13. Castigo.

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Sus pies le llevaron ahí a pesar de que su mente o corazón le dijeran que no; a pesar que intentaran arrastrarle hacia una dignidad que no conocía y que su TaeMin de trece años se encargaba de pisar con fuerzas. Sus zapatillas Converse saltaban de un lado a otro, balanceándose, mientras él se pasaba la mano por la frente, intentando despejar su rostro y cansancio de ese cuerpo con resaca, con pesar y con agotamiento tanto físico como mental.

No dormía hace más de dos días y de todas formas había terminado ahí antes que en su propio departamento. Más como por costumbre que como un vicio del que no quería asumir aún. Porque no era un vicio sano, no era un vicio conveniente ni mucho menos del que enorgullecerse porque no era un tema del que podía comentar con sus compañeros de trabajo mientras comían esos almuerzos fríos y de poco sabor.

TaeMin se ve a si mismo, saltando pequeños charcos de agua y sonríe ante la imagen de su pasado que siempre que hacía cosas impulsivas —aunque no siempre—, ese TaeMin parecía sonreír. Se aparecía cuando no lo llamaba y se dedicaba a saltar y a felicitarle a lo lejos porque parecía estar tomando una decisión del que aquel, también estaba de acuerdo. Aunque no sabía si era buena o mala señal el tener como apoyo el razonamiento de alguien de trece años en vez de alguien de su edad.

Sin embargo, TaeMin sigue avanzando y también aquel menor que le sigue por entre la gente, saltando de su manera invisible por sobre las mesas y pateando vasos que ni siquiera se mueven porque él no hacía nada más que existir en su propia cabeza. En su imaginación los vasos vuelan, los viejos desaparecen y ese chicle de color rosa chillón, explota de tal manera que la maldita recepcionista desaparece y también los cobros excesivos y los sufrimientos que solo le hacían pasar para poder soltar un poco más de dinero.

Pero nada de eso pasa. Sus pies avanzan entre ancianos que no desaparecen, entre botellas que tintinean al chocar y entre el cuerpo de esa chica que como siempre, estaba en el banquillo más alto, con un lápiz clavando su mejilla y sus labios formando un globo de chicle más grande que el día anterior. TaeMin carraspea para captar su atención con algo de vergüenza, mientras ella mascaba y mascaba el chicle, evitando mirarle por varios segundos hasta que se cansa de hacerlo y bufa. Sonríe, pero bufa de nuevo, cuando demuestra su rostro cansado de volver a verle ahí.

Uno de los pocos que no se rendía. Uno de los pocos que a pesar de la pobreza, seguía apareciendo.

— Tú otra vez —más chicle, más globos, más estallidos molestos. TaeMin asiente con algo de vergüenza y ella desliza su lápiz pasta por la hoja, revisando las horas y los chicos disponibles, cuando él solo quería uno solo. Ya no quería seguir probando cuando tenía claro que a pesar de todo, su favoritismo seguiría con el mismo—. 

— ¿Está disponible MinHo?

— No aprendes —su lápiz se sigue deslizando por el nombre del aludido más de una vez, subiendo y bajando y deteniéndose cuando se aburre de molestarlo. La chica asiente cansada y anota su nombre al lado de las 03:00 am, lo que suponía que debía ser su turno—. Serás el último. Te tocará esperar, hoy está ocupado.

— Está bien.

— Y también molesto. Quizás sea bueno que lo sepas.

(Y quizás sea bueno que no lo disfrute tanto como su cabeza sí está dispuesto a disfrutar).

Porque si antes se hubiese aburrido de esperar o los nervios hubiesen hecho estragos con él, ahora era distinto. Ahora tenía ansiedad, tenía ganas de mirar la hora constantemente y así poder sorprenderse con algo que no tenía dentro de los límites de su imaginación. Porque si cualquiera se hubiese ofendido de una manera terrible por cómo le había tratado MinHo días atrás, él no se sentía así. Ni siquiera se sentía tan afectado cómo debía sentirse. Se sentía todo lo contrario. Sentía como si una especie de hilo que había entre los dos se fortaleciera junto a esa obsesión que en ningún momento fue sana, y que ahora se siente peor. Siente su piel picar, sus manos sudar y su imaginación volar hasta un nivel en donde el dinero se lo permite porque a pesar de todo, él mandaba y MinHo acataba. MinHo era su cliente. Él pagaba por su cuerpo y tendría qué, acceder a cómo quería comportarse. 

· Paradoja ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora