Detrás de un gran rey

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—Maeve, buenos días.—me saludó una mujer cubierta de manchas de harina.

—Buenos días.— saludé a la panadera con una sonrisa. No porque fuésemos amigas, simplemente por conveniencia.

—He oído que el rey está bajo amenaza, alguien ofrece dinero por acabar con su tiranía.— se me quedó mirando entusiasmada, como si ya saboreara la recompensa por aquella información.

—Qué gran noticia, — fingí sorpresa.— lo fue hace una semana.— continué con tono desagradable.

—Imposible...— comenzó a maldecir en voz baja y a santiguarse sin parar.

—Me temo que tendrás que estar al día, si no abstente de hacerme perder el tiempo.— dicho esto, me alejé unos metros para ir a la tienda de telas, allí tenían rumores de la mejor calidad.

—¿Estás casada?— alguien oculto tras una capucha tomó mi mano.

Llevaba el anillo que Arthur me había regalado, era de un hierro con menos calidad que las herraduras de los caballos de palacio, pero lo lucía orgullosa.

—Así es.— tardé unos segundos en descifrar su rostro.— ¿Ulric?— él asintió y yo le llevé hasta un rincón donde nadie pudiese vernos, gran error.

— No puedo creer que te hayas atrevido.— se le notaba realmente molesto.

—Ya sabías que Arthur y yo nos íbamos a casar.—solo recordar aquella cena incómoda, me puso la carne de gallina.

— Creí que solo era una excusa.— me tomó por los hombros sin yo esperarlo.— ¿Cómo has podido elegirle a él?

—Me ama.— respondí rápidamente, para no dar lugar a dudas.

—Yo haré cualquier cosa por ti.— supe que era verdad, el príncipe era realmente terco a la hora de complacer sus caprichos.— Yo te haré reina.

—Eso no está en tus manos.—me refería a hacerme su esposa, pero lo que dijo a continuación fue digno de oír.

—Mi padre no es eterno.— en su gesto se formó una sonrisa sádica.— Cada día está más viejo, gordo, borracho y débil.

—¿Qué insinúas?— me temblaban las rodillas.

—Mataré a mi padre, y así serás mi reina.