12. Cosplay.

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Papá.

Cuatro letras, dos sílabas y una infinidad de significados que habían sido degradados según pasaban los años. Papá durante el día, Papá durante su tiempo libre y Papi cuando el trabajo ya había llegado. Cuando las perversiones habían aparecido y las voces pequeñas y de susurros no existían, sino que eran reemplazadas por gemidos, por felaciones y súplicas.

Él era Papá a tiempo completo y Papá cuando quería serlo. Cuando se le daba la gana, cuando quería jugar, cuando quería sentirse superior —o más bien, dominante—, sobre alguien que solo quería reglas, leyes que seguir y palabras que cumplir porque no sabían funcionar de otra manera.

MinHo agacha la cabeza cuando los gritos suenan de fondo y sorbetea su nariz cuando una nueva gota de sangre amenaza con caer y con mancharle más esa camiseta blanca que ya parecía un trapo sucio en vez de una ropa digna de vestir. Su cabello lo sentía seco y pegoteado, seguramente por más sangre en algún lugar, y su rostro tampoco se sentía mucho mejor. Le dolía la mandíbula, un poco la nariz y sobretodo la ceja, en donde ahí también había sangre y en donde también había mucho dolor.

Sin embargo, es la cabeza lo que le duele más. Es la sien, es el pecho, es el corazón. Es esa fidelidad o respeto que ahora se encontraba triturado y que no sabía como repararse porque sentía que se había hecho demasiadas ilusiones con algo que no valía la pena y que no le serviría de nada si tan solo se dedicaba a vivir de sueños.

Papá ahora se limpia la nariz con la manga, se limpia la ceja con ésta misma y luego escupe al suelo, sin mucha caballerosidad ni sin mucho respeto. El otro cuerpo que estaba desde el piso se alcanza a mover a un lado y el otro seguía tan inmóvil como siempre. No había movimiento en sus brazos ni en sus piernas, pero sí en su pecho para dejar en claro que seguía vivo.

(Al menos).

Porque muerto no lo había dejado. Eso lo tenía claro.

— ¡Dos peleas en una semana y dos peleas contigo otra vez de protagonista!

Un grito, otro grito, otro grito. 

Hay patadas, hay más escupos y más quejidos entre esas paredes en las que solo parecía haber placer y nada más. Ya no hay luces apagadas ni intimidad. Ahora hay luz, hay gritos, hay discusiones en las que él no quiere seguir.

Porque ya entendió que la cagó.

Entendió que la cagó la primera vez cuando golpeó a sus compañeros apenas llegó al bar (y sin razón aparente cuando sí la había) y la cagó por segunda vez cuando les quiso golpear con más ganas hasta tal punto que les tuvieron que separar. Porque no fue solo una pelea. Fue una verdadera batahola de la cual no supo cómo logró salir vivo. De la cual aquellas manos pequeñas tuvieron que detenerle porque si no paraba de pegarle de esa manera a su compañero, literalmente, le mataría a golpes.

MinHo pasa su mano por su ceja sin mucho cuidado y se levanta harto de seguir escuchando esa mierda que no tenía porqué seguir escuchando si todos sabían que de todas maneras, al otro día volvería a trabajar y así sucesivamente. Todos lo harían. Se podían odiar, se podían amar o incluso desear, pero todos terminarían ahí porque no tenían otra opción.

El alto se pone la chaqueta de cuero con la que había llegado al lugar y vuelve a escupir restos de sangre a un costado de esa chica que sigue hablando y hablando cuando ya nadie nunca, le había puesto atención alguna vez en su vida. Dice algo de su conveniencia, del amor, de los clientes y de Dios sabe qué porque ni siquiera sigue ahí cuando sus gritos suben aún más de nivel. Sus manos juguetean con esas llaves que suenan y se quedan quietas cuando se sube a uno de los pocos tesoros que tenía en su vida. No se coloca su casco cuando se sube a su moto ni tampoco se controla de andar a una velocidad prudente cuando el rostro le duele, el pecho le aprieta y el corazón parece latir con más debilidad. Por idiota, por confiado, por creer que ahora sí merecía tener una oportunidad.

Por creer que los dos merecían conocer a alguien como él.

Su rostro se siente más frío cuando se detiene luego de varias cuadras y cuando sus botines golpean fuerte ese asfalto que podía azotar con propiedad porque era una de las pocas cosas que podía declarar como suyas. Ese estacionamiento, ese departamento, esos muebles. Esos olores, esas pertenencias y esos pies que corren a pesar de la hora porque nunca parecían descansar si él no estaba ahí.

Si Papá, fuera de ese traje de cosplay nocturno, no había llegado para cantarle las canciones de cuna que tanto le gustaban.

Solo que cuando esos pequeños pasos corren apenas abre la puerta, él la detiene a lo lejos solo por temor a asustarla a que le vea así. Se lleva una mano a la cara, cubriéndose sus heridas y simulando una jugarreta que la niñera entiende y que le hace fruncir el ceño porque dos veces en una misma semana, incluso para alguien como él, ya había sido demasiado.

— ¿Otro conductor furioso o esta vez fue un extraterrestre violento?

Veinte años. Ni mujer ni adolescente, pero sin duda alguna, su salvavidas de todos los días. La niñera le mira con los brazos en la cintura por unos momentos, instándole a hablar cuando sabía que no lo haría y deshaciendo ese ceño de enojo porque ya había estirado la mano y él ya había alzado los billetes con lo correspondiente de hoy.

(Y un poco más como propina).

— Llegaste temprano hoy. Apenas son las dos. 

— El extraterrestre me dejó ir antes, a diferencia de otra persona que debería estar durmiendo a esta hora.

Un gruñido en falso, un abrazo en medio de la sala y unos besos más que babosos que hacen que la chica sonría, se abrigue y se olvide de esas sospechas que seguramente todos los días debía tener a causa suya. No hay preguntas sobre si el trabajo estuvo bien o si el jefe estuvo de mal genio, sino que solo un movimiento de manos como agradecimiento y un beso a ese pequeño ángel que no hace mucho acababa de cumplir tres años y parecía correr peor que un conejito hiperventilado. 

MinHo frunce el ceño cuando la pequeña le aprieta la nariz y besa esas mejillas cuando la pequeña bosteza y se acurruca en su cuello. No es necesario que pasen muchos minutos para que ella ya se empiece a dormir ni para que ella logre despertar cuando él apaga la luz, le deja en su cama y se acuesta a su lado. Esos tres años de existencia no hacen ruidos cuando su mano acaricia su panza y cuando su sonrisa entristecida parece crecer a pesar de que las esperanzas hacia los dos ya no existan. Sus pestañas están quietas por el cansancio y sus labios entreabiertos cuando el chupete cae porque el sueño ya era profundo.

Ahora no hay un cosplay erótico de por medio ni gemidos pidiéndole órdenes como necesitaba dominación. Ahora solo hay un MinHo sin máscara, un MinHo sincero y un MinHo sin sueños.

Sin esperanzas, sin mucho que hacer.

Porque no le quedaba de otra que asumir que a esta hora del día, solo le tocaba ser, simplemente Papá.

*

Hehehe.

Sorpresa. :)



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