Ocho meses después, abril
Lauren
Me senté en la penumbra, mirando el horizonte mientras escuchaba las conversaciones que las aves mantenían a mí alrededor. Sonreí cuando el resplandor amarillo en la distancia me hirió los ojos. Era como si esos pájaros supieran unos momentos antes de la gloriosa salida del sol y cantaran sus alabanzas de bienvenida. Permanecí allí sentada hasta que la bola rojiza surgió por completo desde más allá del horizonte.
Pensé en Camila, como hacía siempre cuando veía surgir el sol. Me pregunté dónde estaría, si era feliz. Pero no fui más lejos, todavía no podía permitirme preguntarme nada más.
Luego continué corriendo a lo largo del canal C&O con los otros corredores madrugadores y me fui a casa cuando acabé para darme una ducha rápida. Necesitaba café. Creo que nunca seré una persona madrugadora, pero había convertido en una prioridad ponerme la alarma y correr al aire libre en vez de en la cinta. De esta manera, podía ver la salida del sol a menudo. Me había perdido ya demasiadas.
Me graduaría en derecho a principios de verano, y los siguientes dos meses iban a ser una locura entre horas de estudio y exámenes. Además, había pedido trabajo en Washington D. C., con la esperanza de conseguir un puesto en la oficina del fiscal. Me sentía llena de emoción al ver que la vida me llevaría en una dirección que había elegido sin más propósito que lo que yo quería hacer con ella. Encendí la cafetera e inicié el día.
Camila
—¡Sacad las pollas de la arena, sacos de mierda! —gritó el instructor Wegman. ¡Santa madre de Dios! Me gritaban de dolor todos los músculos del cuerpo. Llevábamos así casi cinco horas; era nuestro castigo por fallar en una inspección de cuchillo durante la primera semana de entrenamiento en los SEAL. Estábamos a punto de hacer una inmersión en el mar y los instructores se pasaron para inspeccionar el equipo. Un chaleco hinchable, un cartucho de CO2 y un cuchillo Ka-Bar. Cuando el instructor Flynn frotó mi cuchillo contra el vello de sus brazos, me miró y gritó «Fallo». «¡Joder!». Al final de la inspección, otros siete hombres y yo tuvimos que unirnos a los instructores en el Grinder, el área donde entrenábamos, a las diez en punto de la noche.
Yo ya estaba agotada después de un día de brutales entrenamientos que había comenzado a las cinco de la madrugada. Habíamos empezado con una rutina cronometrada de ocho kilómetros solo con botas y pantalones, sobre arena blanda, que teníamos que llevar a cabo en menos de treinta y dos minutos. Corrimos sobre dunas de arena y después nadamos dos mil metros... Y eso fue antes del almuerzo.
Pero no teníamos otra opción. Los ocho nos pusimos hombro con hombro cuando los instructores se presentaron ante nosotros, mirándonos con irritación.
—Si ni siquiera se os puede confiar una pieza del equipo, ¿cómo cojones se supone que vamos a confiaros nuestra vida en el campo de batalla, sacos de mierda? —Nos quedamos en silencio mientras los instructores nos increpaban, diciéndonos lo cagados que estábamos. Eso no estaba mal. Al menos era un pequeño descanso.
Pero entonces se desató el infierno. Nos habían dicho que corriéramos hacia la orilla, nos mojáramos y luego regresáramos en dos minutos. Cuando lo hicimos, el instructor Wegman miró el cronómetro y negó con la cabeza.
—Dos minutos y diez segundos, sacos de mierda. Por cada segundo que paséis de los dos minutos, haréis ocho rondas de flexiones. —Y empezamos la ronda de flexiones, y luego corrimos de nuevo a la orilla para tratar de regresar en menos de dos minutos. La segunda vez tardamos dos minutos y doce segundos. Así que hicimos doce veces ocho rondas de flexiones. Cada vez nos llevó más tiempo, nuestros cuerpos eran físicamente incapaces de sobreponerse al agotamiento. Y llevábamos así cinco horas. Ahora estábamos haciendo sesenta veces ocho rondas de flexiones, apenas capaces de movernos. Cojeábamos desde el agua y solo teníamos ganas de arrastrarnos.
Cuando se me doblaron las piernas de camino hacia el agua, el hombre que iba a mi lado me agarró por la cintura y me levantó.
—Venga, arriba. Te tengo. Tómatelo con calma y date un minuto para recuperarte en el agua. De todas formas no vamos a ser capaces de hacerlo en menos de dos minutos. Así que solo debemos mantenernos en pie.
Les di a mis piernas un minuto para que dejaran de temblar y continué con él hacia la orilla.
—Gracias, tío —gemí, haciendo una mueca de dolor al notar los escalofríos en las piernas.
—Me llamo Shawn.
Asentí. Solo lo conocía por el apellido, Mendes.
—Yo soy Camila.
—Joder... —murmuró Shawn cuando se sumergió en el agua fría y oscura del océano.
Luego cerró los ojos durante un minuto y se quedó inmóvil, dejando que su cuerpo descansara. Yo hice lo mismo y, después de unos segundos, se dio la vuelta y comenzó a salir de las olas, esta vez con un castañeteo de dientes y temblando de frío.
—No puedo seguir adelante —confesé entre dientes, tensando la mandíbula dispuesto a impedir que temblara.
—Apuesto lo que sea a que pensabas lo mismo hace tres horas —susurró Shawn—. Yo lo hice. Y, sin embargo, estábamos equivocados porque todavía estamos aquí.
Mi rostro se movió en algo parecido a una sonrisa cuando le seguí cojeando hacia el Grinder para otra tanda de flexiones. Quizá en esta ocasión un centenar de rondas de ocho.
Trastabillé cuando un compañero vomitó en la playa, a mi lado.
—Sacos de mierda, no volváis a fallar una inspección de cuchillo —dijo el instructor Flynn, levantándose de la plataforma donde los instructores habían estado sentados toda la noche. Habíamos terminado.
Cuando comenzábamos a cojear hacia los barracones, el instructor Flynn nos detuvo.
—Esperad. Antes de entrar, debéis limpiar toda la arena que habéis traído a la zona de entrenamiento.
Una hora después, cojeamos hacia el interior para dormir una hora antes de que comenzara de nuevo el entrenamiento. Vi que Shawn se daba la vuelta para irse a su habitación.
—Oye, gracias de nuevo —me despedí.
Se limitó a asentir y esbozó su propia versión de algo parecido a una sonrisa.
Cuando me sacaron de la cama una hora después, me sentía como si hubiera caído por un acantilado y me hubiera golpeado con las rocas dentadas del fondo.
«No hay ni una jodida manera de que pueda conseguir hacer esto otro día», me dije a mí misma. ¿Cómo cojones iba a superar la semana del infierno cuando ni siquiera podía asimilar un castigo brutal durante una noche? La semana del infierno eran cinco días con sus noches como lo que acababa de soportar, probablemente mucho peores, en los que no dormiría nada. Estaba hecha polvo por haber dormido una sola hora; ¿cómo iba a estar una semana sin dormir mientras me torturaban de forma constante? Por lo que había oído, antes de que llegara el quinto día, la mayoría deliraban hechos polvo, y se rendían. Parecía que no estaba hecha para esto. Era una mierda.
Cojeé con intención de dejarlo. En ese momento, nada parecía más importante que regresar a la cama y tratar de no moverse. Me sentía media loca de dolor y agotamiento.
Pero cuando salí, el sol rompía en el horizonte del océano Pacífico, frente a mí. Me quedé quieta, con los ojos clavados en esa pequeña franja de brillante color naranja.
Cerré los ojos y me imaginé a Lauren delante de mí mientras la rodeaba con los brazos, como si estuviéramos contemplando la imagen. «Lauren». Fue como si sintiera un disparo de energía que me inflara las fuerzas que me faltaban. Suficiente como para olvidar mi decisión y volver al interior, camino a las duchas.
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Cariño,Te Amaré Por Siempre (Adaptación camren G!P)
RomanceLauren Jáuregui tiene un plan. Ha organizado su vida a la perfección y se siente orgullosa de conseguir siempre sus objetivos. Sabe quién es, de qué forma vivirá, jamás da un paso en falso, y nunca se ha parado a considerar lo que desea en realidad...