11. Público.

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No sabía qué le ocurría, pero algo le tenía inquieto. 

Le inquietó desde que despertó, cuando tomaba desayuno, cuando caminó a la clínica y cuando vio a cada paciente que ese día parecían más dramáticos que nunca. La inquietud se sentó a su lado cuando comía, siguió a su lado cuando encendió la televisión y negó con la cabeza cuando cogió su teléfono con una intención que esa inquietud le decía que no. La inquietud parecía deprimida cuando sus dedos buscaron cierto teléfono y la inquietud tomó forma cuando él se levantó dispuesto a dirigirse a ese lugar en el que sabía que no debía ir.

TaeMin miró su propio reflejo antes de salir y vio que la inquietud tenía nombre y apellido y era él mismo a los trece, diecisiete y veintidós años, pidiéndole —rogándole— que no cometiera un error cuando los pasos que había avanzado al fin, no los había avanzado solo.

Pero él negó y le ignoró. Se ignoró. Se convenció de que esas esperanzas que tenía eran patéticas, sin sentido y demasiado adolescentes porque no todo podía depender de una comida improvisada y de una visita que había resultado ser gratis.

Porque la gente no se enamoraba de prostitutos. La gente no llevaba a la casa de sus padres a su puto de turno, para decirle que era el amor de su vida, para decirle que le dieran una esperanza porque sí era alguien bueno y alguien que valía la pena conocer. La inquietud —o el TaeMin de trece años— intentó detenerle cuando caminaba e intentó arrastrarse por sus pies, pidiéndole que no la cagara; que no le pagase con su misma moneda.

¿Pero por qué no tenía el derecho de hacerlo? ¿Qué había de diferente con él, si él también podía decir que no a ese trabajo extraño y de poco prestigio? 

¿Por qué MinHo podía acostarse con los demás y él no?

¿Por qué siempre él no?

¿Por qué...?

¿Por qué esa lista que ahora tenía en frente y en donde no aparecía su nombre por ningún recuadro? ¿Por qué todos tenían tanto derecho a él, cuando creía que era algo solo suyo? ¿Un algo que no quería compartir?

TaeMin sigue sintiendo esa inquietud cuando entra por aquel pasillo y cuando el whisky que bebió ya tenía un mayor efecto en él que le permitía perder un poco la conciencia y esa imaginación excesiva que le hacía imaginarse muchos 'yo' en distintas etapas de su vida.

TaeMin niega a las sombras cuando se apoya en la pared y niega a sus costados cuando sus pasados le acechan y le piden que no lo haga. Que no se deje. Que se respete.

Pero y si ni siquiera sus padres le habían respetado, ¿por qué tenía que respetarse a si mismo?¿Por qué sus pasados le tenían que pedir que no hiciera algo que él estaba seguro que le haría sentir mejor?

Sus manos suben sobre su cabeza, dejándose ir con los retazos de una música lejana, mientras unas manos ajenas le suben la camiseta y le dicen palabras que no logra comprender. Su sonrisa crece en aumento a los toques y en aumento a los alientos sobre su vientre porque hoy no pidió solo uno, sino que dos. A veces son cuatro manos tocándole, a veces son dos bocas besándole. 

(Y a veces, ninguna le satisface como él).

Porque no eran Papá. No eran sus manos. No era su boca ni su toque. No era...

¡A la mierda con todo!

Un grito dirigido al TaeMin de trece años, al de diecisiete y al de veinte. Un grito a su sombra del presente y un grito a esos prostitutos que terminan por turnarse, mientras le bajan el pantalón y también el bóxer. Su erección brinca al salir de la tela y choca contra unos labios que no sabe a quién pertenecen, pero que se sienten bien. Le acogen como desea ser acogido y le reciben como quiere ser recibido.

Sus manos siguen en lo alto, sobre su cabeza, y ahora el alcohol parece más fuerte y la borrachera más presente. Siente ganas de bailar, de gritar y de reír y lo hace. Se mueve más lento de lo que cree y sonríe cuando alguien le toca la bolsa de los testículos y luego la punta de su erección. Arriba, abajo, a lo largo. Arriba, abajo, por todos lados.

Y eso se sentía bien. 

Se sentía tan bien que era injusto que fuese así cuando estaba en un lugar público y en un lugar en donde debería tener vergüenza porque cualquier podía reconocerle y llevarle aquella noticia a sus padres, que lo que menos harían, sería sentirse orgullosos. Porque era el hijo maricón, era el hijo que no podía decir que le gustaban los hombres en los almuerzos familiares y que nunca tenía novia porque no tenía interés en las mujeres. Era el hijo que quería ser aceptado y que hacía todo lo que le pedían, pero estaba aburrido. Realmente aburrido de acatar, cuando él quería al fin ser libre.

Cuando lo único que quería era bailar y sonreír más grande y gemir más fuerte porque ya no le importaba contenerse si lo estaba pasando bien. Su TaeMin de trece años se podía tocar todo lo que quisiese porque no era pecado, el de quince podía enamorarse sin tener miedo y el de veinte podía mirar a sus compañeros sin temor a ser juzgado.

Y el TaeMin del presente...

El TaeMin del presente podía encontrarse con esos ojos enormes que ahora le miran y le juzgan de una manera que nunca nadie había hecho antes. El TaeMin del presente puede bajar las manos porque ya no tiene ganas de bailar y dejar de gemir porque ya no tiene ganas de gemir.

El TaeMin del presente le dice a TaeMin, que se lo advirtió, pero éste no escuchó. No escucha. Ni escuchará. 

Sus dedos quedan estáticos en el aire y su cuerpo ausente de placer a pesar de la felación que le seguían haciendo y a pesar de que ese público que tenía, ahora en vez de calentarle, tuviera el efecto contrario.

Porque Papá veía

Papá le veía de una forma que le daban ganas de hincarse y no con el fin de hacerle lo mismo, sino que solo para pedirle perdón. No sabe porqué, pero sabe que tiene que hacerlo. Sabe que esa inquietud que siente y que ahora duele, se le conoce como culpa y no le dejará dormir ni esa noche ni a la mañana siguiente ni a la subsiguiente.

TaeMin intenta empujar esas dos cabezas que ahora se agalopaban en su cuerpo e intenta moverse, pero él lo hace primero y acorta la distancia. Sus brazos cruzados deshacen aquel nudo corporal y su boca se suelta, dirigiéndose hacia aquella erección que desde lo más alto, se encarga de escupir y no de una manera sensual.

Es con asco.

Con repulsión.

Con...

Odio.

Un odio que de verdad, no esperó que pudiera venir de él.

— Y pensar que entre los dos, tú resultaste ser más puta que yo incluso —su ira se escapa por los labios, por su lengua y por esos ojos que le miran de cerca, a centímetros de su rostro; mostrándose incluso, similar a un perro rabioso. Similar a...—. Que te den hasta por las orejas, pendejo de mierda.

Una patada, dos patadas y casi una tercera que por coincidencia, no llega a puerto. 

TaeMin siente su respiración entrecortada cuando aquel puño pega a milímetros de su rostro y cuando esas patadas llegan en espaldas de personas agachadas, que justo le atendían a él. Ya no hay música de fondo que provoque ganas de bailar ni tampoco sonrisas fluidas que solo crecen con el tiempo.

Ahora solo hay murmullos, susurros y miradas, y segundos después, un sollozo.

Un sollozo por la inquietud; y claro está.

Un sollozo por Papá.


*

¿Team MinHo o Team Taem? :):


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