Ya había pasado casi un mes desde que Álvaro había salido del hospital, y aunque la mejoría iba avanzando muy lentamente, yo seguía confiando en que, tarde o temprano, todo volvería a ser igual y que aquello sería solamente un pequeño obstáculo en nuestra relación.
Era la fiesta de las Islas Baleares, y aprovechamos el ambiente festivo y la feria medieval que había situada en el Passeig Sagrera para ir a pasear un poco. Aunque Álvaro no terminaba de acostumbrarse a ir en silla de ruedas y de que la gente le mirase aquello no fue un impedimento a salir un rato de casa para despejarnos.
Solamente paseamos por el Passeig Sagrera y el parque de Sa Feixina, pero vimos puestecitos adorables y no pudimos evitar comprar dos botecitos de miel de la zona y dos pulseras de cuero marrón, iguales, una para cada uno de nosotros.
Después de ir a cenar de unas hamburguesas en un puestecito callejero, volvimos a casa con el coche. No me había acostumbrado de qué me tocaba conducir siempre a mí, ni de que Álvaro era mi copiloto. Tampoco pensé que nuestra convivencia empezaría de aquella manera, pero no me arrepentía. Era mi obligación estar con él, apoyarle y ayudarle en todo lo necesario. Yo no era capaz (tampoco quería) de dejarle solo en la estacada.
- ¿Qué piensas?
- Pensaba en todo lo que nos ha ocurrido – preferí ser sincera -. No quiero que pienses que me arrepiento de haber dado el paso; al contrario, me siento bien con lo que he hecho y quiero que me creas que para mí esto no es ninguna obligación.
Álvaro me sonrió y apretó mi muslo con su mano, mandándome toda la fuerza que necesitaría para superar aquella dura batalla. Una batalla en la que los dos debíamos luchar con todas nuestras fuerzas.
Apenas nos dimos cuenta y el mes de marzo ya terminaba. Álvaro había conseguido muy buenos resultados en su rehabilitación, fruto de la paciencia y la constancia. Incluso ya empezaba a dar algunos pasos con las muletas y empezaba a ser un poquito más independiente. Por eso se notó un mejor ánimo en casa y nos animamos a hacer todavía más cosas, incluso empezamos a planear nuestras vacaciones de Semana Santa. Aunque Álvaro tuviera que ir en silla de ruedas, planeamos irnos a pasar la semana justo después de las festividades a Sevilla; el clima era agradable y no haría un calor exagerado.
Ya estábamos en abril y el tiempo empezaba a mejorar: los abrigos empezaban a esconderse en los armarios y los complementos como los guantes o las bufandas ya estaban en los cajones. Con aquel ambiente primaveral mi humor mejoraba, aunque la alergia se trasladaba a mi cuerpo y se negaba a salir de él. Pero aquel alegre día de primavera se vio ennegrecido debido a una llamada al teléfono del colegio: Álvaro no estaba bien.
Mireia me hizo el favor de sustituirme aquel día, y me fui corriendo a casa, pensando lo peor.
Al llegar, la imagen que me encontré era desoladora: Álvaro estaba tirado en el suelo, llorando como un niño en incapaz de levantarse.
Tiré al suelo todos los trastos que llevaba encima y ayudé a Álvaro a levantarse y que se sentara en la silla. Él lloraba y yo también lloré: no era nada agradable ver a alguien como Álvaro indefenso en el suelo. Una vez estuvo sentado en la silla, inspeccioné su cuerpo, para ver si había alguna herida o algún golpe que le hiciera daño. Después lo abracé.
- Ya estoy aquí, mi amor – le acaricié el pelo mientras las lágrimas recorrían mis pómulos.
Álvaro seguía aferrado a mi cintura, llorando y maldiciendo todo lo que nos estaba ocurriendo.
- Blanca, no quiero que sigas cuidándome y que tengas que vivir este calvario conmigo.
Separé mi rostro y lo miré. Estaba triste y asustado, pero yo me negaba a pensar que aquello que había dicho era cierto.
- Estás de broma, ¿verdad?
Negó con la cabeza, mientras apretaba los labios intentando no derramar más lágrimas. Álvaro no estaba bromeando, iba muy en serio.
- No quiero que estás mal por mí, no quiero que veas mis peores momentos en esta lucha – dijo, mientras sorbía por la nariz.
Me separé de él y vi cómo se iba hacia el salón. Le seguí y lo encontré mirando por la ventana. Su sufrimiento también era el mío, no conseguí parar de llorar.
- Yo quiero estar a tu lado – dije en un hilo de voz.
Se acercó hasta mí e hizo que me sentara en sus piernas, me acarició el rostro y me dio un dulce beso en los labios.
- No quiero que sufras más. No quiero tenerte para mí y que tú hagas todo lo posible para que nuestra relación funcione y yo no poder darte nada a cambio. Dame un tiempo: un tiempo para mejorarme física y psicológicamente. Cuando esté recuperado te prometo, te juro, que volveré a por ti… - volvió a besarme – Aunque si tú encuentras a alguien mejor lo entenderé, y me retiraré con elegancia.
Le abracé fuerte fuerte, derramando aún más lágrimas. Yo no quería separarme de él, quería ser testigo de su mejoría. Pero me pedía que me fuera, que lo esperase, pero que me fuera.
Con toda la dignidad que pude, empecé a hacer la maleta con mi ropa y mis complementos. Llamé a mi hermana para que me ayudara a trasladar todas las cosas de mi trabajo. Mientras tanto, Álvaro observaba como hacía mi equipaje.
Una vez hecha la maleta y arregladas mis pertenencias, Álvaro me acompañó a la puerta.
- Voy a estar la temporada de mi recuperación en Barcelona – suspiró -. Pero, como ya te he dicho, volveré para retomar lo nuestro cuando esté completamente recuperado.
- Espero que esta promesa también se cumpla – dije mientras salía por la puerta.
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Volveré, te lo prometo #NikéAwards
RomanceSticker de Bronce en el concurso Niké Awards en la Categoría de Romance. Una historia que demuestra que en un solo instante todo puede cambiar. Blanca, una maestra que adora su trabajo, que tiene una familia a la que adora y unas grandes amigas. Pe...