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—Maeve, lo haces fatal

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—Maeve, lo haces fatal.— rió Arthur sacudiendo la cabeza.

—¡Eh! No he tenido tiempo para memorizarlo.— me estaba resultado imposible cantar para él como lo había hecho el juglar.— Bueno, después de llamar al rey matareyes, dijo que él no tenía poder sin los que le rodean y que el pueblo no le quiere.

—Entonces le han exiliado por cantar verdades.— murmuró Arthur.— Se está haciendo tarde.— en efecto, solo quedaban unos minutos de luz solar.— Me encantaría acompañarte al castillo.

—Estaré bien.— contesté abrazándole con fuerza. Debía irme ya, quedábamos en el límite entre el pueblo y el castillo para cumplir las órdenes que tenía Arthur de no volver al castillo.

—Es mucha distancia, y el camino es peligroso.— Arthur dejó un gran pañuelo de color blanco en su mano.—Cuando llegues sana y salva a tu habitación, pon este pañuelo en la ventana para que yo pueda saberlo.

—Me parece perfecto.— guardó el pañuelo en mi bolsillo, ambos nos quedamos en silencio, pues había roto mi espacio vital. Cada vez tenía menos barreras que cruzar.— Decir adiós casi duele.— no podía apartar la mirada de sus labios brillantes y visiblemente húmedos.

—Entonces, no lo hagas.— estábamos demasiado cerca, notaba su respiración contra mi piel, apuesto que podía oír mi corazón acelerado.

Un estruendo hizo que nos sobresaltáramos, a continuación la gente comenzó a gritar y encender luces.

—De acuerdo.— dije antes de separarme por completo, eché a correr en la dirección opuesta a aquel conflicto.

Las calles eran ciertamente aterradoras, todo era sucio y gris cuando caminaba sola.

—Niña, toma esta rama de lavanda y hará que encuentres el amor.— una mujer mayor y cubierta de una densa capa de porquería, me acorraló a un lado de la calle.

—No, gracias.— respondí escapando de ella para continuar caminando notablemente más deprisa.

—¡Mala landre te pique y que el Dios Oscuro le quite la vida a todo el que te ame!—chilló ella con la voz rota, acababa de ser maldita.

Aquella noche extendí el pañuelo blanco en mi ventana, consciente de que Arthur dormiría tranquilo, aunque lejos y solo.

Detrás de un gran reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora