42 | Miseria

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Meses antes de conocer a Alicia

Narra Laurel

Me miré al espejo, y dejé escapar un suspiro con pesadez cuando vi mi camisa rota por la parte de abajo. Las chicas de nuevo lo habían hecho, de nuevo habían arruinado mi ropa.

Salgo de los vestidores y me encamino hacia la salida de la escuela. Hace mucho que terminaron las clases, pero también me habían encerrado en el almacén del conserje.

Eso les parece divertido.

Papá me espera afuera, enfrente de la banqueta. Le había mandado un mensaje antes, diciéndole que me tenía que quedar al aseo. Por suerte, papá se quedó a esperarme.

Automáticamente entro a la camioneta y nos vamos de allí en un silencio algo incómodo, que pronto se ve opacado por la música. Claramente, es banda.

Cuando llegamos a casa y papá mete el carro al garage, salgo con algo de prisa de aquella camioneta.

— Espera, ten.— Papá me extiende una bolsa de queso, y yo lo hago obediente.

Él saca bolsas llenas de cosas como: jitomate, cebolla, cilantro, tostadas, etc. Pobre, él siempre tiene que ir por las compras cuando le toca descanso.

Pero a mamá no se le puede decir no.

Entramos a la casa, y yo ya siento que no tengo espalda. ¡La mochila está súper pesada!

Siento una oleada de alivio cuando siento los aires de mi hogar. Nada como tú casa. Dejo el queso en el comedor y corro a mi habitación, Para así tirarme en mi cama.

O dulce cama.

Odio la escuela, a las chicas, a los bravucones, al director por nunca defendernos y por supuesto a los maestros que empeoran todo.

Pronto me quedo dormida, y lamentablemente me despiertan unas horas después, ya que tengo que comer.

Bah.

Cuando todos nos ponemos a comer como familia, Jocelyn empieza a hablar sobre diversas cosas. Por supuesto, todos le ponen atención.

Pico sin humor el bistec, y pronto me encojo en mi lugar. Mi estómago no me pide comida, y yo no tengo ánimos para nada.

— Hija, ¿Qué tienes? ¿Te sientes mal?— Mamá me mira con preocupación, pero yo solo sonrío de manera falsa.

— No, mamá. Es solo que tengo cólicos.— Miento, pero no me daba pena pensar que mi padre me había escuchado. Total, él sabe de eso.

Pero pronto me arrepiento de haber dicho eso.

— Laurel, no me estes jodiendo ahora. Ates estabas tomando agua con hielo, y hace días te vi con unas sabritas picosas. — Me mira con el ceño fruncido, y su cambio tan repentino de humor me hace estremecer.

No me digno a decir nada, pues de que lo empeorare. Tengo esa mala suerte de abrir la boca y causar la tercera guerra mundial.

Soy tan miserable.

— ¿Y qué tal a ti la escuela?— Pregunta papá, aunque su pregunta es algo seria.— Tu camisa estaba rota.

Chaparras al Ataque Donde viven las historias. Descúbrelo ahora