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«Maeve» leí en la etiqueta sobre el vestido que me había regalado la reina, aunque su intención no fuera que lo usase para esto

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«Maeve» leí en la etiqueta sobre el vestido que me había regalado la reina, aunque su intención no fuera que lo usase para esto.

Fue misión imposible entrar al establo para sacar al caballo, con mi largo vestido blanco.

Eran aún las cinco de la madrugada, todos dormían cuando me marché del castillo para ir a la pequeña ermita en lo alto de la montaña.

Al llegar acaricié al caballo y le di unos cereales, se lo merecía tras haber subido por aquella pendiente.

Entré en la ermita, la luz hacía que aquella simple madera pareciera dorada.

Los únicos allí esperando eran Arthur y el pobre cura que había convencido para casarnos.

—Buenos días.— saludé haciendo una reverencia ante ambos.

—Buenos días nos dé el Señor.— dijo él con una voz átona.—¿Va a venir alguien más?— Arthur negó con la cabeza y el hombre suspiró.—¿Estáis seguros de dar este gran paso?— ambos asentimos tomando nuestras manos con fuerza.—De acuerdo... Estamos aquí reunidos para unir en sagrado matrimonio a...

—Padre,— Arthur le interrumpió bruscamente.— ¿puede saltarse la ceremonia?

—Yo...— el hombre miró todos los bancos vacíos y a las dos únicas personas que había allí.— Como deseéis.— suspiró pesadamente.— Arthur, ¿quieres aceptar a Maeve como legítima esposa hasta que la muerte os separe?

—Sí, quiero.— tardó unos segundos en contestar, lo cual hizo que me tensara.

—Maeve, ¿quieres aceptar a Arthur como legítimo esposo hasta que la muerte os separe?— pude distinguir cierta mueca de felicidad entre sus arrugas.

—Sí, quiero.— crucé los dedos por que esto saliera bien.

—Si alguien tiene algo que decir que hable ahora o calle para siempre.— ni siquiera hacía falta aquel silencio, no había nadie allí para hablar en contra.— Yo os declaro marido y mujer.

Detrás de un gran reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora