27. Nalgadas.

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Pensar mucho las cosas, hace mal.

Se lo había dicho su papá en un día en que le pidió ayuda para un examen y se lo había dicho su profesor cuando él exigía una explicación más satisfactoria en medio de la clase.

Pensar demasiado hace mal. Hace pensar situaciones adversas y terribles que quizás ni lleguen a pasar, y hace creer que hay tantas posibilidades de que las cosas salgan mal, que éstas terminan anteponiéndose ante las buenas y hundiendo esa esperanza que juraba tener, pero que ya había olvidado porque ser pesimista era más fácil que ser optimista. Se ahorraba las decepciones, se ahorraba las esperanzas rotas, se ahorraba la felicidad fingida ante una respuesta que no esperaba escuchar, pero que actuaría que de todas formas le dio igual.

Pensar mucho hacía mal, definitivamente, y le hacía hacer cosas que en un ataque de cordura no habría hecho porque un TaeMin positivo, sería capaz de luchar contra un TaeMin negativo que ahora actuaba por voluntad propia y por seguridad —dentro de ese negativismo— que parecía demasiado bien infundada. 

Porque un TaeMin negativo era un TaeMin acompañado de inseguridad y de pánico, pero de rostros conocidos porque siempre había vivido así. Era un TaeMin en su zona segura, en donde no tenía que exponerse porque lo más malo ya había pasado y las cosas buenas estaba seguro que no le ocurrían a él.

Porque a él no le llegaría la fortuna de enamorarse. Había sido demasiado insensato en creer que sería capaz de eso, que sería capaz de tener un amor real, de ser recíproco en una situación en la que no debía tener esperanzas. Que un chico guapo se fijaría en él, cuando siempre había solido ser el chico del rincón, el chico que pasaba desapercibido, el chico que no necesitaba atención cuando era lo que más necesitaba.

Y quizás por eso aceptó juntarse con él.

Quizás por respeto a su negativismo y a su seguridad ante que todo iría peor, aceptó el verle, aceptó el esperarle luego del trabajo y el tener que meter las manos en sus bolsillos porque a la diez de la noche fuera de la clínica, hacía demasiado frío, digno de los días malos.

Porque así funcionaba la cosa. Así funcionaba la negatividad. Funcionaba a tu favor cuando quería que todo saliera mal y que todo fuera más triste porque los cosmos o algo supremo quería que fuese así.

TaeMin junta sus pies, intentando darse calor e intentando negar ese ruido de aquel motor que ya conocía, pero que por orgullo no mira. Por ganas de querer ser fuerte cuando está claro que es el más débil de todos, porque cuando agradece —mentalmente— que MinHo está ahí y no le dejó plantado, le hace darse cuenta de cuánto le extrañó, a pesar de que hace cinco días se habían visto.

Cinco días desde el caos, cinco días de verdades que parecían nunca acabarse y que dolían incluso más que las primeras.

TaeMin siente el humo de un cigarrillo llegar hasta él, provocando que levante la cabeza y se encuentre con ese cuerpo que le busca, que muchas veces le hizo creer que le necesitaba y que ese amor que tanto profesaba, no era mentira. La inseguridad viene de su brazo, viene saltando y viene burlándose de él. Viene de colores oscuros, de colores negros y de maneras que le hacen sentir temor porque ese rostro que trae MinHo no es el rostro usual, ni la sonrisa usual ni las ansias de un beso casual con el que creían que resolverían todo.

Ahora la inseguridad se abraza de MinHo y se abraza de él. Se balancea sobre sus cuerpos, se posa sobre sus hombros y les aprieta justo por sobre el corazón.

MinHo no se sienta cuando él le sugiere que deberían hacerlo, sino que solo se queda de pie en ese costado de la clínica, en donde cada ciertos instantes salían ambulancias de emergencia y asistentes médicos que les miraban de reojo, un poco extrañados.

· Paradoja ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora