Doing something ridiculous.

3.8K 621 24
                                    

Kirishima estaba bastante preocupado.

Si bien era cierto de que Bakugou no había cambiado demasiado su carácter desde que le castigaron con el encierro, aún así le preocupaba. Midoriya ya había salido, y Kirishima sabía la enemistad que ambos se cargaban, sobre todo por parte del rubio.

No quería ni pensar qué estaría sintiendo sabiendo que Deku estaba fuera mientras él seguía encerrado.

Cuando por fin le levantaron el castigo, Kirishima se sintió más aliviado, pero la preocupación no se desvaneció por completo. Menos al ver que, en busca de recuperar el tiempo perdido, apenas descansaba.

Llevaba así unos cuantos días, y no hacía caso de los consejos que le daban. Si continuaba así, seguramente llegaría a oídos del profesor Aizawa y lo castigaría de nuevo para que descansase.

Así que Kirishima prácticamente lo obligó a salir para despejarse y no pensar tanto en entrenar y entrenar y entrenar.

Sin embargo, Bakugou no parecía muy feliz con todo eso.

—Oye, idiota, que tengo que...

—Ya basta de entrenar —dijo Kirishima, sin aflojar el agarre que tenía en la muñeca de Bakugou—. Si no te relajas, te va a dar algo.

Pocas veces el pelirrojo se ponía serio, pero eso salía del límite de su paciencia. No soportaba verle asi, casi matándose a sí mismo de esa manera.

Bakugou siguió quejándose pero pareció entender que no serviría para nada. Kirishima estaba determinado a hacer que olvidase el entrenamiento por lo menos un día.

El centro comercial, con su sala repleta de videojuegos, parecía ser el mejor lugar para conseguirlo. Y de hecho, lo hizo en parte, porque no pararon de jugar hasta que los dedos les dejaron casi de responder, entrada la noche.

Fue entonces cuando decidieron que podían ir regresando a casa... Cuando algo captó la atención de Kirishima.

Era una cabina de fotos normal y corriente, de la cual salía una pareja entre risas y cogían la hilera de fotos que les había salido.

—¡Bakugou, vamos!

Le tomó de la mano y prácticamente le arrastró junto a él hacía la cabina. Bakugou arqueó una ceja al ver sus intenciones.

—¿Pretendes hacer la tontería esa de poner caras en las fotos? ¿Quién te crees que soy, un payaso?

—¡No seas amargado!

Le metió en la máquina e insertó el dinero. La pantalla en frente empezó la cuenta atrás para empezar a tomar las diez fotografías con efectos variados.

En la primera se podía ver a un Bakugou con orejas de gato queriendo matar a un sonriente Kirishima, que tenía unas orejas de perrito. Luego, un Kirishima distorsinado miraba a la cámara mientras Bakugou suspiraba. En la tercera, Kirishima forzaba a Bakugou a sonreír tirando de sus mejillas, con un efecto de blanco y negro. En la siguiente, Bakugou pareció resignarse y empezó a hacer caras raras en todas las restantes.

Cuando las diez se tomaron, los dos salieron riéndose. En cuanto miraron las fotografías, se rieron aún más.

—Esto es lo más ridículo que he hecho en mi vida.

—¡Pero te has divertido!

Bakugou rodó los ojos mientras miraba una en la que ambos tenían orejas de panda y estaban gritando a la cámara.

—Jura que esto lo vamos a tirar.

—¿Qué? ¡No! Es de recuerdo. ¡No puedes tirarlo!

Kirishima le arrebató las fotografías que estaban en manos del rubio y las abrazó para sí, en un intento de protegerlas.

—Kirishima dame eso.

—¡Nope! —sonrió, y echó a correr.

Se adentró en un parque cercano, y Bakugou corrió tras él. Cuando lo alcanzó, tuvo que tirarse sobre él para pararle. Mal hecho, porque había una pequeña colina y bajaron por ella rodando, manchándose de césped y barro, debido a que había llovido.

Cuando consiguieron frenar, estaban hechos un desastre andante, con suciedad por todas partes. Ambos se miraron y rieron al ver al otro.

—¡Estás horrible! —dijeron en sincronía.

Quizá no fuera una salida que se pudiera tildar de perfecta. Más bien, Kirishima diría que había sido un divertido desastre y Bakugou la definiría como una ridiculez.

Pero a ambos le encantaban hacer esas cosas tontas como hacer caras raras en una máquina de fotos o mancharse de barro como niños de cuatro años.

Porque eran ridiculeces que hacían juntos, y entonces el mundo ya no era mundo.

Solo eran ellos dos.

30 Days: Kiribaku short storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora