Capítulo 23: "Suposiciones erróneas"

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Día tras día, podía sentir la pesadez de la ausencia, los días transcurrían con lentitud, la agobiaban y la impulsaban a pensar constantemente en su confidente y amigo de toda una vida: su Samy. No podía sonreír a menudo como lo hacía cuando él estaba a su lado, no dormía bien y, aunque se obligaba a digerir cada una de las comidas de las que participaba, cuando menos un nudo en su garganta le imposibilitaba el comer con normalidad.

No sólo existía un motivo para sentirse mal, todo los sucesos que habían marcado su vida en cuestión de meses se encontraban martillándole la memoria, negándole la posibilidad de un momento en calma, con su mente en blanco, sin pensar en nada. Cuando siquiera lo intentaba, la sonrisa de Sam le curvaba los labios en un gesto de la misma índole que se borraba al instante cuando intervenía en su mente el recuerdo de su esposo siendo arrastrado por aquella fiera, alzando una última vez su mano hacia ella.

Contuvo el llanto al llevarse la mano hacia su boca, tratando de evitar el dolor de alguna forma. Se aproximaba al balcón, miraba hacia las montañas, caminaba hacia su cama, se recostaba pero no había sitio capaz de hacerle olvidar el martirio por el que podría estar pasando su amado. Ese que llegó a su vida para regalarle algo de esperanza, para permitirle pensar otra cosa que no fuese infortunio para su futuro, ese que la abrazó cuando más lo necesitaba.

Las primeras veces, su timidez la incomodó cuando intentó comportarse como el resto de las chicas que veía en las ferias, en los cines, en los restaurantes a los que Samuel la llevaba. Al principio era divertido ser diferente, pero luego, cuando pudo notar la belleza de las demás muchachas comportándose y vistiéndose de manera decorosa y galante, se sintió algo intimidada. Quería no avergonzar a Sam, quería que estuviera orgulloso de ella, y aunque él le dejó en claro que la amaría así se la pasara disfrazada de dinosaurio todos los días, ella quiso cambiar. Se esforzó por estudiar una carrera administrativa, demostrar que sus capacidades no estaban limitadas, superar su piromanía... en fin, llevar una vida normal. Una como la que ideó cuando era apenas una niña.

Después de un tiempo, se despreocupó de lo que pudiesen pensar los demás, dejó de fijarse en lo que tan bien o que tan mal iban vestidas las otras jóvenes de su edad, continuó con su vida y sólo a partir de ese momento pudo entender que no importaba si tenía las mejores prendas o los más cultos modales, lo que realmente importaba era lo que había dentro del corazón.

«Y tu corazón está desbordado de cosas bellas, mi vida» —recordó vívidamente la voz de Sam decirle tan hermosas palabras una tarde de primavera, hacía no mucho tiempo. Su mente volvía a jugarle en contra, provocándole esas ganas tan fuertes de llorar, de querer a toda costa despertar y darse cuenta de que todo había sido un mal sueño, una pesadilla.

Pero eso no sucedería. Así lo deseara con todas sus fuerzas, la realidad era otra.

Creyó que los entrenamientos cambiarían un poco su humor, supuso que manteniendo su mente ocupada, el pensar en Sam sería un acto secundario, pero al abrir sus ojos por la mañana, era lo primero que venía a su mente; y por la noche, era en lo último que pensaba.

Poco a poco el mes fue finalizando, los días se aproximaban poco a poco a ese gran encuentro que tenía su corazón prendido de un hilo, expectante y deseoso de volver a ver ese par de ojos turquesas que inundaban su día a día de alegría, de amor, de cariño.

Estaba segura que debía confiar, ser fuerte, por él y por ella, combatir ese miedo que la invadía todo el tiempo y que le aseguraba, sin argumentos factibles, que era una persona timorata, de carácter endeble. Pero, por Sam, demostraría cuán fuerte podía llegar a ser y cuánto valor podía llegar a adquirir para defender a sus seres queridos.

Athos:REDonde viven las historias. Descúbrelo ahora