Hiro Hamada no llegó a ser el héroe que pudo haber sido, y Miguel Rivera no volvió a casa antes del amanecer. Un par de muchachos que no se conocieron en vida, se encuentran devastados por su pasado y para dejar de ahogarse en él tendrán que firmar...
Desde la noche anterior se dijo así mismo que nada de lo de ayer fué algo real, se convenció de que talvez estaba dormido o que simplemente se olvidará y ya. Pero no, no podia salirsele de la cabeza todo ese asunto, por eso...
Hiro estaba jugando Kokkuri-san en el piso, otra vez.
- Si existe un tal "más allá"... ¡Quiero hablar con mi hermano! - Exijía en vez de preguntarle al espiritu shintoista frente a él.
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Estaba jugando, pero esta vez era diferente. Estaba frente a frente con aquel espiritu. Se sentía tan irreal.
El más joven no podía verlo, pero con el seño fruncido por tal ofensa de exigir lo que quiera a un espiritu tan poderoso como ella, se puso a pensar. Ya le ha perdonado varias ofensas a aquel mocoso, pero pronto se las cobraría.
- ... - Aquel ente podía dejarlo hablar con su hermano así sin más pero... Tenía ganas de jugar. - ...Bien. Pero, quiero que hagamos un trato...- Con su mano izquierda, saca una moneda y se la muestra al joven - Ayudame con esto si deseas hablar con tu familiar.
Mira confuso la moneda - ¿Qué debo hacer con ella?
- Solo no la gastes durante todo el tiempo que dure el trato.
- Y ¿sobre qué es el trato? No tiene nada que ver con vender mi alma... ¿Verdad?
- ... - Un muy leve gruñido se escapó de los labios de aquella enmascarada. Otra ofensa, ¿porqué siempre salen con eso de vender sus almas? Ni que fueran tan puras o valgan algo para ella.- No. Verás, le debo un favor a la muerte y no puedo arreglarlo sola, necesito la ayuda de un mortal.
- ¿Osea yo? - la fémina frente a él asiente en aprobación. - ¿y... que debo hacer?
- Antes de darte instrucciones, te pondré en contexto... - La mujer apunta con su pálida mano hacía un extremo del cuarto de Hiro, donde antes se encontraba una computadora moderna ahora había otra pero más antigua y deteriorada, donde empezaron a aparecer imágenes que para el chico no tenían ni el mínimo sentido. Y la mujer empezó a narrar:
La muerte se encariñó con una familia en especial, la familia Rivera.
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