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—Maeve

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—Maeve.— me desperté bruscamente para encontrar a Thomas agazapado a los pies de la cama.

—¿Qué demonios haces aquí?— debían ser más de las doce.

—Un hombre se ha colado en el castillo y no para de gritar tu nombre.— él sacó la espada que usaba para practicar.— He venido a protegerte.

—Seguro que son imaginaciones tuyas.— salí al pasillo en camisón, seguí el sonido de voces hasta el final de las escaleras.

—¡¿Dónde está...?!— la voz de Arthur fue perdiendo fuerza al verme.— Menos mal que estás bien.— se lanzó hacia mí y me abrazó fuertemente.

—¿Qué ocurre?— allí solo estaban Arthur y Joan, pero si el príncipe había podido oírles, pronto aparecería más gente.

—Te dije que estaba perfectamente, márchate.— la amante del rey parecía sufrir cada segundo que Arthur se arriesgaba estando allí.

—No vi el pañuelo en tu ventana y...— me quedé pálida, sabía que estaba olvidando algo.

—¿Quién osa perturbar mi sueño?— el rey abrió la puerta y avanzó a trompicones hasta ellos, seguido por la reina.—Tú...— ver a Arthur le produjo una especie de placer masoquista.—Está en el castillo.— resaltó lo obvio.—Ha incumplido mis órdenes.

Detrás de un gran reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora