1. La niña de la noche

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Querido Gilbert,

Hace mucho tiempo que no compartimos enrevesadas conversaciones. Anhelo el día en el que podamos volver a vernos, en el que podamos volver a convivir como lo hacíamos antaño.

Mediante estas simples palabras, querría comunicarte el siguiente mensaje: presurosamente llegaré a Avonlea, una amable mujer quiso adoptarme como hija, por lo tanto, lo más probable es que esta sea la última carta que te escribiré desde el orfanato.

Estoy rebosante de alegría y emoción, es una sensación fantásticamente perfecta. Me hallo en espera de poder volver a escuchar tus jolgorios llenos de alegría.

Espero verte pronto.

Tuya por siempre,

Luna.

Gilbert dobló nuevamente la carta, y la guardó en una cajita donde reposaban cientos de cartas enviadas por la chica, y respondidas por el chico.

Una pequeña sonrisa se le dibujó en el rostro al joven Blythe. Hacía tiempo que esperaba ese tipo de noticias, le alegraba que a su amiga por fin le esperara un poco de felicidad en su oscura vida.

Ellos dos se conocieron en un viaje en una ciudad extranjera. Gilbert viajaba con su padre en busca de un médico, pues la salud del señor Blythe no era estable. En una de las travesías, Gilbert salió a dar un paseo, ya que se encontraba abrumado por todas aquellas responsabilidades que reposaban en sus hombros y que tenía que llevar acabo, aún siendo un chico de apenas diez años.

Caminaba y caminaba, sin fijarse siquiera en el camino de vuelta. Así fue como el sol comenzó a esconderse, y la luna a relucir su esplendor. Gilbert, desorientado y confuso, miró a todos los lados perdido. Se asustó al recordar que no se encontraba en Avonlea y que no se había fijado por dónde iba.

En la silenciosa calle, escuchó los leves golpes que proporcionaban unas botas. Cortos y tranquilos pasos se acercaban al lugar donde estaba el chico, junto a un leve silbido. Gilbert, apoderado del miedo y el agobio, decidió esconderse tras un coche cercano.

Las pisadas se acercaban con parsimonia, sin prisa alguna. La canción que silbaba la persona era extrañamente tranquilizadora. Gilbert asomó la cabeza, encontrándose con todo lo contrario a lo que en principio se había imaginado.

Una niña de próximamente diez o nueve años paseaba por las silenciosas calles. Tenía el cabello atado en dos coletas bajas, del color de la noche, con hermosos reflejos azul marino. El chico no pudo apreciar bien sus rasgos, sólo podía ver que ella no era americana, más bien del lejano oriente. Portaba viejos ropajes, sucios y rasguñados.

Gilbert salió de su escondrijo, y se acercó a la niña por detrás. Colocó una mano suavemente en su hombro, tratando de no asustarla, pero lo que consiguió fue exactamente lo contrario. La chica pegó un respingo y un gritito ahogado, al mismo tiempo que se giraba y se ponía en posición de defensa.

El Blythe reprimió una risilla, y se dispuso a hablar.

-Perdone señorita, no era mi intención asustarla -se disculpó de todo corazón el chico.

La niña no habló, sólo se quedó mirando al chico.

-Me gustaría pedirle, si no es mucha molestia, que me indicara la dirección de la casa del señor Briggs, el médico de la ciudad.

I Found You, Gilbert Blythe »Gilbert Blythe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora