cuarenta y siete; cocinar para alguien

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Un poco después de las cuatro de la mañana Graham salió a escondidas por la puerta trasera de su casa ¡Como si el pudiera esperar a la salida del sol para ver a Irina! Quería hacer lo correcto y dormir un poco pero después de la charla en familia se dio un baño y se recostó en su cama esperando que el sueño llegara, después de media hora se rindió sabiendo que si no la veía no volvería a recuperar lo poco de paz mental que había alcanzado.

Casi estaba afuera cuando Cookie lo vio y empezó a ladrar con entusiasmo, Graham maldijo entre dientes y se acercó para acariciarlo a ver si así se callaba.

—Escuchame amigo, yo voy a salir y tu te quedarás aquí sentado ¿de acuerdo? Sentado —él le obedeció y Graham empezó a retroceder hasta llegar a la puerta, una vez afuera suspiro con alivio pero se detuvo al escuchar las garras del perro arañando la madera junto a sus gemidos lastimeros —No puede ser.

Al abrir la puerta el perro volvió a mover la cola todo feliz y Graham aunque quisiera no podía enojarse con la bola de pelo solo por estar contento de verlo.

—Si no dejas de llorar todos se despertaran -el acarició el suave pelaje de Cookie y luego lo tomó en sus brazos —No te va a gustar el viaje pero nos las apañaremos.

Graham cerró suavemente la puerta con el perro en brazos y caminó hasta el otro lado de la calle para pararse debajo de la ventana de Irina, sabia que tal vez estaba despierta porque su habitación estaba iluminada, miró al perro en su mano que se entretenía mordiendo levemente sus dedos y no le gustó mucho la idea que se había formado en su cabeza pero era la única que tenía así que metió a Cookie en el bolsillo de su sudadera y esperó que se quedara tranquilo.

—Espero que no se te ocurra salir de ahí —el perro sacó la cabeza por un extremo del bolsillo pero no se movió, Graham sabiendo que tenia que moverse rápido empezó a escalar por los huecos de la pared y al llegar arriba notó que la ventana estaba cerrada por lo que tuvo que llamar y esperar a que ella la abriera.

Irina se acercó y al notar quién era no dudo en abrir la ventana y hacerse a un lado para dejarlo pasar, él entró y lo primero que notó fue que ella y su mirada triste, una mirada que jamás debería tener en la cara pero de alguna manera había pasado. Ella se aferró a él mientras leves temblores sacudían su cuerpo, estaba llorando en silencio, cosa que a él le hacía doler el corazón. Un movimiento en el medio de ambos los separó ella se limpió las lágrimas y sonrió un poco al ver al cachorro asomando la cabeza por el bolsillo de su sudadera.

—Eso si no me lo esperaba —dijo ella sacando al cachorro para darle cariños, Cookie inmediatamente se alzó y empezó a lamer las lágrimas de las mejillas de Irina, como si supiera que eso la haría sentir mejor —Sabía que vendrías, aunque estaba preocupada.

—No fue tan malo —ella se sentó en la cama con Cookie entre sus piernas y él se acercó para sentarse frente a ella. La observó durante unos segundos, ella llevaba un suéter color gris y unos pantalones de pijama de cuadros grises y verdes, su cabello estaba suelto y no traía nada de maquillaje por lo cuál podía ver sus ojos hinchados y algo rojos, señal de que había llorado —Yo estoy más preocupado por ti.

—Estoy bien —ella se encogió de hombros y ahí estaba de nuevo esa tristeza reflejada en su rostro -Supongo que estaré mejor.

—Claro que si, eres Irina Schwartz —dijo él levantándose, ella lo imitó y lo miró con esos ojos grandes húmedos por las lágrimas no derramadas, se veía tan vulnerable y él no pudo evitar tomarla en sus brazos y abrazarla por un largo rato.

—Me gustan tus abrazos —dijo ella contra su pecho —me hacen sentir querida.

—Lo eres —murmuró él besando su cabeza —más de lo que alguna vez podrías imaginarte.

Ciento un RazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora