Los primeros besos fueron inseguros. Después de todo, nada era seguro en general. Solo era probar, jugar a juntar sus labios porque ninguno de los dos lo había hecho antes y algunos intentos habían acabado haciéndoles chocarse de manera dolorosa.
Los primeros besos eran inseguros, sí, pero quizás eran los más preciados. Ambos acababan sonrojados, porque no estaban acostumbrados y porque no sabían cómo etiquetar los sentimientos que afloraban en su interior.
Pero les gustaba la sensación. Eso era todo lo que podían afirmar.
Les gustaba estar en la habitación de uno, tan solo besándose o acariciándose. Les gustaba el contacto electrizante que se producía cuando sus manos se juntaban, el escalofrío que les recorría cuando sus labios se tocaban.
Era jugar a lo desconocido, pero ellos se arriesgaban.
Porque era emocionante, era hechizante, algo mágico. Ninguno de los dos sabía bien qué tenían los labios del otro como para extrañarlos incluso en sueños.
Quizá era lo que llamaban «la magia del primer amor», aunque no se pudiera definir aquel sentimiento como amor en sí mismo.
Era más un tipo de atracción fatal que no sabían bien a qué les llevaría, pero se dejarían arrastrar por los sentimientos que les producían los besos y las caricias, los abrazos y las sonrisas.
Pasó un par de semanas, y los besos ya eran más expertos. Sabían por lo menos lo básico para no hacerse daño mientras se besaban, y conocían los gustos del otro. Se adaptaban, aprendían como niños que recién empiezan a caminar.
Aunque al principio era algo como muy desesperado, ahora era más bien moderado, pero con la misma pasión y entrega.
Sabían que no podrían estar todo el tiempo juntos por mucho que quisieran, pero eso no les impedía rescatar algunos momentos del día para estarlo, ya fuera en alguna de las aulas vacías o en misteriosas desapariciones de los dos en los recreos.
Nadie les podría reprochar nada puesto que, por muy aspirantes a héroes que fueran, seguían siendo adolescentes.
Dos meses pasaron de esa manera, aunque las situaciones de estar juntos cada vez se complicaban más con los entrenamientos. Sin embargo, la suerte pareció sonreírles cuando les tocó habitaciones contiguas.
Hicieron copias de las llaves del otro, así podrían entrar cuando quisieran. Bakugou pasaba la mayor parte de la tarde en la habitación de Kirishima, y Kirishima solía colarse en la de Bakugou cuando el insomnio le atacaba, que solían ser bastantes veces últimamente.
Bueno, Bakugou no podía culparlo, porque sabía lo preocupado que había estado con todo el tema de su secuestro. Y aunque le recibía con un «¿otra vez, idiota?», sabía que no podría decirle nada cuando le abrazase y se durmiese, con su respiración acompasada a la suya.
Lo que Kirishima no sabía, porque Bakugou moriría antes de decirlo, era que, cuando el pelirrojo tenía pesadillas, él le daba un beso en la frente y con eso lograba calmarle. Kirishima no sabía muy bien la razón por la cual sus pesadillas sólo se iban cuando estaba con Bakugou —quizá porque estaban relacionadas con él, de una fatal manera—, pero tampoco era que le intrigase mucho.
Con que se fueran aquellas imágenes fuera de su cabeza, le servía.
Le servía con que él estuviera a su lado, abrazándole más dormido que despierto cuando entraba en su habitación a las tantas de la mañana. Le valía con que Bakugou le despertase con un vaso de agua fría pero luego pudiera darle un beso como compensación.
O dos. O tres. O hasta que los dos vieran que el reloj había girado demasiado y que ambos debían separarse porque debían cumplir sus tareas.
Los mejores días eran los que no tenían más que hacer que quedarse en una de las habitaciones, jugando a los videojuegos, entre besos y piques, o simplemente cada uno haciendo una cosa en compañía del otro.
No había muchos de esos días. De hecho, casi ninguno. Por eso, intentaban disfrutar al máximo aquellas veces que podían hacerlo.
Así el tiempo transcurría, y antes de que pudiesen darse cuenta, ya se había cumplido un año de aquel primer beso inseguro, aquel que se habían dado en una habitación oscura, con la única luz proviniendo de la televisión, con el juego en pausa.
—¿Un año ya? —arqueó una ceja Bakugou, y Kirishima asintió sonriente—. ¿Te he soportado un año? Increíble.
—¡Oye!
Ambos rieron. Contra todo pronóstico, habían estado juntos un año completo. Con altibajos, pero juntos.
Quizá la mejor manera de celebrarlo fuera un beso más.
Por los demás que todavía faltaban.
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30 Days: Kiribaku short stories
FanfictionUn mes da para mucho, y los estudiantes de la UA nunca tienen tiempo de relajarse, Kirishima y Bakugou no son la excepción. Porque cada día contiene una historia que merece ser contada. ¿Os animáis a leerlas?