De lluvia a tormenta

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Así como el día da lugar a la noche, como la luna trae pesadillas, como una risa puede acabar en llanto y como una saludo se convierte en despedida, nuestro amor pasó de una llovizna que refrescaba a una tormenta que destruía.

Al principio, nuestra llovizna iba plagada de gotas de cariño, cada una era un te quiero y la frecuencia poco a poco fue aumentando, demostrando que podíamos llegar a más, dejando claro que nuestro amor se fortalecía y que teníamos el afecto suficiente para hacer crecer flores a nuestro alrededor. Al aumentar las gotas de cariño, nuestra relación pasó a otra fase: a una lluvia que se mantenía toda la noche, que te daba calma y no dejaba pasar malos ratos, un amor que ya había demostrado fortaleza y que con constancia había comprobado que no era de un rato, que estábamos en la temporada correcta para querernos sin riesgo a nada. De la nada, al mantener nuestra lluvia empezaron los rayos, los relámpagos y los truenos, y con ello los gritos, peleas y separaciones, a veces lográbamos que saliera el sol pero otras veces el cielo se mantenía gris y la esperanza poco a poco se iba perdiendo. En el final manteníamos una lluvia con gotas agresivas, con porciones de odio en cada saludo y de nostalgia en cada despedida, esperando que la tormenta acabara, que dejara de destruirnos y que iniciara la llovizna de nuevo,. Lamentablemente, no tuvimos otro comienzo, todo desembocó en un océano lleno de mentiras, de despedidas y de corazones rotos. 

Quién diría que convertiríamos una pequeña llovizna en una lluvia llena de un amor prometedor para después dejarlo correr en un lugar que no nos pertenecía empapándonos de promesas sin cumplir. 

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