Habían pasado dos semanas desde la última vez que vi a Álvaro aquella fatídica tarde de principios de marzo. Aquel tiempo de descansa estaba acabando conmigo; había adelgazado varios quilos y mi rostro estaba cansado y pálido, ni siquiera sonreía mientras estaba dando clases.
Carol y Mireia se esforzaban en alegrarme, y me animaban a salir a cenar los sábados por la noche. Aunque no estuviera de humor, agradecí lo que hacían por mí: en aquellos momentos se sabía cuáles eran las verdaderas amistades. Pero hubo un momento en el que me dije que tenía que salir de aquel pozo sin fondo. Aquel sábado fuimos a cenar con Carol y Mireia, decidimos ponernos elegante e irnos hasta Deià a cenar en el restaurante Es Racó d'es Teix.
Fue una velada en la que me lo pasé bien, pero no pude evitar pensar cómo estaba Álvaro y si la rehabilitación en Barcelona realmente le iba bien. Aitana me había dicho que Álvaro estaba sacando fuerzas para recuperarse, y que tenía la esperanza de que pronto podría volver a hacer vida normal. Pero yo lo echaba de menos, echaba de menos su sonrisa, sus abrazos, su buen humor... echaba de menos cualquier cosa que tenía que ver con él.
Después de mi cambio de mentalidad aquel fin de semana, empecé la semana con mejor humor y con ganas de trabajar. Mis alumnos habían visto que algo no iba bien en mi vida, notaban que estaba más triste y que no tenía ganas de nada. Pero ellos no se merecían aquello, así que acudí a clase con mi mejor sonrisa y con la actitud perfecta.
Al terminar el día se notó mi cambio de actitud y vi que mis pequeños estaban un poco más felices. Y me sentí muy muy, pero que muy, culpable. Yo no era quién para hacerles perder la ilusión de aprender, porqué su tutora estaba depresiva perdida.
Me dirigí a la sala de profesores para adelantar el trabajo de aquella semana. Tenía pensado hacer algún que otro taller con los niños, tal vez alguno de cocina, ya que en breves veríamos las cantidades de medida y no había mejor forma que aprenderlas haciendo unos bizcochos. Entonces entró Pablo y me saludó con una sonrisa a la que yo contesté de la misma manera; él también se había dado cuenta de mi pequeña mejora emocional.
Y así pasaron los días y las semanas. Echando de menos a Álvaro e intentando salir de mi pozo, teniendo mejores y peores días. Aitana iba diciéndome qué tal se encontraba Álvaro y cómo iba su recuperación. Tampoco me decía demasiado, pero al menos me mantenía un poco informada.
Casi no me di cuenta y ya me encontraba a 27 de mayo, el día de mi cumpleaños. Había estado muy ocupada con las clases y con mis alumnos, incluso me apunté a clases de Yoga, para mantenerme distraída y evitar pensar en que mi vida apenas tenía sentido. Pensé en que Álvaro aprovecharía aquel día para volver a mí y celebrar mi cuarto de siglo, pero lamento deciros que no ocurrió nada de eso. Pero sí que recibí un WhatsApp suyo que decía: Feliz cumpleaños, espero que durante este año todos tus sueños se hagan realidad. Recuera que volveré, te lo prometo. Y al leerlo lloré, lloré como una niña pequeña a la que nadie le había regalado nada, ni siquiera una mísera caja de bombones. Álvaro seguía acordándose de mí, pero todavía no había vuelto.
Por Álvaro:
Habían pasado dos meses desde que le pidiera a Blanca que se fuera, que me esperara, que yo no podía estar con la presión de que estuviera a mi lado, aguantándome en mis peores momentos.
Durante aquel tiempo estuve esforzándome en superar aquel duro bache, intentando darlo todo en la rehabilitación. La echaba muchísimo de menos, pero aquello era lo mejor para los dos. Tenía la suerte de tener a una familia que estaba a mi lado, apoyándome en todos los sentidos. También hablaba cada semana con Marco, para mantenerle informado de mis mejoras, aunque también le pedía por Blanca, si estaba bien o no. Al principio me dijo que ella se lo había tomado muy mal, que se había adelgazado mucho y que había tocado fondo. Después supe que se había mejorado, aunque siguiera teniendo ese deje de tristeza en la mirada.
Era 27 de mayo, el cumpleaños de Blanca. No le había dicho nada en todos aquellos meses, pero creía conveniente enviarle un mensaje, para que tuviera claro que seguía acordándome de ella y que era imposible olvidarla. Después de enviárselo, pesé que quizás no había sido correcto, que ella se sentiría mal al leerlo; pero yo no había podido evitarlo.
Eran las diez de la mañana y el timbre de casa de mis padres sonó. Me deslicé con la silla de ruedas por los amplios pasillos de la casa familiar y abría la puerta. Allí estaba Teresa, mi fisioterapeuta y ya gran amiga. Entró en la casa con una gran sonrisa.
- ¡Vamos a darle duro! – dijo sonriéndome.
Entramos en la habitación que mis padres habían habilitado como sala de rehabilitación, y Teresa me acercó las muletas para que empezara a caminar. Mi fisioterapeuta era la típica mujer independiente y atractiva: medía un metro setenta y cinco centímetros, y tenía una melena castaña oscura y unos grandes ojos marrones. Pero había algo especial en ella: era lesbiana, no había ninguna opción en que nosotros termináramos liados o algo por el estilo.
- Hoy es el cumpleaños de Blanca – dije, mientras andaba apoyándome en las dos barras.
- ¡Qué bien! ¿Las has llamado?
- Le he enviado un mensaje por WhatsApp.
La sonrisa de Teresa desapareció de su rostro y me miró desafiante.
- ¿Pero tú estás tonto o qué? – estaba enfadada - ¿Cómo se te ocurre enviarle un mensaje a la chica de tu vida para felicitarla?
Me quedé callado y seguí haciendo mis ejercicios. Teresa sabía todo lo que había ocurrido, toda mi historia con Blanca, ¿por qué no apoyaba mi decisión?
- No quiero oírla, si escuchara su voz me derrumbaría – estaba intentando no llorar.
La fisio me miró y calló. Se imaginó por todo lo que estábamos pasando, tanto Blanca como yo. No volvimos a decir nada en toda la hora y media de rehabilitación.
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Volveré, te lo prometo #NikéAwards
RomansaSticker de Bronce en el concurso Niké Awards en la Categoría de Romance. Una historia que demuestra que en un solo instante todo puede cambiar. Blanca, una maestra que adora su trabajo, que tiene una familia a la que adora y unas grandes amigas. Pe...