Los días iban pasando rápidamente, y sin darnos cuenta ya habíamos llegado a las vacaciones de Navidad. Ese 20 de diciembre teníamos muchas cosas por hacer: entregar las notas del primer trimestre, preparar el festival de Navidad, ultimar los detalles de las actuaciones... muchas cosas que hacer para tan poco tiempo.
Esa tarde entregué los boletines a los padres de mis alumnos, y seguidamente fui a prepararme para el festival dónde los alumnos del colegio interpretarían los villancicos que habían estado ensayando durante las últimas semanas. Me vestí de manera sencilla, ya que los protagonistas ese día eran los niños.
Ataviada con un buen abrigo para combatir el frío, me dirigí al colegio donde todo estaba listo. Todos los profesores estaban ilusionados, y Pablo, a pesar de ser una persona muy seria, se le notaba contento y con ganas de disfrutar de la fiesta. Desde nuestra conversación sobre su exnovia, nos habíamos hecho muy amigos; compartíamos muchos momentos y alguna que otra cena en plan amigos, gracias a él la ausencia de Álvaro se hizo más suave, provocando que no me sintiera tan sola ni lo echara tanto de menos.
- Ha llegado el día – dijo sonriendo.
- ¡Ya era hora! – dije contenta.
El festival fue perfectamente, los alumnos lo hicieron de fábula y los padres se implicaron mucho en la fiesta. Con familias así valía la pena esforzarse tanto. A los niños les brillaban los ojos de ilusión, esa ilusión que ves en sus rostros cuando van a la cabalgata de los Reyes Magos. Una ilusión que se me pegó desde el primer segundo que estuve allí, cando algunas de mis alumnas se me acercaron para preguntarme a ver si estaban guapas con sus labios embadurnados de brillo de labios en un tono rosa claro.
Eran las nueve y cuarto de la noche cuando el colegio quedó despejado y nos quedamos el conserje, Pablo y yo.
- Que pase unas buenas Navidades señor Anselmo, ¡y feliz año nuevo! – dije al conserje, que con una sonrisa nos despidió con la mano.
Como otras noches de viernes, Pablo me dijo a ver si quería ir a cenar a su casa, dónde pediríamos comida china y veríamos un clásico de cine, ese día me tocaba elegir a mí, ya que Pablo tenía una videoteca envidiable.
Llegamos a su apartamento, y colgué mi abrigo y el bolso en el recibidor. Me sabía esa casa de memoria: dos habitaciones, un baño enorme, una cocina con isla y un salón-comedor de tamaño considerable, con unos enormes ventanales con vistas al paseo marítimo.
- Coge la carta y ve eligiendo, mientras tanto voy abriendo un vino tinto – dijo Pablo desde la cocina.
Me senté en el sofá con la carta en la mano y un pequeño bloc de notas que había en la mesita y empecé a apuntar a comida que nos apetecía más: arroz tres delicias, ternera con setas y bambú, rollitos de primavera,... cuando nos juntábamos los dos, comíamos como leones.
Cuando hube terminado la lista, me levanté del sofá y me apoyé en la isla, mirando como Pablo preparaba las dos copas y echaba la bebida en ellas.
- Menú de hoy elegido – dije, dejando el bloc encima de la isla para que mi compañero diera el visto bueno.
Pablo me dejó la copa de vino a mi lado, y leyó la lista de la comida atentamente. Tenía el ceño ligeramente fruncido, señal de concentración. Luego me miró y asintió con una sonrisa.
Nos hallábamos ya sentados en el sofá, ambos tapados con una enorme manta de color azul oscuro muy suave y calentita. La película que había elegido esa noche era Cinema Paradiso la versión del director. La había visto miles de veces, pero nunca me cansaba de verla: la trama, los actores, la banda sonora... Eran excelentes.
En ocasiones me emocionaba, aunque también tenía que tener en cuenta que estaba con la regla ese día, pero igualmente me seguía emocionando. En cambio Pablo parecía que miraba una película demasiado aburrida para su gusto, pero a la vez parecía pensativo, que le preocupaba.
Cuando terminó la película le miré de manera interrogativa, esperando una respuesta a su falta de entusiasmo hacia el film.
- ¿Por qué me miras así?
- Estás raro... Normalmente estás más pendiente de las películas que vemos juntos, ¿ocurre algo? Sabes que me lo puedes contar – dije sonriente.
Rió de manera amarga y retiró su mirada de mí.
- Mira que llegas a ser inocente, Blanca.
Se destapó y se levantó, dirigiéndose hacia una vitrina dónde guardaba las bebidas alcohólicas y cogió la botella de Jack Daniels y una copita, donde vertió el líquido ambarino. Yo seguía observándole, un poco mosqueada por haberme llamado inocente.
- No te has dado cuenta, ¿verdad? – yo negué con la cabeza, y Pablo bebió de la copa – Tú eres la responsable de todo lo que me ha pasado desde que te conocí... Tú eres esa persona que ha hecho que me fije en que la felicidad está en los pequeños detalles. Me encantas Blanca, desde que dijiste el día de mi primera reunión "Pero tampoco tenemos por qué callarnos delante de las injusticias"... Desde ese momento no he podido quitarte de mi cabeza, aunque al principio no lo demostrara – volvió a dar un sorbo a su copa, mientras que yo intentaba asimilar todo lo que había dicho mi compañero.
Es muy simple, le gustas me dijo mi voz interior. Estaba paralizada, con la mirada fija al suelo. No me quería creer todo lo que había dicho Pablo, no quería que él sintiera algo hacia mí... ¡por qué no era correspondido!
Entonces me levanté, cogí el abrigo y el bolso, y me dispuse a salir por esa puerta, dejando a ese hombre solo.
- Por favor Blanca, no te vayas – suplicó.
- ¿Qué no me vaya? ¡¿Me estás diciendo que no me vaya?! – grité nerviosa - ¡Joder Pablo! Acabas de decirme que te gusto, y sabes que yo estoy saliendo con otra persona – solté, con lágrimas en los ojos -. Esto... esto es inviable, necesito irme a casa y reflexionar.
Pablo asintió con gesto dolorido, y con rapidez salí por la puerta de ese apartamento.
Iba de camino a casa con la mente en todo lo que había ocurrido en la casa de Pablo, mientras que los acordes de Undecover Martyn de Two Door Cinema Club sonaban en el coche. No me podía creer lo que había pasado, parecía tan improbable... Pero había ocurrido, y yo había reaccionado lo que viene siendo mal, como una cría que no sabe lo que tiene que hacer. Y era todo muy simple: tenía que dejarle claro a Pablo que lo que nos unía era una muy buena amistad.
A parte, Álvaro llegaría ese mismo domingo y tendría que contarlo lo ocurrido, porqué él confiaba en mí y porqué éramos una pareja. Cuando llegué enfrente de mi bloque de apartamentos aparqué y fui directa a mi casa. Al entrar tiré el abrigo y el bolso en el sofá, me desnudé completamente y me metí en la ducha para pensar fríamente lo que debía hacer.
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Volveré, te lo prometo #NikéAwards
RomanceSticker de Bronce en el concurso Niké Awards en la Categoría de Romance. Una historia que demuestra que en un solo instante todo puede cambiar. Blanca, una maestra que adora su trabajo, que tiene una familia a la que adora y unas grandes amigas. Pe...