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—Maeve, debéis ocultaros

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—Maeve, debéis ocultaros.— el caballero me despertó al alba.

—Espero que volvamos a vernos pronto.— susurré en el oído de  Arthur antes de besarle cuando apenas había abierto los ojos.
Hice lo que el caballero decía, me puse debajo de las patas del potro de tortura que había en una esquina. Entraron otros dos caballeros, alzaron a Arthur como si fuera un juguete roto y lo sacaron de allí.

—Ya podéis salir.— el caballero me tendió la mano para ponerme en pie.—Os he traído un vestido...

—Por favor, no le matéis.— él tragó saliva incómodo.— Le amo, no matéis a Arthur.

—Señorita, no puedo prometer nada.— se alejó deprisa, demasiado como para poder alcanzarle.

Lo único que pude hacer fue ponerme aquel horrible vestido amarillo y sentarme en las gradas a esperar que el duelo comenzase.

—Pan y circo, decía Julio César.— dijo John sentándose junto a mí.— Supongo que el rey se habrá comido todo el pan y no ha quedado nada para el pueblo.

—Es muy posible que mi esposo muera en este circo.— le miré enfadada.

—Sí. El culpable está sentado en ese trono.— el trono de la reina estaba vacío, me alegré de que ella no apoyase aquel evento. Por el contrario, los guardias vigilaban que Joan no abandonase su silla a petición del rey.

—Ahí están.— El caballo blanco de Arthur estaba en el lado izquierdo y en el derecho el impresionante caballo negro.

Detrás de un gran reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora