MinHo había tenido todo tipo de clientes. Jóvenes, adolescentes con ansias de un ser mayor, ancianos con ansias de un ser menor y mujeres que querían nuevas sensaciones en algún tipo de exploración sexual que no habían probado. Había estado con productores, abogados, médicos, personas sin profesión e incluso curas. El dinero no rechazaba diversidad y él mucho menos si era con eso que se ganaba la vida. Si era eso lo que le daba de comer y que se encargaba de mantener ese techo que conservaba con mucho orgullo.
Sin embargo, con este cliente sentía una sensación distinta. No era el primer hombre que conocía que demostraba en cosa de segundos que no tenía su orientación sexual definida, ni tampoco el primer médico que se mostraba desesperado por estar con él. Aquí había algo más. Había una sensación de desasosiego que le demostraba cuando le volvía a ver y que hizo que notase como sus ojos brillaron cuando sí pudieron estar juntos por una segunda vez.
Fue una sonrisa, fue un hola tímido y un roce de manos escondido que sabía que después no sería así. Porque esa sonrisa era perversa. Esa sonrisa era capaz de engañar hasta a su más experto cerebro, haciéndole sonreír de manera sincera para después su espalda chocar con la pared, apenas cruzan el umbral de su puerta.
Sus ojos brillan como si estuviera en frente al mejor dulce de la tienda y sus manos se desesperan cuando le tocan el rostro, el cuello y el pecho. Le rasguñan por sobre la camiseta y sus pies le levantan un poquito para buscar su boca.
MinHo no tenía idea de qué edad tenía aquel chico, pero sabía que debía ser poco menor que él. Aún no debía alcanzar los treinta, pero por su manera de ser, ansiosa y desesperada, le hace creer que no alcanza más de veinte años. Y no solo mentales, sino que también físicos porque cuando le levanta de la cintura, le levanta como si de una pluma se tratase y como si su cintura estuviera moldeada a sus manos.
El rubio rápidamente se aferra a sus caderas, colgándose de su cuerpo y apenas dándole oportunidad a moverse de ahí. Porque su boca está tan ansiosa por besarle, que apenas le permite respirar. Apenas le permite tener algún sentido de dominación cuando había demasiada ansia y necesidad en su contra. Sus manos le afirman desde abajo del trasero y el contrario le vuelve a apretar contra la pared, rozando su ya creciente erección con su vientre.
Él aún no estaba duro. TaeMin lo estaba desde antes que entraran.
— Fui obediente ayer, Papi. ¿Viste que sí?
Sus labios le muerden, le besan de manera desesperada y no le dejan responderle como corresponde porque hay tanta ansiedad en él que apenas le permite respirar. MinHo mueve su rostro hacia atrás, alejándose un poco y el rubio frunce el ceño, estirándose y buscándole solo para encontrarle otra vez.
Definitivamente no parecía de alguien de más de veinte años. Le sorprendía incluso que se pudiera dar el lujo de contratar sus servicios dos días en una misma semana, así que suponía que debía trabajar y ser mayor.
Aunque con ese rostro y ese ceño fruncido y gesto berrinchudo, con suerte parecía de dieciocho años. Diecinueve máximo.
— ¿Papá está cansado?
Sus pestañas se mueven lento cuando pestañean y él le mira de cerca, notando como su gesto ahora se suaviza y sus caderas dejan de frotarse de manera desesperada, para solo colgar de su cuerpo y abrazarse a su vientre. Parece un gesto tan inocente que hace que incluso le haga olvidar por segundos, que esa persona era la que le pagaba por tener sexo con él.
TaeMin con la edad que fuera que tuviera, parece completamente ensimismado por ese pequeño juego de rol que él había improvisado el día anterior y que ahora toma como algo cómodo y seguro cuando le besa con más calma y le lleva hasta el sillón. Sus gestos le descolocan al nivel que le hacen salir de su círculo de problemas tóxicos y así se deje acariciar por esos dedos que ordenan su cabello y por esos labios que le hacen una guía de cariños por las mejillas, los labios y el cuello.
TaeMin no actúa como un chico adolescente porque ese chico adolescente siempre está ahí. Es de ese tipo de clientes que esconde miedos que no muestra por años y que le hace volver a sus últimos momentos de felicidad y plenitud en donde los problemas parecían no existir y la seguridad que busca ahora, era pan de cada día.
— ¿Papá está preocupado? —vuelve a insistir, tomándole el rostro con ambas manos y dejando sus labios entreabiertos que él aprovecha de besar—.
Un beso, dos besos y al tercero, sus manos ya se cuelan por ese short demasiado corto en donde se le hace fácil ir directamente a su erección. TaeMin suelta una risita juguetona cuando él le aprieta ahí, provocándole a que se moviera más rápido sobre su vientre para recibir la misma reacción. Su cuerpo no se calma ni se mantiene quieto hasta que no siente la misma respuesta en su pene, y hasta que no escucha ese cierre bajar y esas manos buscar el tan preciado condón.
Los ojos de TaeMin brillan cuando baja su bóxer y su lengua saborea sus labios, mirando aquello con lo que tanto pareció soñar. Su mirada entre lujuriosa e inocente le hace sonreír de medio lado y olvidar esa clasificación mental sobre sus clientes y la cual le tenía pensando hace demasiado rato porque no sabía en cuál casilla meter a TaeMin.
El menor baja su short sin que se lo pida y posa su mano sobre su erección, cuando él le sorprende y dice una sola oración que provoca la sonrisa más bonita de todas y el asentimiento más extasiado que pudo recibir.
Un juego de rol que nunca le había encendido tanto como ahora, pero que le hace entrar en una peligrosa zona de confort de la cual después, no tendría idea cómo salir.
— ¿Quieres probar a qué sabe Papá, bebé?
*
Caí demasiado en las redes del Daddy Issues. Sáquenme de aquíiiiiiii.
(No).
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· Paradoja ·
FanfictionTaeMin persigue la paz con violencia y MinHo la entrega a cambio de dinero. Veintisiete años versus veintinueve, y TaeMin por primera vez, no tiene vergüenza de tener que pagar por sexo. Kinktober - 1 Drabble al día durante el mes de octubre.