19. Cuero.

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La chaqueta de cuero característica de su presencia, se abre cuando sus manos rebuscan aquel bolsillo escondido y luego aquella cajetilla de cigarrillos en donde solo quedaba uno. Sus ojos siguen leyendo ese papel con una seguidilla de nombres, mientras sus labios sostenían el tabaco y lo aspiraban cuando se enciende y el humo se escapaba por entre sus labios.

Su nombre no está ahí.

Cuarto día consecutivo y su nombre no aparecía. 

Guarda el encendedor en el bolsillo de su chaqueta y mira a la chica que jugaba con el chicle, como si intentara decirle que había algo mal ahí; que algo faltaba ahí; que un nombre se había olvidado de anotar. Pero no se olvida, ni se equivoca, ni lo hace a propósito. La chica tacha el último número en su horario junto a un nombre que no conocía y se encoge de hombros, dándole una respuesta que él debía suponer.

(Pero que también para hacerlo más doloroso, se lo deja en claro en un tono alto de voz).

— Hoy tampoco vino así que no le busques.

— ¿No estás echándolo de acá?

Su chicle suena cuando lo masca y sus ojos burlones se ríen de él. Se ríen de su desesperación, de su manera de vestirse de esa manera que le gusta a él y de ponerse esa chaqueta de cuero que sabe que causa cosas que no en cualquiera causa. La chica se ríe y él se contiene de no escupirle. Se contiene al pensar que tiene que respetarla, que...

— Al que están echando es a ti. Ya se aburrió, supéralo. 

Su globo de chicle estalla y al mismo tiempo su furia. El lápiz que él lanza lejos cae en una mesa lejana, y también esa hoja que él no se encarga de recoger. Ahora la chaqueta le molesta, le dan ganas de quitársela y de quemarla. Y lo hace. La deja caer en el callejón cuando entra y da una patada a cualquier cosa que tenga cerca. No quiere metérsela a ningún cliente más porque ya siente asco de su propio cuerpo, pero ahí está. Ahí está frustrado, con la frente apoyada contra esa pared de ladrillos que TaeMin tan bien conocía, pero con esa ausencia a la que él no se quería acostumbrar.

MinHo intenta controlar su respiración sin que la furia consiga aumentar, y cuenta hasta diez, hasta cien y hasta mil si es necesario. Intenta concentrarse (y convencerse) de que no le necesita, que está pensando en él por algo más y que no necesariamente implica algo romántico o algo del corazón. 

(Pero sabe que lo implica. Sabe que cuando siente ese cosquilleo amoroso y esas ganas de verle, son un significado de una mezcla de emociones que no había sentido desde que SoMin había llegado a su vida.

Y comparar a alguien con SoMin, era algo significativamente, importante).

— ¿Tú eres MinHo?

No era la voz que quería escuchar y tampoco la voz que quería que fuese la que le obligara a voltearse. Sin embargo, lo hace. Ya no le quedaba de otra que asentir y acatar. No le queda de otra que volver a esos momentos en donde desconectar su mente de su cuerpo era más fácil que la realidad que muchas veces no le había gustado vivir. No le queda de otra que permitir que su cuerpo se mueva como debe hacerlo, porque así era la única manera que sabía y la única manera en la que se entregaba sin pensarlo de más. No ve rostros, no ve cuerpos ni ve desnudos. 

MinHo siente ruidos que le hacen atinar y escoger los movimientos precisos a la hora de actuar. Se basa por el sonido de sus dedos rompiendo el envoltorio del condón, por el sonido de su cierre bajar y por el sonido de esos gemidos que no le agradan ni le excitan oír. La pared de ladrillos no le acoge de la misma manera que hacía en los días que estaba feliz y no se siente cómoda como cuando TaeMin se apoyaba ahí y reía. Como cuando su cabello le causaba cosquillas en las mejillas y él hasta ahora nota que nunca se lo había dicho. Nunca le había dicho que le gustaba como sus ojos se cerraban al reír y que también se embobaba cuando le veía enrojecerse y esconder su rostro en su propio cuello para que le dejase de mirar.

· Paradoja ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora