Empuja la puerta con hastío, soltando la colilla del cigarrillo justo antes de entrar. El humo de éste sale por sus labios que apenas se abren, mientras avanza aburrido hasta esa única chica que ve en medio de esa molesta multitud.
Sabía que se había retrasado, que se había dormido, que había comido de más y un montón de cosas, por lo que, cuando ve ese globo de chicle estallar muy cerca de su rostro, agacha la cabeza y suspira ante una larga lista de clientes que esa noche tendría de manera obligada.
Porque basta de vacaciones, Choi. Tus vacaciones no te dan qué comer, tus clientes sí.
— No te diré lo que ya sabes que quiero decirte —su chicle vuelve a formar un nuevo globo y MinHo se apoya contra esa barra en la que siempre se sentaba ella, cogiendo un pequeño papel y así pudiendo ver esos cuatro nombres que le mantendrían la noche ocupada: dos nuevos, dos antiguos, entre ellos una mujer. Lo común—. Ya pagaron. Recibirás tu parte al terminar y quitándole lo correspondiente por la demora.
— ¿Qué? —le mira hacia arriba, alzando una ceja y ella se encoge de hombros, colocándole la tapa al lápiz y encogiéndose de hombros, despreocupada, dejándole claro que poco le importaba su enojo—. Yo hago todo y me descuentas parte de todo el dinero que se debería ir directamente hacia mi.
— Así son las reglas, Choi.
— Mientras tú ganas por mascar un chicle y sentarse sobre la mesa, es entendible que suelas ser tan mierda y apegada a las reglas.
El alto se voltea, divisando a la primera persona que tendría que atender, encontrándose con aquel hombre de una edad cercana a la suya, levantarse de inmediato, bastante desesperado de ya ir a la acción. MinHo bufa y rueda los ojos cuando entiende aquella batalla perdida y cuando tiene asumido que es mejor ir directo al trabajo a tener más descuentos. A excepción que claro, la molestia del chicle no solo era la única, sino que también esa maldita voz que cuando le interrumpe, le hace resonar el tímpano y el cerebro como si le acabasen de dar una punzada con el peor de todos los alfileres.
MinHo se voltea a mirarle cuando cree que no es cierto lo que acaba de escuchar, mientras ella solo apunta en la dirección que debía ir y en donde justamente, ahora temía de avanzar.
— Tu bombón está con tu amiguito. Veo que el aumento de tu precio no le gustó lo suficiente y tuvo que venir por uno más económico.
Tenía que estar jodiéndole.
Tenía que ser una puta broma.
Una puta broma que se sentía como si le estuvieran tirando las pelotas y no por su propia voluntad.
MinHo mira de reojo a aquel chico que ya se encontraba caminando en su dirección, mientras sigue avanzando por delante de todos hacia ese pasillo que le dirigía al lugar más perverso de ese bar. A ese pasillo en donde todos esperaban por ir y en donde a veces había incluso una fila de espera para poder entrar. Y no es necesario que mueva la cortina para entender qué era lo que ocurría ahí. Hombres apoyados contra las paredes, otros hincados y algunos agrupados. Todos en distintas situaciones sexuales que se adecuaban a cada uno de los gustos.
MinHo avanza un par de metros más, internándose por aquel pasillo, mientras los gemidos se escuchaban como verdadera música orquestada y las penetraciones como medidores de segundos en un reloj al que nunca parecían importarle los días.
Su espalda choca contra una de las paredes de ladrillos y su cabeza se apoya en ésta, permitiendo que el desconocido baje rápido y ansioso, pasando sus manos por su abdomen y pelvis. MinHo intenta concentrarse en aquello, tragando saliva cuando creía que el placer ya había llegado, pero carraspeando cuando sus ojos buscan de todas formas, una cabeza rubia que pudiera sobresalir por entre los demás. Su aspecto distraído deja mucho que desear cuando su bóxer baja y cuando el contrario le aprieta su pene, queriendo tener una atención que no le estaba siendo dirigida. Y que en vez de ser erótica, termina siendo molesta.
(Pero no puede putearle. Por el puto dinero, no puede).
— Chupa —le ordena, sin siquiera permitirle el derecho a réplica—. Ahógate con mi pene si quieres. Poco me importa.
Y en vez de tener el efecto que de verdad quería, obtiene el contrario, generando una erotización que al menos le salva y le permite seguir buscando cuando ya se había convencido que la muy puta de la recepcionista, solo había querido molestarle para sacarle más cosas en cara.
Primero, la insistencia para que a él le permitiera tener más horas; segundo, el pedido de rebajas en los precios para que él pudiera tenerlo; y tercero, la batalla de posesividad que había desatado un par de días atrás.
MinHo aún sentía un poco de dolor en el codo derecho, pero nada comparado a lo que tuvo que resistir el otro hijo de puta que se le ocurrió atravesarse por un cliente que no le convenía tener.
Porque era suyo. No era de nadie más.
(Y si no había querido entenderlo por palabras que terminaron transformándose en gritos en plena tarde, lo tuvo que entender a puñetazos que casi le deformaron la nariz).
— No te toques.
El chico que estaba hincado entre sus piernas, asiente de manera sumisa solo con esa oración y él entrelaza sus dedos con su cabello, comenzando a guiarlo con más fuerza y ansias hacia esa erección que después de todo, había conseguido hacer acto de presencia.
MinHo se encarga de penetrar su boca de una manera poco gentil, sintiendo como con la punta de su pene era capaz de tocar la campanilla de su garganta, cuando de pronto el orden y la dominación se sale de su control porque una cabeza rubia aparece un par de metros más allá, ubicándose en la misma posición que la suya: espalda pegada a la pared, labios entreabiertos y pantalón abajo.
Los dedos de MinHo ya no cogen ese cabello que espera seguir siendo jalado ni tampoco avisa cuando el orgasmo solo se le escapa y los labios de aquel chico sin nombre, le tragan por completo. MinHo apenas atina a decir algo porque sus ojos están pegados a esa figura lejana y a esa sonrisa coqueta que aparece contra la oscuridad y que se refleja de una manera casi poética y celestial.
TaeMin sonreía y sonreía.
Le marcan un mordisco en su cuello y sus dientes brillan. Su sonrisa crece, su felicidad parece más pura.
Y ahora, justamente, no sonreía por él.
(Ni tampoco por Papá).
*
Ups.
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· Paradoja ·
FanficTaeMin persigue la paz con violencia y MinHo la entrega a cambio de dinero. Veintisiete años versus veintinueve, y TaeMin por primera vez, no tiene vergüenza de tener que pagar por sexo. Kinktober - 1 Drabble al día durante el mes de octubre.