Capítulo 21

8K 1.2K 110
                                        

Cada día se me hace más difícil dejar a Sarah con su padre. Tengo tanto miedo de que intente algo otra vez, ahora que estamos divorciados oficialmente, que las horas que pasa con ella se me eternizan. Sobre todo porque su amenaza más recurrente era la de que se la llevaría lejos si no detenía el proceso judicial. El único consuelo que me queda es que las visitas seguirán siendo bajo vigilancia y no podrá hacer nada sin que alguien lo vea y lo evite.

Claro que temo más el daño psicológico que pueda causarle solo para lastimarme a mí. Y en ese caso, que alguien los esté escuchando todo el tiempo no me tranquiliza porque, para cuando quieran impedirlo, ya lo habrá dicho. Sarah es una esponja ahora mismo y no va a olvidar fácilmente cualquier cosa que escuche, sobre todo si viene de su padre. Eso podría ser desastroso.

Normalmente aprovecho esas horas para hacer recados que, con Sarah, se me complicarían, pero hoy mi mente anda dispersa y no consigo concentrarme. Me siento más ansiosa que nunca y no puedo pensar en otra cosa que no sea en ellos. Tal vez se deba a que hemos pasado estos días con Malachi y hemos conocido a su familia. Sarah ha disfrutado mucho con sus sobrinos y no ha dejado de hablar de ellos en todo el viaje de vuelta. Tengo miedo de que se le escape algo delante de su padre y este se entere de que ya no estoy sola. Y aunque le he pedido a Sarah que no hable con él de lo que ha pasado estos días, tiene solo tres años y me temo que no sepa guardar el secreto. Ni siquiera creo que comprenda el concepto de secreto. 

-Siguiente - la voz fastidiosa de la dependienta me regresa al presente y le entrego mi compra con un intenso sonrojo en mi rostro -. Son 14,99.

Le pago y, aunque pienso en un primer momento en disculparme, el gesto que me regala, entre desagradable y prepotente, me hace desistir. Chasquea la lengua con fastidio cuando me tomo mi tiempo para guardar la cartera en el bolso y la tentación de decirle algo crece, pero habida cuenta de las circunstancias, prefiero salir del local sin decir palabra. Con los nervios a flor de piel, esto podría acabar en escándalo público. Sin embargo, ya con la mano en la puerta, escucho un comentario desafortunado por parte de la joven y desando mis pasos sin pensarlo dos veces. No pretendía desahogarme con ella, pero ya no puedo detener mi lengua.

-Puede que yo haya estado despistada mientras esperaba a que me atendieses - le digo -, pero tú trabajas de cara al público y deberías recordar que uno de los requisitos que se os exigen para ello es el respeto por los clientes. Y si hicieses tu trabajo como deberías, en lugar de mirarte las uñas cada dos o tres artículos pasados, yo no habría tenido que esperar tanto y habría estado atenta a mi turno.

-Oiga, señora, yo no me miro las uñas.

-No me repliques, niña, porque soy capaz de interponerte una reclamación y te aseguro que si hago eso, tú acabas siendo despedida - la amenazo -. No es la primera vez que vengo, ni es la primera vez que me atiendes tú. Y por desgracia, no es la primera vez que tengo que esperar más de lo que correspondería porque tú estás demasiado centrada en tu manicura.

Escucho algunas aprobaciones de clientes y la muchacha, viéndose en desventaja, decide callarse. Sabia elección porque todavía estoy que muerdo. Y puede que haya pagado las consecuencias quien no debería, pero la vida es así de injusta.

-Yo no me habría atrevido - me dice una pelirroja, tal vez un par de años menor que yo -. Aunque hace tiempo que necesitaba que alguien se lo dijese.

-¿No crees que me he pasado? - pregunto, cuando llegan los remordimientos.

-Como tú misma has dicho, no es la más eficiente en su trabajo, así que no has hecho nada que no se mereciese - niega -. Si cada uno que ha tenido que soportar sus malas caras y sus pocas ganas de trabajar hubiésemos protestado, ahora mismo habría alguien en esa caja que valorase su puesto. 

Tara (Saga SEAL 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora