2.3. ¿Por qué no te quedas a cenar?

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Gilbert admiraba el paisaje mientras volvían a casa. Como un niño pequeño, observaba cada pequeño detalle: cada roca; cada hoja; cada planta; cada soplo de aire que hacía ondear el ahora corto cabello de Luna; cada expresión que mostraba la pelinegra.

Todo era... nuevo. E incómodo.

Nadie hablaba, cada uno estaba sumergido en sus pensamientos: Bash, en cómo sería su nueva vida, con una casa, una familia...; Luna pensaba en el día de mañana, cuáles eran sus tareas y cómo sacaría adelante la casa que había dejado Charlotte al morir. Y Gilbert... Al pobre chico solo le quedaba fantasear en una reconciliación que nunca pasaría.

Un tiempo después llegaron a la casa del chico. Los tres bajaron y se aproximaron a la vivienda. Se veía triste, demasiado tiempo sin haber tenido a alguien habitando en ella. Pero Gilbert notó aquellos pequeños detalles en los que nadie se habría fijado de primeras; esa teja que solía estar suelta, ahora arreglada, o ese porche sin una hoja caída encima.

Aunque la llave de la casa permanecía en el mismo lugar donde la dejó años atrás. Abrió la puerta, encontrando aquel espacio tan familiar, tan acogedor, y tan frío ahora. Pero todo estaba impoluto. No había una gota de polvo en las mesas y la casa no olía a cerrado.

-Limpiaba la casa de vez en cuando, si eso es lo que te preguntabas -habló Luna, tomando por sorpresa a Gilbert-. He visto que mirabas cada detalle.

El chico sonrió, y agradeció profundamente a esa chica que lo volvía loco, por haber guardado la esencia que creía perdida para siempre. Se dirigió a su cuarto. Bash lo siguió, sin perder detalle de cada esquina de la casa.

Luna se quedó en el umbral de la puerta, dudando en si entrar o no. Ahora que volvía a estar habitada, todos los recuerdos de los momentos pasados se le venían a la cabeza como una bomba, estallando en el centro de su mente. Tomó aire y lo retuvo por tres segundos. Adelantó un pie, dispuesta a colocarlo en el suelo de madera, pero cuando parecía estar a punto de tocarlo, lo retiró.

Se dio la vuelta, dispuesta a irse, mas la voz del muchacho la detuvo.

No se había parado a pensarlo antes, tampoco había tenido gran ocasión de fijarse, pero la voz de Gilbert había cambiado. Ahora era más grave, uno o dos tonos. Acorde a su nueva imagen, la de un atractivo joven.

-¿Por qué no te quedas a cenar? -le propuso Gilbert-. Se está haciendo de noche, y no quisiera que volvieses sola...

Se vio tentada a decir que sí, a volver a las viejas costumbres y a volver a sentir el calor del chico envolverla en un suave y delicado abrazo, pero no permitiría que Gilbert volviese a entrar en su corazón. Le había hecho mucho daño y no tenía ganas de volver a llorar, no tenía ganas de sentir.

-Por eso no te preocupes -respondió Luna-, te recuerdo que llevo haciendo eso dos años. Por un día más no pasará nada.

La respuesta de la muchacha dejó a Gilbert confundido. La verdad, no se esperaba esa frialdad de aquella mujer. Deseaba que ella aceptase, que dijese que sí para volver a tenerla a su lado, tenerla solo un poquito más. No quería separarse de Luna, había sentido su falta cada metro que se alejaba de ella, y ahora que la tenía de nuevo a su lado, se marchaba.

Pero Luna se fue y Gilbert no hizo nada para impedirlo. Tal y como hacía dos años, aunque era ella la que se marchaba ahora.

Luna cerró la puerta y se dejó deslizar por ella hasta sentarse en el suelo, abrazando sus rodillas. Mentiría si dijese que no se moría de ganas de entrar a esa sala y volver a ser como antes.

Pero se tragó las ganas y se dirigió a la carreta, tomando el camino de vuelta a casa.

-¿Por qué no la has parado? -le preguntó Sebastián sentándose en una silla.

-Es mejor así -contestó en tono bajo-. Las cosas no son como antes...

-Bueno, no estés así, ¿vale? -intentó animarle el hombre-. Piensa que por lo menos has podido pasar un rato con ella.

-Sí... Es mi único consuelo.

-Estoy seguro de que todavía te quiere. Solo dale tiempo. No tiene que ser fácil encarar al que fue tu mejor amigo hace años y que se fue casi sin avisar.

-Eso, tu mete más el dedo en la herida -se quejó el joven.

-Pero es la verdad -respondió Bash.

Los dos chicos suspiraron. Sebastián lamentándose de Gilbert, y Gilbert lamentándose de sí mismo.

Los días pasaron, y llegó el momento en el que Gilbert volviese a la escuela. Tenía alguna idea de lo que quería estudiar, y quedarse en casa cuidando de las vacas no iba a ayudarle a alcanzar su meta.

Se preparó para ir, y despidiéndose de su amigo, tomó el camino hacia la escuela.

Al llegar, se encontró con todas las amistades que había dejado atrás. Ellos, sin duda alguna, lo recibieron con los brazos abiertos. Una grata sorpresa se llevó al ver que, en vez de encontrarse con el Señor Philips, encontró a una mujer, la nueva profesora, Muriel Stacy.

Se sentaron en sus respectivos lugares. Gilbert buscaba con la mirada a una persona en concreto, pero no lograba localizarla. Finalmente se dio por vencido y decidió atender a la clase. Pero cuando estaba a punto de centrarse, la puerta se abrió, dado un fuerte golpe, y dando paso a una agitada muchacha que, como de costumbre, llegaba tarde.

***

Siento haceros esperar tanto por este capítulo...

Pero ahora mismo siento que no puedo escribir nada, estoy bloqueada...

No soy capaz de escribir un final feliz hoy en día (。•́︿•̀。)

I Found You, Gilbert Blythe »Gilbert Blythe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora