Making up afterwards

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—Así que... —Aizawa le miró con sus penetrantes ojos oscuros—. Quieres cambiar de academia.

—Sí —metió las manos en los bolsillos, apartando la mirada.

—¿Tus motivos?

—¿Acaso tengo que darlos?

—Sí —afirmó, y el rubio suspiró.

—Asuntos personales.

—¿Más específico?

—No.

Aizawa suspiró y dejó los papeles encima de la mesa. Bakugou sintió su mirada clavándose en él.

—Aunque no me lo quieres decir, sé lo que te pasa —afirmó—. Piénsatelo mejor.

—Ya lo he pensado demasiado —gruñó.

—Tú y yo sabemos que no es verdad, Bakugou —apoyó los codos sobre la mesa—. Actúas así solo por Kirishima. Por lo que le ha pasado. Estás actuando movido por los sentimientos en caliente —estiró el cuello para relajarlo.

—¡No es...!

—Tres días —Bakugou vio los dedos de la mano izquierda de Aizawa con el ceño fruncido—. Si en tres días sigues pensando lo mismo, te daré la documentación que necesitas y la recomendación.

Bakugou le miró fijamente, pero Aizawa no se inmutó. Cabreado, pateó el suelo y salió de la sala, cerrando de un portazo.

¿Tres días? Suspiró. No sabía cuándo le darían el alta a Kirishima, pero seguro que no sería tan pronto. El nivel de sus heridas le tendrían, como mínimo, una semana en el hospital.

Miró las ventanas del pasillo. El sol empezaba a ocultarse, pero aún así, no podía simplemente quedarse en su habitación mientras veía los días correr. Tenía que hacer algo, o acabaría muriéndose en la espera.

Todo lo que podía hacer, era correr.

Mientras más se alejaba de la residencia, más alivio sentía, pero era directamente proporcional a su tristeza.

Sabía que debía alejarse de Kirishima. Porque no le podía traer nada bueno, no podía permitir que, algún día, llegase a morir en su intento de rescatarle, por salvarle.

Solo le traería problemas.

Esa era la teoría, pero la práctica era tan diferente...

Tanto, que dolía. No quería alejarse de él. No quería, simplemente, dejarle atrás. No sabía bien cómo pretendía sobrellevar los días sin sus risas y sus tonterías, sin sus ojos brillantes y alegres, sin su sonrisa, esa que era tan fácil provocarle, como darle un caramelo a un niño.

Pero prefería que estuvieran a kilómetros de distancia antes de tener que asistir a su funeral. No podía permitir que nada le pasase, no si podía evitarlo. Y la mejor manera de hacerlo era alejándose de él.

Pero mientras más lo pensaba, más dolía. Dolía en todo su cuerpo, en sus piernas, sus pulmones, sus costillas, debido a la carrera.

Lo que más dolía, sin embargo, era su corazón.

Cuando sus piernas no daban para más, y la noche había caído en la ciudad, decidió volver a la residencia. Lo hizo a paso lento, caminando mientras veía las estrellas y asumiendo que no volvería a verle.

Por el bien de Kirishima, no debía volver a verle nunca más.

Para cuando regresó, pasada la medianoche e ignorando claramente el toque de queda, notó que todos estaban ya dormidos. No le sorprendió dada la hora, y se dirigió a su habitación.

30 Days: Kiribaku short storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora