Domingo 14 de julio. La última noche de Álvaro en Mallorca antes de irse durante medio año a un poblado de África, dejándome sola en la isla.
Esas casi dos semanas en las que estuvimos juntos habían sido inolvidables y geniales. Apenas nos habíamos separado y habíamos ido de mi apartamento al suyo y viceversa constantemente. Habíamos aprovechado ese tiempo para ir al cine, al teatro, a las playas más desérticas, a cenar y habíamos hecho el amor casi todos los días. Nos habíamos conocido un poco más y nos dimos cuenta de que teníamos más cosas en común de lo que, en un principio, creíamos.
Pero desgraciadamente ésa era la última noche. Nuestra relación podría haber sido corta (demasiado para mi gusto) pero había sido tan intensa… No sabía que haría sin él, y tampoco si lo nuestro continuaría cuando él volviera a Mallorca después de su aventura africana.
Álvaro se acababa de ir de mi apartamento, dónde habíamos cenado, y ya notaba un enorme vacío en mi pecho. Mis ojos se humedecieron y empecé a derramar miles de lágrimas. No me había dado cuenta, pero lo que sentía por él ya era muy fuerte, y el hecho de que se fuera aún me dolía más y más. No quería ni imaginarme como estaría a la mañana siguiente, cuando me despidiera de él en el aeropuerto, ¡qué mal!
Esa noche apenas pude dormir. Di vueltas y más vueltas en la cama, pero no podía dejar de pensar que el chico con el que me había ilusionado me dejaba sola y desamparada. Bueno, sola y desamparada no, pero que se iba y vete tú a saber cuándo volvería a saber algo de él sí que pasaría. ¡Qué agobio me estaba entrando!
Al día siguiente mi cara era un poema: los ojos estaban rojos y estaban surcados por una mezcla de bolsas y ojeras. Eso no lo arreglaría ni con maquillaje ni con corrector. Álvaro vería mi cara y saldría corriendo.
Me tomé el café con leche y me metí en la ducha, para intentar tranquilizar mis nervios y mejorar mi cara de muerta. Me vestí e intenté mejorar mi rostro con un poco de corrector, máscara de pestañas y colorete. Necesitaba coger algo de color.
Cuando creí que estaba mínimamente decente, cogí el bolso y las llaves del coche y fui a buscar a Álvaro a su casa. Iba en el coche escuchando a Love Of Lesbian, para martirizarme aún más y recordar todo lo que había vivido con Álvaro. Recordé cuando lo vi por primera vez en la fiesta previa a la boda y lo que provocó en mí su atractivo, como me había intimidado e impresionado con su físico; todo lo que habíamos pasado en muy poco tiempo. Y en ese momento iba a buscarlo a su casa para acompañarlo al aeropuerto y que se marchase a Nigeria. Era todo tan… doloroso.
Al llegar delante de su bloque de pisos, él ya estaba esperándome en el portal con todas sus maletas y tan guapo como siempre. Iba vestido con unos pantalones vaqueros caídos y largos y una camiseta gris de manga corta, también iba calzado con unas Converse negras.
Me apeé del coche y abrí el maletero. Álvaro se acercó a mí y, cogiéndome totalmente desprevenida, me besó con intensidad, haciendo que mi estómago me diera un vuelco.
- Gracias por acompañarme al aeropuerto – dijo, mientras colocaba su equipaje en la parte trasera del coche.
- No hay de qué – dije, mientras me metía en el coche y aguantaba las lágrimas.
Al llegar al aeropuerto, los tres compañeros de viaje de Álvaro ya estaban esperándonos. Eran más o menos de la misma edad del chico que andaba a mi lado, pero para mí no eran ni la mitad de atractivos que Álvaro.
Al llegar, los tres chicos me miraron con extrañeza. Era normal, no me habían visto en su vida y de repente aparecía una chica con uno de sus compañeros pues era normal que me miraran con cara rara.
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Volveré, te lo prometo #NikéAwards
RomansaSticker de Bronce en el concurso Niké Awards en la Categoría de Romance. Una historia que demuestra que en un solo instante todo puede cambiar. Blanca, una maestra que adora su trabajo, que tiene una familia a la que adora y unas grandes amigas. Pe...