31. Amor.

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18:00 hrs. — Aeropuerto de Incheon.

Si el concepto de las despedidas se tenía en cuenta como algo doloroso y de lo que a todos les gustaría evitar, se debía pensar que ese adiós no sería para siempre y que cuando aquel tiempo se acabase, la bienvenida sería mucho mejor.

Porque eso estaba siendo o eso sería.

Si TaeMin hubiese pensado que la bienvenida que tendría en Seúl sería mucho mejor que una fatídica (y por favor, evitable) despedida, sus ganas de volver habrían sido inmediatas y el atreverse a salir de su área segura de su personalidad habría sido de manera explosiva y mucho más rápida que antes. Sus manos habrían terminado la maleta más rápido, su corazón habría latido más y su sonrisa habría sido aún más pura.

Porque cuando llega a Seúl hay un alguien esperándole. Hay una chaqueta de cuero, hay un cabello corto, hay un café en su mano. Hay un perfume que necesitaba en la punta de nariz y una altura a la que extrañaba porque a pesar de sus berrinches constantes, le encantaba ponerse de puntitas para besarle. Aunque también hay una alguien. Había una alguien de piernas cortitas, de falda pequeña y de cabello amarrado en dos coletas que saltan cuando corre y cuando le alcanzan a pesar de la distancia que aún se encontraba.

TaeMin cuelga con fuerza su mochila en su espalda para así recibir en el aire a esa pequeña que salta en su dirección y se cuelga de su cuerpo y de su cuello, escondiendo su rostro ahí y moviendo rápido esas pestañas que le hacen cosquillas que acompañan las que siente en su interior. SoMin se aferra a su camiseta como si no hubiera mañana, mientras él intentaba seguir avanzando por entre la gente hasta que ese alguien aparece y le ayuda. Sus dedos le quitan la mochila que tenía colgada de su hombro y también esa maleta que ahora pesaba más que de ida, a causa de todos los regalos que había comprado a última hora. Sus ojos están cubiertos por unos lentes de sol que le hacen ver de una manera casual que no todos consiguen y también ese café que deja a un lado cuando camina consigo, dirigiéndole hacia la salida. 

Y no le habla. No hay un 'bienvenido' cuando se acerca, ni hay un 'hola' que él tenga que responderle porque el suyo ya está atorado en la mitad de su garganta. Aunque por suerte, SoMin le distrae, acariciándole por sobre la tela de su camiseta y por sus mejillas y cabello rubio que ya había crecido con el paso del tiempo. 

TaeMin se queda un poco atrás de él cuando salen a los estacionamientos y cuando nota que le lleva hasta un auto desconocido, pero que parecía suyo. MinHo le quita la alarma desde un par de metros y levanta la tapa de la cajuela para guardar sus cosas ahí, ignorando el hecho de decirle algo o de decirle que se subiera, lo que empezaba a generar una situación incómoda porque esta bienvenida no estaba siendo tan romántica como creía o tan de películas como quiso imaginarse en un momento.

Porque aquí no hay frases cursis, no hay caricias robadas ni besos con ganas de más. Ahora hay una orden clara, pero indirecta, que le hace sentar a SoMin en el asiento para bebés que hay atrás, teniendo que asegurarse dos veces si todo está bien porque el solo hecho de quedar en un espacio cerrado con él dentro de los próximos segundos, le hace ponerse nervioso, torpe y tonto. Le hace sentir la garganta seca, los nervios a flor de piel y los labios bastante poco hidratados, porque cuando retrocede y camina hasta la puerta del copiloto, es el viento que él interrumpe con su cuerpo el que le acorrala. Es su cuerpo apretándole contra el auto, es su mano sosteniéndole e impidiéndole moverse. Es una bienvenida repentina, una repentina sin ojos de menores viéndoles y una bienvenida que tiene toques de desesperación que no parecían poder seguir conteniéndose.

Son sus labios buscando los suyos, son sus labios permitiéndoles ser besados, pero no tocados. TaeMin estira el cuello, pidiendo más de esa boca que le atrapa y pidiendo más de ese cuerpo que le acorrala y le hace querer frotarse apenas le tiene cerca, pero que no se lo permite. Porque cuando retrocede, TaeMin está seguro que se había quejado por tonto, por bruto y por inseguro.

· Paradoja ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora