1. Ropa.

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Se quita su uniforme y lo dobla sin demasiada prolijidad cuando lo guarda en su casillero antes de suspirar. No debían ser más de las diez de la noche, pero el cansancio que sentía le hacía creer que eran las tres —o más— de la mañana y que este era su tercer día sin dormir.

(Cuando no era así. Recién iba en el segundo).

TaeMin masajea por unos segundos su propio cuello con ayuda de la yema de sus dedos y vuelve a suspirar cuando mira su teléfono que parecía tan muerto como su nula vida social. No había un mensaje nuevo, una llamada perdida o siquiera un mail que pudiera haber llegado como una invitación a algo. No había nada. Solo una notificación de un juego.

Sus dedos aprietan más su propio hombro antes de cerrar con algo de rabia su casillero y salir de ahí antes de tener un peor arranque de ira. No tenía ganas de golpear algo ni de discutir con alguien, sino que más bien, solo quería dejarse llevar. Quería ser la víctima de unas manos que le guiaran, de unos labios que le buscasen o de un aliento que pidiera robarse el suyo.

No pedía más. 

A las casi diez, no pedía más que querer ser necesitado cuando nadie hasta este día, le hubiese necesitado a él. Porque no había un novio buscándole, una novia llamándole o alguien que le esperase en su cama con ganas de que el día no se acabase porque no todo se trataba de trabajo. No había una pareja a la cual acudir en momentos duros, ni una pareja en la que acudir en los momentos en que simplemente no pasase nada.

TaeMin se despide sin mucho ánimo de cada enfermera y médico que se cruza en su camino, negándose a mirar una vez más aquellas fichas de pacientes los cuales seguramente, tendrían algún tipo de dolencia que podría quedarse tratándoles solo por distracción. Sin embargo, sus pasos no se detienen y su impaciencia no disminuye porque si día tras día había luchado con sus ganas de ir a ese maldito lugar, hoy no seguiría haciéndolo.

Después de todo, era un hombre, tenía dinero para hacerlo y no le debía nada a nadie. No tenía que dar explicaciones, no tendría que dar la cara en situaciones que no se plantearían y no sería menos persona por haber pagado por sexo solo una vez.

Para su mala suerte, seguiría siendo Lee TaeMin y ya. 

Sería Lee TaeMin, el de veintisiete años que ahora camina hacia ese bar de aspecto tentador y mañana sería el mismo, solo que con una experiencia distinta en el cuerpo. Con un dolor distinto en cierta área —o eso esperaba— y con una sonrisa que no sería fingida, sino que real.

TaeMin camina veinte cuadras antes de entrar al lugar y piensa hasta el número doscientos sesenta y nueve antes de decidirse a pasar y a sentarse en ese taburete que no parece tan limpio, pero que ahora, tenía que darle igual. Porque su aburrida vida no se trataba sobre la enfermedad que se podía pegar por sentarse ahí ni tampoco sobre esa cerveza que ahora pedía con algo de resquemor. Su aburrida vida se trataba de algo más. Se trataba de que hoy estaba luchando por algo distinto y por unas ganas desesperadas de romper esa cotidianidad que sabía que le terminaría arrastrando hacia la depresión.

Aquel hombre que tienen como barman le hace un gesto cuando le sirve la cerveza y también lo hace aquella chica mesera, que se pasea a su lado y le sonríe. Todos gentiles, pero todos atendiendo a personas que tal como él, estaban ahí por algo —o más bien, por alguien—. Algunos eran personas de su edad, entre mujeres y hombres, y otros eran mayores y con una buena cantidad de años encima. La mayoría casi ancianos y la mayoría personas de las que él tendría que pensar más de tres veces para poder irse con ellos. 

TaeMin bebe su cerveza a pequeños tragos para evitar emborracharse, mirando el lugar de un lado a otro, mientras su bolso estaba entre sus piernas, descansando. No se creía la persona más bonita del mundo, pero comparado a ciertos abuelos que habían ahí dentro, creía que realmente, sí tenía lo suyo. Los pantalones que había escogido hoy sabía que no eran del todo asentadores y esa camisa le hacía ver como alguien de mayor edad, pero de todos modos, no creía estar del todo mal. Habían médicos que se vestían peor que él y eso en ocasiones, le hacía recibir piropos de ciertas enfermeras desvergonzadas.

Su garganta arde un poquito cuando el último sorbo de cerveza hace contacto con ella, haciendo que frunza el ceño justo cuando un chico se colocaba a su lado y le miraba. No sabía en qué momento ese hombre había avanzado hasta él sin verle, ni tampoco qué debía hacer en una situación en la que repentinamente, le pone nervioso y fuera de lugar. TaeMin lame sus labios, recogiendo restos de la cerveza, mientras el desconocido sostenía su cabeza con su mano y le miraba. Parecía un poco mayor que él, pero no mucho. No debía tener más de treinta. Treinta y dos a lo mucho.

— Me dijeron que me buscabas.

TaeMin abre los ojos, sorprendido de escuchar esa voz ronca, mientras se llevaba una mano a su boca y entreabría sus labios. ¿Buscarle? ¿A él? 

¿A ese puto Dios?

— ¿Perdón? —se acomoda en el taburete, mirándole y el contrario se acerca, haciéndole sentir más intimidado de lo que ya se sentía—. ¿Yo? Debes estar confundiéndome.

— ¿Eres Lee TaeMin o no?

Oh, mierda.

Ojos oscuros, más de un metro ochenta, cuerpo atlético. Treinta y un años. Bisexual. Cotizado del mes y del año. Costoso.

TaeMin recuerda cada característica que leyó en aquella página que había revisado días atrás y traga saliva como si estuviera tragando arena. El hombre seguía mirándole de esa manera que le hacía sentir desnudo y él seguía sintiéndose como si ya quisiera que le desnudase. Que le hiciera olvidar quién era. 

TaeMin quiere olvidar su ropa ahora mismo y que él sea el encargado de hacerlo.

El alto estira su mano, presentándose y él la recibe, encantado. Más que encantado por haber conocido a esa compra que no había sido una estafa, sino que un verdadero lujo que pensó que no tendría ganas de repetir.

— Soy Choi MinHo, señor Lee. Estoy a sus órdenes.


***

¡BIENVENIDO, KINKTOBERRRRRRRRRRR! 


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