Esta novela está dedicada a contar la historia de aquellos que están ocultos tras el trono. Hombres y mujeres de confianza para la corona.
¿Qué ocurrirá cuando el rey esté en peligro?
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—Maeve, deja de mirarle así.— me reprendió la institutriz. El rey caminó pesadamente hasta la mesa. La reina se sentó a su lado izquierdo y la amante al lado derecho. La dama de confianza de la reina permaneció conmigo, de pie a un lado de la sala.
—Amén.— concluyó el rey, y una vez la mesa estaba bendecida comenzó a partir el pollo con lentitud.
Crucé los dedos por que siguiera siendo igual de grosero y probara el primer bocado.
Así lo hizo, partió la mejor pieza y la tragó sin ni siquiera masticarla. Sonreí complacida, pues el veneno ya estaba dentro de su asqueroso cuerpo.
Estaba tomando un trago del mejor vino de la comarca, cuando su guardia personal se acercó hasta él y, con un ligero movimiento de muñeca, cortó su cuello.
Todos los allí presentes quedamos sorprendidos menos la reina, que ni siquiera pestañeó mientras él pataleaba escupiendo sangre y vino, hasta que finalmente cayó al suelo, muerto.
—Señores y señoras, han sido testigos de los desprecios de mi marido durante años, ahora yace muerto y por ello se necesita un nuevo líder.— la reina permanecía impertérrita.— Habéis visto cómo este soldado mataba al rey, pero este soldado está a mis órdenes.— la sala se llenó de exclamaciones de sorpresa.
Según la tradición, quién matase al rey sería el sucesor en su puesto, por tanto la reina se convertía en la máxima gobernante.
—¡Yo pagué a la cocinera para envenenar su pan!— interrumpió la querida. No era un mal plan, ya que el rey tomaba una hogaza completa él solo.
—¡Yo envenené el vino!— chilló la dama de confianza. Otra gran idea, pues él tomaba la mejor botella completa cada noche.
—Yo envenené el pollo.— susurré para mí misma, consciente de que la mía había resultado ser la menor amenaza y además le debía lealtad a la reina.
—¿Quién se opone a mi reinado?— no se oyó ni el menor murmullo en la sala, desde luego no podía hacerlo peor que el monarca anterior. Comencé a aplaudir y poco a poco se unió toda la sala.
—Vamos, hay alguien esperándote en el calabozo.— dijo John dejando las llaves en mis manos.
