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Los días libres no eran los días favoritos de Kirishima.

Hacía calor. Demasiado como para salir a correr, así que se quedaba en su habitación encerrado. Podría darle algunos golpes al saco de boxeo, pero ya lo había hecho e, igualmente, seguía haciendo demasiado calor. Y además, tenía sus guantes bastante desgastados.

Así que decidió hacer lo que Kirishima Eijiro hacía cuando se aburría.

—¡Bakugou! ¡Abre! —dijo, golpeando la puerta—. ¡Vamos, sé que estás ahí!

La puerta se abrió de mala gana, dejando ver a un rubio medio dormido y muy malhumorado.

—¿Qué quieres, jodido pelo pincho?

—Cuánto amor.

Pasó por su lado como Pedro por su casa, y se acostó en la cama, dejando que el aire del ventilador le diese de lleno.

—¡Gran idea lo del ventilador! ¡Te lo voy a copiar!

—Algunos pensamos —bufó mientras cerraba la puerta.

—¿Tienes planes para hoy? —dijo mientras cerraba los ojos.

—Sí. Dormir. Ahora, fuera de mi cama.

—¡Oh, muy aburrido! —Abrió los ojos y se fijó en las gastadas zapatillas de correr que Bakugou tenía en un armario—. Oye, esas zapatillas están gastadas no, lo siguiente.

—Ya lo sé, me tengo que comprar otras —dijo mientras tomaba asiento en su propia cama.

—¡Ya sé! —Kirishima se sentó de golpe, haciendo que Bakugou se hiciese levemente a un lado—. ¡Vamos de compras!

—¿Perdona?

—Yo necesito unos guantes de boxeo, tú unas zapatillas. No tenemos nada que hacer. ¡Vamos!

—¿Quién te ha dicho que yo...? ¡Suéltame! ¡Oye que no he dicho que sí!

Kirishima acabó de ponerle la segunda zapatilla que estaba en el suelo y tiró de él antes de que se negase más.

Bakugou estuvo quejándose y gritándole todo el camino, pero a Kirishima no parecía importarle. Le arrastró fuera de la residencia sin mayor dificultad, porque nadie se atrevía a detenerles.

—¿Eres idiota? ¿Y qué si no traigo dinero? —regañó.

—¡Yo llevo la cartera! ¡Si quieres te lo pago y luego me lo devuelves!

Bakugou gruñó y sacó la cartera del bolsillo del pantalón. Todos solían llevarla encima por el tema de documentación, carnet de la UA, y derivados.

—Paso de devolverte más pasta.

Se adelantó a la parada del autobús, seguido por un sonriente Kirishima.

—¡Yo nunca dije que me lo devolvieras! —Le alcanzó, poniendo una mano sobre su hombro—. De hecho, no me enteré de cómo lo supiste.

—Deku lo estaba flipando con lo caras que eran y no dejaba de murmurar. He pasado media maldita vida estando con él en la misma clase, he aprendido a descifrar lo que dice.

—¡Eso es increíble! Yo nunca sé qué demonios dice.

Llegaron a la parada y miraron el tiempo de espera, que era de un par de minutos. Bakugou siguió quejándose de que le había sacado de la cama, y encima le había puesto los zapatos del revés. Kirishima rió mientras Bakugou se sacaba los zapatos y se los cambiaba de pie para que encajasen.

—No te creas, es una maldición —gruñó mientras subía al autobús y pagaba el pasaje.

Kirishima le imitó, mirándole con una ceja arqueada.

—Pues míralo como que, si entiendes eso, podrás entender cualquier cosa.

Ambos tomaron asiento juntos en los primeros dos sitios libres que encontraron y siguieron charlando de irrelevancias hasta llegar al centro comercial que estaba cercano a la UA. Las puertas automáticas del lugar se abrieron y un fuerte viento les golpeó el rostro. Kirishima extendió los brazos y cerró los ojos, disfrutando la sensación.

—Maravilloso. ¡Por fin, aire! Deberíamos plantearnos seriamente ponerlo en las habitaciones.

—Creo que el bicolor lo hizo. No estoy seguro.

—Todoroki siempre piensa en todo, no me sorprendería —rió el pelirrojo, mirándole—. Si se puso un tatami, me lo espero todo.

Ambos rondaron las tiendas buscando las especializadas en deporte, pero resultaba que habían entrado por la parte de restauración, así que tuvieron que bajar las escaleras mecánicas para llegar a las tiendas.

—¡Mira, Bakugou! ¡Cómo mola!

Señaló una máquina que creaba collares estilo militar con el grabado que quisieras. Kirishima se animó, porque esas cosas siempre le habían gustado, y grabó su nombre de héroe y su fecha de nacimiento. Se quedó un momento pensando, dado que el espacio le daba para más, y Bakugou decidió sentarse en una de las sillas que daban masajes automáticos, pero sin meter el dinero.

—¡Ya está! ¿Quieres que te haga uno?

—Paso. ¿Qué vas a hacer? ¿Colgártelo como collar?

Se había comprado el pack entero, que venía con opción de collar, pulsera o llavero. Por tanto, tenía muchas posibilidades.

—Seguramente lo ponga en las llaves. ¿Seguro que no quieres uno?

El rubio rodó los ojos, pero introdujo el dinero y puso básicamente lo mismo que Kirishima. Acabó por comprar el modo de solo colgante y se lo puso.

—¿Contento?

—Te pega mucho con tu estilo —rió.

Bakugou rodó los ojos y se dejó arrastrar por diferentes tiendas que Kirishima veía, donde la ropa era sobre dinosaurios —porque el pelirrojo era fan de Jurassic Park— y héroes de Marvel —Iron Man era su infancia—. Bakugou de vez en cuando veía alguna de calaveras o de grupos de rock que le gustaban.

Acabaron con dos bolsas cada uno cuando llegaron a la tienda de deportes que tenía unos guantes de boxeo que a Kirishima le flipaban. Bakugou ya se había comprado unas zapatillas, así que seguramente esa fuera su última compra antes de ir a comer algo y volver a la residencia.

—¿Qué te parecen? ¿A qué molan?

Hizo algunos cuantos movimientos para probar la ligereza y le encantaba, se veía en su mirada. Bakugou dobló una pierna encima de la otra, observando desde el aseinto acolchado que había, y asintió con una leve sonrisa.

Hacer feliz a Kirishima era algo tan simple como ir un día a un centro comercial para comprarle un par de guantes.

—¡Me los voy a llevar! —dijo animado, pero luego vio su cartera e hizo una mueca—. Vaya. No creo que me alcance para comer...

Miró los guantes con pena, porque había prometido a Bakugou que irían a uno de sus restaurantes favoritos. El rubio suspiró y se levantó, cogiendo las bolsas y mirando a la salida.

—Te dije que no te gastases tanto —recordó—. Yo te invito a la comida, cómpralos. Te espero fuera.

Vio de reojo la mirada ilusionada de Kirishima. El pelirrojo se lanzó a abrazarle por detrás y le sonrió con tanta alegría que parecía brillar.

—¡Muchas gracias! ¡Prometo que te lo devolveré!

—¿Quién te ha dicho que lo devuelvas, idiota? ¡Quita, que pesas!

Kirishima le dio un beso en la mejilla que logró subir los colores a Bakugou y luego corrió a comprar los guantes, como si nada hubiese pasado. Bakugou dio media vuelta para mirarle, pero ya había huído, escondiéndose entre los estantes.

Sonrió.

Era un idiota.

30 Days: Kiribaku short storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora