, pero estoy bien —intenté sonreír.

Gustav no pareció contentarse con mi explicación, pero optó por no insistir, cosa que agradecí.

—La Junta está llevando, como sabes, el caso de Melisa —comenzó—.   Quieren hablar contigo para saber el alcance del asunto.

Resoplé. No era lo que más me apetecía en aquel momento, pero sin duda tener la mente ocupada no me iba a venir mal.

—¿Tengo que hacer algo? —le pregunté entonces.

—Están esperándote en la sala de la última planta —explicó.

Asentí y, sin decir nada más, me dirigí a las escaleras. Me sorprendió comprobar lo enorme que era el edificio y lo desaprovechado que estaba. En aquellos pisos podía crearse, sin ningún problema, una zona de hospitalización que pudiese albergar, calculaba, a más de cien personas. Hasta ahora la gente más enferma se quedaba en sus casas y un sanador se ocupaba de irlos a visitar todos los días, aunque estaba segura de que una zona de ingresos para esos casos sería mucho más funcional y cómodo tanto para los pacientes como para nosotros. Aquella decisión, sin duda, no me correspondía a mí —ni siquiera creí poder tener voz ni voto—, pero seguí divagando sobre el tema mientras me dirigía a lo más alto del edificio.

Justo antes de llegar, sentí marearme y tuve que sentarme apoyándome en la pared para intentar recuperarme. Creí que el mareo podía deberse al hecho de no haber desayunado ni cenado la noche anterior y al no haber dormido a penas, pero cuando un fuerte dolor de cabeza sacudió mis sienes lo descarté por completo.

Mis ojos comenzaron a perder la visión poco a poco, tornándose todo oscuro. Me asusté al pensar que estaba perdiendo la vista, pero al poco rato me di cuenta de que sí que veía, solo que ya no me encontraba en el edificio de los sanadores.


Todo a mi alrededor era oscuridad y solo podía distinguir siluetas y sombras de lo que parecía ser una habitación. Había una puerta por la que entraba un pequeño y débil rayo de luz que sirvió para orientarme un poco. Poco a poco, comencé a oír un sollozo, lejano, hasta que sentí que salía prácticamente de mí:

—Ayúdame —dijo la misma voz que sollozaba—. Lena, ayúdame.

Parecía ser la misma voz de la chica con la que soñé noches atrás, pero muy débil y apenas pasaba de ser un susurro.

La voz de la niña pareció quebrarse, asustada, y cuando su respiración comenzó a acelerarse escuché como unos pasos se acercaban a través de la puerta.  Me sentía como ella, asustada, a punto de perder los nervios. Escuché golpes y como la chica gritaba, desesperada:

—Lillian —gritaba un hombre  al otro lado de la puerta-—. ¡Lilllian! ¡Déjame entrar!





Justo cuando la puerta se abrió, cegándome por la luz que entró por ella, recobré la visión, volviéndome a encontrar sentada en el suelo, apoyada en la pared y en el edificio de los sanadores. Seguía sintiendo el miedo, la debilidad y la desesperación que me había hecho sentir aquella especie de trance.

Aadhya: El resurgir de los Seid © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora