Todos los días era la misma rutina. Me despertaba muchas veces antes de que la alarma de mi teléfono vibrará, nunca dejaba el sonido activado, y desde hacía mucho tiempo que me despertaba antes de sentir el zumbido a modo de despertador. Inmediatamente me paraba de la cama, iba al baño, me duchaba y envuelta en la toalla me dirigía hasta la cocina a encender la cafetera. A veces cambiaba y preparaba té porque notaba que me hacía sentir un poco más despierta y un pelin acelerada. El café me gustaba descafeinado pero también compraba café normal, y uno que otro día me arriesgaba a tomar dos o tres tazas, para espabilarme en condiciones. A veces acompañaba el café con un par de tostadas que cubría generosamente con mermelada de fresa o piña. Luego me vestía en el salón donde la noche anterior y antes de irme a dormir, había dejado mi uniforme de camarera. Sería bueno tener un baño un poco más espacioso, pensaba. Era tan pequeño, y poco funcional. El lavamanos casi encima del water, era estilo miniatura, parecía de juguete, por su dimensión era apto para un baño de niños y de los pequeños. La ducha también era pequeña y tenía una ventana que por fortuna dejaba salir rápidamente todo el vapor que dejaba al ducharme con el agua más caliente que podía aguantar.
No sé que estaría pensando el que diseño este apartamento, porque hizo esa terraza tan innecesaria de grande y un baño tan jodidamente incómodo. Esa era mi reflexión del baño antes de que irremediablemente me acostumbrará a ese reducido espacio.
Acostumbraba a ducharme mientras escuchaba música, eso me alegraba el comienzo del día. Pero hacía mucho tiempo que de esa costumbre no quedaba nada. Ahora ya no tarareaba, el coro de mis canciones favoritas, había perdido el disfrute por escuchar música.
Cuando Mario se metía al baño, rápido iba a hacer la cama. Cada uno tenía diferente manta y a mi me tocaba también doblar y guardar la suya. No quería de ninguna manera estar presente cuando el regresará a vestirse, no quería ver nunca más su cuerpo desnudo. Luego de vestirse, el se preparaba su desayuno y después caminabamos hasta el restaurante cada uno en solitario.
Mi vida era monótona, patética y muy aburrida,
Estaba agobiada, vivía con Mario y mi situación con él y nuestra convivencia asemejaba más una relación entre hermanos de esos que se pelean todo del tiempo y por todo, mejor dicho vivíamos como perros y gatos. Nada comparado con lo que cierto tiempo atrás habíamos vivido. Todavía quedaban lazos por decirlo así, que nos mantenían unidos, un negocio en común que se iba hundiendo de prisa y sin freno al igual que nosotros. Y el apartamento donde a pesar de que no era de nuestra propiedad no era fácil movernos de allí, sencillamente porque ninguno de los dos tenía dinero con que irse a otro sitio. Nuestro trato se había reducido a una que otra conversación sin importancia acerca de algún pedido en el restaurante. Nada más.
La pasión había desaparecido y actuábamos como si no importará. Eramos dos desconocidos, respirando el mismo aire tenso y putrefacto de una no relación acabada por la rutina, el cansancio y el desamor. Simplemente el amor se había ido lejos, se había cansado también de nosotros. Prefírio marcharse en silencio y sin decir adiós. A mi en el fondo eso no me dolía, mis sentimientos de amor hacía Mario eran cero, había dejado de quererlo de forma irreversible. No podía encontrar en mi interior amor hacia él, sus actitudes en los últimos tiempos y su pachorra me desesperaban. Al punto que hacía todo lo posible por no mirarlo. Resultaba incomodo respirar el mismo aire, estar con el casi 24 horas al día se había convertido en algo tóxico y agobiante. Y aunque sería incapaz de desearle nada malo, quería que mi situación y mi vida cambiará. Sabía que el no sentía nada por mí, también de eso me había dado cuenta por sus actitudes con relación al modo de vida que cargabamos a cuestas que era bastante pesado y estresante.
Dormíamos en la misma cama, porque era la única que había , aunque no teníamos ningún tipo de contacto o roce, de tener por lo menos otra habitación yo ya me hubiera movido con ropa y todo. El mismo apartamento que había sido testigo de largas conversaciones hasta casi el amanecer, a veces con un par de botellas de buen vino y a veces sin nada más que el disfrute de nuestra mutua compañía. Ahora también era testigo de silencios prolongados, y a no ser por la Tv que siempre permanecía encendida cuando estábamos allí cualquiera podría asegurar que nadie habitaba ese apartamento, de la calle Montréal.
En un principio pensamos que casarnos, sería una buena idea, desde niña siempre soñé con casarme, imaginaba mi boda cual princesa, imaginaba mi vestido largo, en un blanco inmaculado, con una larga cola, podía oler el aroma de los tulipanes en mi bouquet. Mi padre me llevaría de su brazo hasta el altar, donde estaría mi principe impaciente esperando por mi. Mi corazón latía muy fuerte y era imposible no emocionarme cuando pensaba en ese momento. Podía imaginar incluso esquivando un poco entre risas, los granos de arroz a la salida de la iglesia. Veía a mi primo Rahul el más alegre ( y corto de estatura pero no de espiritu) de la familia, lo veía con sus manos repletas de arroz, dando saltos entre la multitud para lanzarme más arroz de la cuenta.
Ahora a mis 43 años ya no hay espacio para esa clase de sueños. Ya no me acordaba de eso. Ahora tenía los pies sobre la tierra, y muchas cosas por las cuales preocuparme. Mucho tiempo atrás había aterrizado de un vuelo chárter de las nubes hasta la tierra, y todas esas las fantasías por las cuales un día suspire, poco a poco se habían desvanecido. Los sueños nunca mueren pero si pueden cambiar con el tiempo y las circunstancias, a eso le llamo destino. Yo era el fiel ejemplo de mi teoría.
Los planes de boda con Mario, fueron sólo eso nada más, y poco a poco sin darnos cuenta quedaron reducidos al olvido.
No hay mal que por bien no venga me repetía. Agradecía que no tuviera que hacer frente a un divorcio y todo lo que eso significa por la experiencia a veces traumatica y otras liberadoras de gente que conocía y que ya habían pasado por eso. En mi caso seguro sería liberadora, en el de Mario no lo sé. Pienso que igual, pero el problema radicaba en que yo sabía muy bien que el no lo aceptaría, de buena manera. Estabamos en una zona de confort. Todos los días le daba vuelta al asunto pero de allí no salía nada. Tenía que ser yo la que diera el primer paso, pero no sabía como.
Nos enfocamos en sacar adelante un negocio, que últimamente y a duras penas nos daba para pagar los gastos, el seguía empeñado por seguir haciendo las cosas de la misma manera que antes. Yo quería renovar, quería intentar cosas nuevas. Mario seguía diciendo y engañándose a si mismo que su comida era la mejor. Bueno no era del todo mala, hasta ahora nadie ha muerto! le decía sin animo de ofender pero él siempre lo tomaba por el lado menos amable. Con el paso del tiempo lo veía más lento, a veces daba la impresión que le costará esfuerzo moverse. La pasión que un día lo llevo a dedicarse al digno oficio de Chef había quedado atrás. No veía motivación en su cara, tampoco en los platos que cocinaba. Estaba quemado, y no lo quería reconocer.
ESTÁS LEYENDO
NO HAY MAL QUE DURE CIEN AÑOS [sin editar]
Fiction généraleEl desamor y un negocio que no va bien, es lo único que une a esta pareja. Se encuentran en una zona de confort. Uno de los dos deberá salir y romper con ese ciclo. Es vital encontrar una solución justa y equitativa para los dos. Pero el destino...