Amor final

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Con los ojos cerrados la lluvia comienza a caer. Gota a gota el cuarto se inunda, los truenos retumban por mis oídos y los rayos alumbran la noche naciente. Te has ido y no pude despedirme, no pude desahogarme y no pude soltarte porque no me dejaste tenerte. Los truenos se multiplican y me hacen abrir los ojos, pero no está lloviendo. El cielo no llora, soy yo; el cielo no retumba, es mi corazón que quiere salirse; el cielo no brilla, es la luna que me pide salir a buscarte.

     Decido salir de mi casa y buscar las flores que tanto te gustan y el dulce que tanto disfrutas pero que tanto evitas. Por suerte, encuentro una florería cerca de tu morada. Me dirijo a verte y las manos me tiemblan, no sé qué haré, no sé si seré bien recibido o si me animaré a hablarte. Luego de un rato, doy contigo.

     Después de tanto tiempo por fin te tengo enfrente, por fin estamos a solas y por fin podré decir lo que debí decir tiempo atrás. No me sorprende encontrarte sola, pues ya hace una semana que avisaste que te ibas, ya todos se habían despedido, menos yo. Menos el que rogaba tener una oportunidad contigo que no podía aceptar que te fueras; el que se despertaba todos los días para buscarte y que ahora podía encontrarte solo en la noche; el que se había grabado tu rostro y poco a poco se le iba olvidando.

     Empiezo a hablar, a disculparme, a desahogarme y, sin poder evitarlo, a gritar. Te reclamo que me abandones, que no me lleves contigo, que nunca hayamos sacado todo lo que guardamos, que lloremos ahora que ya no podremos arreglarlo. Quisiera odiarte, sería más fácil para los dos, pero tu partida no me lo permite.

     Empieza a oscurecer y ya no puedo quedarme más. Me agacho, te dejo las flores y los chocolates, trato de besarte y recaigo en dónde estoy. La despedida sería más fácil si pudiera abrazarte a ti y no a una piedra, si lo que nos separara fuera la distancia y no el alma, si te cubrieran tus vestidos y no la tierra, si pudiera verte y no imaginarte.

     Mis ojos empiezan a humedecerse de nuevo; pero no soy solo yo, ahora también el cielo llora conmigo, retumba con mi corazón y alumbra nuestro adiós. Un adiós que no es un hasta luego, es uno definitivo; que no es punto y coma, es punto final para nosotros y, más triste, para ti.

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