TaeMin recuerda.
Recuerda cuando a los seis años aprendió a andar en bicicleta sin ruedas de apoyo, que a los siete creyó que no había aprendido bien porque se había caído demasiadas veces y que a los ocho decidió que debía volver a aprender porque romperse un pie no era una buena referencia de técnicas de saber andar en bicicleta.
Recuerda que a los diez decidió ser capaz de saber qué cosas no le gustaban e intentar luchar contra su madre que el pepino no le gustaba y tampoco ciertos platos de comida que terminaba comiendo igual.
Recuerda cosas de su infancia que no le gustaría recordar, pero que termina rememorando al intentar poner un orden a su vida, cuando ésta desde hace un buen tiempo, solo había estado sumida en caos.
Recuerda tantas cosas que le hacen querer explotar y querer mandar todo a la mierda, que por primera vez no hay un recuerdo que le haga querer parar lo que siente o querer meditar de una manera dolorosa y a la que tanto se había acostumbrado a través de los años.
Ahora no hay una palabra de seguridad a la cual acudir. A la cual decirle a MinHo que tenía miedo, que quería que se fueran de ahí y que quería subirse a sus piernas a dormir ahí porque le gustaba hacerlo. No había una palabra de seguridad que le hiciera sentir resguardado del resto y que le permitiera resguardarse en él porque nadie le había hecho sentir tan seguro nunca antes en su vida.
Y estaba harto.
Estaba tan harto de si mismo y del resto del mundo, que cuando recibe el resultado del examen rápido del VIH, no lo mira ni lo revisa. No le interesa. Su mano lo hace una bola arrugada de papel y la lanza al fondo de su mochila, en donde también había metido con furia su delantal, su estetoscopio y papeles de mierda que ya ni siquiera le importaba tener.
Su celular suena ante nuevas notificaciones de juegos y eso le genera tanta rabia, que cuando lo toma, está a punto de romperlo contra el piso si es que una enfermera no hubiese entrado en ese momento. Sus ojos se abren, sorprendidos, y él se voltea a verle con un rostro que tiene claro que parece desfigurado y que con mayor razón, le hace sentir libre.
Porque ahora no se siente él y no quiere sentirse él.
TaeMin quiere liberarse.
Quiere sacar todo lo que ha tenido dentro desde hace años y que en este momento, parece querer salir. Por sus poros, por su piel, por las fibras de sus músculos.
Y cuando la enfermera le sigue mirando, ahora parece asustada en vez de sorprendida. Se mueve hacia un lado sin insistir en preguntarle si estaba bien, sino que solo pasando de largo para no interrumpirle y para no obstruir un camino que él tenía claro. Porque cuando TaeMin sale, camina con una ira que nunca antes había sentido y con un razonamiento algo extraño que ahora en vez de encontrar erróneo, solo puede describirlo como radical y necesario.
El TaeMin de trece años salta victorioso, el de quince le aplaude y el de veinte años sonríe.
Incluso él lo hace por si mismo. Cuando abre esa puerta, cuando dice la única frase necesaria y la única palabra que hoy repetirá más que nunca porque es lo que le define desde hoy.
Lo que su alma pedía a gritos, lo que una liberación necesaria para sanar le pide.
— Renuncio.
Al trabajo, al estrés, a los pacientes que más que ayudarle a subir el ánimo, se lo bajan.
No da explicaciones cuando su jefe lo mira con los ojos abiertos ni tampoco cuando se va sin despedirse de todas esas enfermeras que le observan impactadas y que solo esperan que se vaya para poder cuchichear.
ESTÁS LEYENDO
· Paradoja ·
FanficTaeMin persigue la paz con violencia y MinHo la entrega a cambio de dinero. Veintisiete años versus veintinueve, y TaeMin por primera vez, no tiene vergüenza de tener que pagar por sexo. Kinktober - 1 Drabble al día durante el mes de octubre.