De camino al aeropuerto, sentía un poco de ansiedad por ver a mis padres. Les quería y respetaba mucho. Llevaban 49 años de casados, y era de esos matrimonios únicos y especiales, de los que ya quedan pocos.
Mi padre se jubilo de correos, y mi madre trabajo como enfermera. Los dos estaban pensionados y vivían en la casa que entre los dos habían comprado, la misma casa en donde yo nací después de seis años de matrimonio. Donde nació también Mariana.
La casa aunque era vieja, mi padre se había encargado de cambiar las tuberías,una parte del techo y todo el cableado eléctrico, siempre hacía algo en la casa. Le gustaba mandarla a pintar cada año y siempre del mismo color un verde palmera como el le llamaba, era un verde claro, al cual ya todos nos habíamos acostumbrado casi de de por vida.
Cuando eramos pequeñas siempre compartimos la misma habitación con Martina, y cuando tuvimos uso de razón sobre todo yo, por ser la mayor, le pedía a mi padre si nos mandaba a pintar nuestra habitación de rosado. Mi padre aceptó sin chistar ni una palabra, y a mi madre también le gustó mucho la idea, tanto que le sugirió a mi padre si cambiaba también el color verde palmera que también ellos tenían en su habitación, con lo cual una vez más mi padre se encontraba complaciendo a las tres mujeres de la casa. Recuerdo que reía diciendo: " Ay que ver si seguimos así, voy a tener que mandar a pintar toda la casa y de diferentes colores".
Luego y a medida que fuimos creciendo mi padre tuvo la brillante idea de hacer una ampliación en la casa, y mando a construir otra habitación. Y así fue como después de muchos años de compartir el mismo espacio con Martina, nos separamos cada una con distinta habitación.
Como era de suponer Martina escogió la nueva habitación, a mi me pareció bien, me gustaba que ella fuera feliz y si eso la hacía feliz yo también lo estaba. Mi madre en cambio, quiso proponer una especie de sorteó, para ver quién de las dos se quedaba con la nueva habitación, y yo le dije "No hace falta, mamá a mi me gusta mi habitación y no quiero cambiarme".
Mi madre me dijo, en serio Alice o ¿quieres otra vez complacer a Martina? No mamá no es eso, de verdad que me gusta mi cuarto. Ella torció la boca como siempre, haciendo una mueca, como si no creyera lo que acababa de oír.
Mi padre era un hombre ejemplar, nunca le vimos borracho ni mucho menos hablando mal a mi madre. Nunca ninguno de los dos nos dio un mal ejemplo o algo que nos pudiera sentir avergonzadas de ellos, todo lo contrario a ellos yo los admiraba mucho.
En las navidades o en alguna ocasión especial, como el matrimonio de Martina ellos bebían pero no mucho, mi padre no pasaba de las tres copas de vino, mi madre en cambio, sí bebía un poco más pero soló un poco. El día del matrimonio de Martina fue el día que vi a mi madre más contenta por el efecto de la champagna, ese día quiso bailar con Mark el cual accedió, complacido, mi madre no estaba haciendo el ridículo, en ningún momento pero si no hubiera sido por las copas que bebió, jamás se hubiera atrevido a sacar a bailar a Mark.
Cuando mi padre nos llevaba a cenar a un restaurante porque alguno de nosotros cumplía años, a veces mi madre se atrevía a beber un ron con cocacola. Ella pedía limón aparte y se lo comía todo, hasta la cáscara. Mientras todos nosotros la miramos con cara de uichhchhhh. Mi madre siempre nos decía que pasa porque me mirais así, y Martina le decía, no se como te puedes comer un limón. Y sin hacer gestos. Que horrible!!! Mi madre ignoraba ese tipo de comentarios, simplemente hacía como que nunca escucho. Ojalá cuando yo tenga tu edad no me de por comer limón como a ti mamá, continuaba Martina. Ya basta Martina, decía mi padre, tampoco es tan díficil comer limón y acto seguido cogía un trozo de limón y se lo metía a la boca intentando no hacer gestos, pero no podía, nosotras empezando por mi madre empezamos a reír a carcajadas.
Creo que mi padre hacía eso, porque cuando nosotras reíamos, el era feliz, y prefería hacer el tonto a veces con tal de vernos así. Hasta intentar comerse un limón. Y muchas cosas más de las que a veces me acuerdo.
Recuerdo que había sido feliz muy feliz y que yo no lo sabía, hasta ahora que con añoro recordaba esa época, ahora que yo era tan infeliz.
Mi madre lo respetaba y lo adoraba con locura.
Siempre que llegaba a la casa, ¿decía donde están las princesas de la casa? Martina y yo cuando eramos pequeñas salíamos corriendo a recibirlo. El nos cargaba a cada una en un brazo y cuando crecimos decía que era una pena que el se estaba haciendo viejo y no podía cargarnos a las dos. Que cosas dices papá, decía Martina ¿no te parece que nosotras estamos también muy grandes para esas cosas? Martina podías dejar a mi padre ser feliz con esos recuerdos, decía eso mientras me acercaba a mi padre, abrazándole. El reaccionaba dándome un beso en la frente.
La espera en el aeropuerto se me estaba haciendo eterna. Me acerque a ver la pantalla de información acerca de los vuelos y pude leer que el vuelo en el que venían mis padres justo en ese momento estaba aterrizando.
Mi corazón latía fuerte, que dicha volver a verlos, quisiera sentarme con ellos en la playa a hablar de esos recuerdos, que tenía en mi corazón y que después de tantos años me parecían como si hubiesen sido ayer. Noté como una lágrima corría por mi mejilla, oh no ahora no. Ese día me había puesto un poco de maquillaje en la cara, quería que ellos me vieran como siempre me habían visto, y no con ese rostro pálido y ojeroso como muchas veces yo lucía.
Sentía nostalgia por el pasado, y daba gracias por lo afortunada que había sido, y por tener a mis padres aún con vida.
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NO HAY MAL QUE DURE CIEN AÑOS [sin editar]
General FictionEl desamor y un negocio que no va bien, es lo único que une a esta pareja. Se encuentran en una zona de confort. Uno de los dos deberá salir y romper con ese ciclo. Es vital encontrar una solución justa y equitativa para los dos. Pero el destino...