26. Suplicar.

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Hay un hombre que está a su lado cuando se suben al metro. 

Un hombre de más de un metro ochenta, delgado, pero musculoso. Alto, pero pequeño de corazón. Su altura es inversamente proporcional a la cantidad de amor que guarda y a la cantidad de sentimientos que le son tan difíciles de expresar. Su corazón no es pequeño porque odia a la gente, sino porque no necesita más para querer.

Con dos personas le basta, le dijo una vez. 

(Y tres si contaba a su hermana).

Es un hombre de cabello desordenado, pero ahora de cabello rapado. De cabello cortito, de cabello que dan ganas de jalar con los dedos solo por la desesperación que genera su belleza. Su rostro bonito, sus ojos demasiado expresivos y sus labios demasiado redondos que siempre necesitaban ser besados.

Es un hombre que ya tiene treinta años y que a veces representa menos y a veces representa más. Es un hombre con venas marcadas, sin temor a darle la mano, sin temores a hablarle de cosas tontas cuando caminan entre la masa de gente y cuando suben las escaleras sin soltarse. Es de ese tipo de hombre que te emboba con solo verle y que te hace creer que hasta lo más tonto, puede convertirse en el tema más interesante del que hablar. Quizás porque a veces parece demasiado poético o demasiado misterioso, o porque de verdad él es así por todo lo que ha vivido.

Ese hombre tiene un nombre. Tiene un nombre corto que cuando se presenta, hace que todos alcen las cejas y repitan las vocales como si de espinas atoradas en su garganta se tratasen. Es un nombre parecido al suyo y un nombre que si se mezcla les hace convertirse a los dos en uno.

(Según él, era parte del destino. Según TaeMin, era solo una dolorosa coincidencia que su futuro no le permitiría olvidar jamás).

Pero para sus papás era distinto. 

Para sus papás ese hombre era una persona que no debía estar ahí y una persona que merecía explicaciones delante de esas mujeres y hombres que parecían morir de ganas por esas palabras que él no quería dar. TaeMin frunce el ceño delante de ese hombre y frunce el ceño cuando camina hasta él y se acerca más de lo debido.

Porque ese hombre tiene un pecho tibio. Tiene un cuerpo que le hace sentir su hogar cuando recién al conocerle, supo recién de qué era lo que se trataba la palabra hogar.

TaeMin se rasca la frente, ofuscado de esa reacción que recibe, mientras ese hombre sonríe entristecido, encogiéndose de hombros y recordándole que a veces no solo parecía de treinta años sino que de incluso menos. De veinte, de dieciocho o de edades ilegales en las cuales le habría gustado conocerle para poder enamorarse más.

Sus dedos juegan entre sí, escondiéndose del resto y TaeMin termina por soltarse antes de que esto se vuelva peor, y que esa bienvenida poco amigable, termine siendo en una despedida que no tendrá vuelta atrás.

— Parece que no les caí bien.

Quizás por su chaqueta de cuero. Quizás por su ropa negra al cien por ciento o por esas zapatillas Adidas demasiado gastadas que antes los ojos de muchos ahí, ya merecían un cambio. 

TaeMin niega, sin saber si respondía de la manera correcta, prefiriendo sí, enredar sus dedos con su chaqueta de cuero y tocar esa tela de ropa que él mismo le había regalado. Una chaqueta carísima, pero que al vérsela puesta así, preferiría seguir gastando la misma cantidad de dinero en él.

— Nadie les cae bien —apunta, con un absoluto dejo de dolorosa sinceridad—. Ni yo. Ni nadie aquí.

— ¿Y son médicos?

· Paradoja ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora