cincuenta y tres; las razones de Graham

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—Buenos días, querida —Irina sonrió un poco a su abuela y se acercó a la cocina para tomar una taza de café, era curioso el hecho de que antes no le gustaba mucho y ahora parecía que no podía funcionar sin una taza de café —¿Descansaste?

—Claro —su abuela sonrió y se movió para prepararle un plato de desayuno, era muy amable de su parte no mencionar la mentira tan obvia que había dicho, después de todo los círculos oscuros bajo sus ojos la delataban pero aunque el día anterior había sido su último examen ella no podía dormir.

Suspiró cuando el primer sorbo de café tocó su lengua y cerró los ojos unos segundos saboreando ese primer momento placentero de la mañana, Irina debía admitirse a sí misma que después de Graham y su lista ella empezaba a apreciar un poco más las pequeñas cosas.

Graham.

El simple hecho de pensar en él hacía que le doliera el pecho y en ese momento deseó con todas sus fuerzas no amarlo, deseó nunca haberlo conocido y jamás haberlo ayudado porque dolía y dolía muchísimo. Dos semanas exactas se cumplían desde que había mandado ese regalo, dos semanas sin ninguna respuesta por parte de Graham.

Dos semanas de absoluto silencio.

—¿Tienes planes para hoy? —ella negó con la cabeza cuando su abuela dejó un plato con waffles frente a ella —Está bien, querida.

—Gracias por el desayuno —agregó suavemente mientras veía a su abuela caminar en dirección al baño, unos segundos después se escuchó el sonido de la ducha y fue cuando los hombros de Irina cayeron al igual que su sonrisa, como cada vez que estaba sola.

Aunque las lágrimas querían salir ella las mantuvo a raya mientras comía su desayuno en silencio y hojeaba con pereza sus redes sociales, cuando terminó su desayuno escuchó la puerta del baño abrirse y luego las pisadas de su abuela hasta su habitación. Irina se sobresaltó cuando escuchó el teléfono de la casa sonar, lo miró con ansiedad y luego miró el pasillo, no quería contestar porque podía ser su madre y lo que menos quería era hablar con ella o todo lo que había reprimido con éxito éstas dos semanas simplemente saldría y tenía la impresión de que si empezaba a llorar jamás terminaría.

—¿Puedes contestar, querida? —suspiró porque sabía que no tenía otra opción así que tomó el teléfono deseando que colgaran del otro lado.

—¿Hola?

—¿Irina? Oh gracias a Dios, no sabía si ibas a estar ahí pero tu madre me dio éste número —ella tardó un par de segundos buscando en su memoria hasta que su cerebro le dio la respuesta correcta, entonces sintió que su corazón latía más rápido y sus ojos se abrían con sorpresa.

—¿Señora Stepanov?

—Si, cariño —su voz sonaba algo agitada —lamento molestarte pero Graham no contesta su teléfono desde ayer y yo creí que tal vez tu sabrías qué le pasó.

—¿Por qué iba a saberlo?

—¿Acaso él no está...? —ella hizo una pausa confusa que solo dejó a Irina con un montón de preguntas —Oh bueno, supongo que si no se ha comunicado contigo es que no ha tenido tiempo, intentaré en otra parte ¡Adiós Irina!

—¡Espere! —pero se escuchó el click y la llamada fue cortada, con un gruñido de frustración Irina colgó el teléfono y tomó el suyo para empezar a marcar el número de Graham pero se detuvo ¿Debería intentar llamarlo? Hace dos semanas que no obtenía nada de su parte y tal vez... No, su madre sonaba preocupada ¿Qué si le había pasado algo? Ella no podría perdonarse eso.

—¿Quién llamaba? —su abuela salió del pasillo ya vestida mientras se ponía unos aretes, parecía que iba a salir, Irina abrió la boca pero entonces la voz robótica de la contestadora salió del auricular de su teléfono y eso la agitó. Ni siquiera se molestó en cambiar sus pantalones térmicos y enorme sudadera mientras se calzaba unas botas y tomaba una bufanda y un abrigo del armario —¿A dónde vas?

Ciento un RazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora