Peridot estaba en su cama, tapada hasta arriba y con la mirada fija en el techo. Dio una vuelta, apoyando todo su peso sobre su brazo derecho. Cerró los ojos, en un vano intento de quedarse dormida. Y justo cuando sus ojos se sellaron, esa escena se reprodujo otra vez en su cabeza, y la calidez de los labios de Lapis volvió a hacerse presente en sus labios.
Cuando salieron de la película no hablaron. Miraban las dos al suelo, algo avergonzadas. No querían sacar el tema. Querían que eso fuera un dulce recuerdo que las dos guardarían en su mente y que no dañarían con palabras.
Las dos caminaron juntas y cuando llegaron a ese escalón del porche en el que habían pasado tantas cosas, se despidieron con un casi inaudible adiós, como si no quisieran que nadie escuchara sus voces, como si un simple adiós pudiera dar a relucir el beso de ambas chicas.
Peridot entró a casa. La televisión se escuchaba desde el cuarto de su madre y la luz azulada destacaba en el oscuro pasillo. Saludó con rapidez y se metió en su cama. Una vez dentro, se deshizo de sus vaqueros y su sudadera, y suspiró. Se acurrucó entre las mantas, llegando al momento en el que nos encontramos ahora.
Lapis, por su parte, miraba sentada desde su cama el cielo estrellado. Suspiró, con algo de pesadez, y se colocó los dedos en la sien con algo de cansancio. Mientras más pensaba en el tema, más le dolía la cabeza. Irónicamente, ahora mismo necesitaba más que nunca a la culpable de esa jaqueca.
La noche pasó con lentitud para las dos chicas, ninguna pudo dormir por los pensamientos y preocupaciones que las carcomían internamente.
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–¡Wow Peridot! No te ves muy bien, ¿acaso te ha pasado algo?– esto fue lo primero que dijo Steven nada más ver a la rubia esa mañana.–Agh, no, bueno, sí. Pero no estoy mal por eso. Bueno, un poco por eso sí es pero...– la lengua de la de lentes estaba hecha un lío y parecía no saber hablar en esa nublada mañana.
–Ey, ey, tranquila. Si quieres, luego hablamos, sin presiones.– la calmó Steven al verla tan nerviosa.
La joven esbozó una leve sonrisa a la vez que comenzaba a caminar hacia el interior de su escuela junto al chico de rizos azabaches. Llegaron a su salón de clases, los dos juntos, en un silencio para nada incómodo.
Allí, sorprendentemente, ya estaba Amatista. Llevaba su larga melena que normalmente caía sobre su espalda recogida en una coleta alta, dejando sobre su rostro un desordenado flequillo.
–Vaya, pero, ¿cómo tú por aquí tan temprano?– preguntó Steven sonriendo.
La joven se encogió de hombros y se subio en la mesa como acostumbraba, meciendo sus piernas.
–Bueno, ya sabéis, "a quién madruga, Dios le ayuda."– respondió con el dicho la joven, dándole un aire de madurez que se esfumó rápido cuando soltó una gran carcajada.
Sus amigos rieron detrás de ella, haciendo que Peridot olvidara la escena aunque fuera por unos momentos solo. El chico la observó reír y suspiró para sus adentros con alivio al ver a su amiga algo más normal.
El profesor llegó justo después de que los jóvenes pararan de reírse. Su ceño fruncido y sus brazos cruzados dejaron claro que hoy no estaba de humor para esperar que sus alumnos guardaran silencio.
Amatista suspiró cansada a la vez que se bajaba de la mesa y se sentó en la silla y Peridot y Steven corrieron hasta llegar a sus pupitres.
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Vio a Jasper esa mañana y Lapis debía admitir que en su vida se había sentido tan incómoda. Tan sólo la simple presencia de la más alta la tenía asqueada. Nada comparado con la agradable velada de ayer.Rodó los ojos cuando la chica la tomó posesivamente de la mano y andaron juntas hasta su salón de clases. Poco le importaba la albina ahora. Apartó su mano justo antes de entrar, caminando hasta su pupitre sola ante la mirada extrañada de la contraria.
Se sentó en su mesa y observó a Peridot reír junto a todos sus amigos, esbozando una leve sonrisa al ver a la rubia carcajearse. Suspiró como una colegiala enamorada y posó su rostro en la palma de su mano.
Cuando entró el profesor, interrumpió cualquier pensamiento tierno que estuviera cruzando su cabeza en ese momento. Gruñó entre dientes y abrió su libro al ver la cara de pocos amigos que traía el hombre esa mañana en la que a ella le parecía que el mundo brillaba un poco más.
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Llegó la hora del descanso tan deseada para tantos. Todos los alumnos salieron de sus correspondientes aulas, caminando hacia el patio, esperando respirar algo de aire fresco y airear un poco sus mentes.Peridot y su grupo salieron al patio como de costumbre, esperando encontrar a sus otras amigas allí para así poder hablar un poco.
Peridot tenía ahora un dilema en su cabeza. Por una parte, deseaba contarle lo ocurrido ayer a sus amigos, para que estos la aconsejaran de la mejor forma posible. Por el contrario, también tenía algo de miedo ¿Qué amiga llega de la noche a la mañana diciendo que se ha besado con una chica y que parece que la quiere pero no está completamente segura?
Suspiró cuando esta pregunta pasó por su cabeza, haciendo que Steven y Amatista la observaran con algo de extrañeza. La rubia se sonrojó levemente, pero sus amigos no pudieron preguntarle nada al respecto ya que las voces de Perla y Garnet resonaron por todo el patio.
El grupito fue a sentarse en uno de los bancos esparcidos por el lugar. Sus amigos conversaban de algo a lo que ella sinceramente no le estaba poniendo atención. Estaba sumida en sus pensamientos, más que de costumbre, cosa a la que sus amigos estaban ya acostumbrados.
De repente, frente a sus ojos, apareció el ojo del huracán, el centro de toda la nube de pensamientos que estaba teniendo últimamente, con una sonrisa encantadora y un brillo especial en su mirada.
"Lapis..."
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Al otro lado del jardín [Peridot X Lapis] Steven Universe. AU
FanfictionElla desde que tiene memoria, recuerda que su madre siempre la había alejado del jardín de los vecinos. Peridot siempre se había preguntado, ¿quién era la que vivía al otro lado del jardín?