Doing something hot

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Cuando cerró la puerta, soltó todo el aire que no sabía que estaba conteniendo hasta entonces.

Al fin en casa.

Dejó las llaves en el recibidor y se deshizo el nudo de la corbata para luego sacarse la chaqueta, dejándola sobre la primera silla que vio. No se sorprendió al ver al pelirrojo sentado en el sofá, entretenido con una serie mientras comía patatas de una bolsa. Después de todo, parecía haber hecho un pacto con el diablo para tener tiempo de hacer todo en veinticuatro horas.

Básicamente, se desplomó a su lado, agotado de tantas cosas en el día.

—¡Has llegado! —saludó alegre, despegando la mirada de la serie que estaba viendo para sonreír al rubio—. No te he escuchado llegar.

—Normal, estás absorto en esa serie —suspiró—. ¿Cuántos capítulos tiene?

—Nueve, pero lo estoy viendo de nuevo con Kaoru —rió—. Por cierto, ¿qué ha pasado esta tarde?

El rubio arqueó una ceja, confuso.

—¿A qué te refieres?

—Eso pensé —Eijiro suspiró mientras comía otra patata—. ¿No recuerdas algo que tenías que hacer hoy por la tarde y que no has hecho?.

El otro lo pensó, frunciendo el ceño en su intento de recordar.

—¡Mierda, es verdad! —casi saltó del sofá—. ¡No recordé que es viernes!

—No me digas —rió, rodando los ojos—. Afortunadamente, yo sí me acordé y sabía que te olvidarías.

—¿Entonces fuiste tú a por ella?

—Si te parece. ¿Qué crees, que sigue en el colegio esperándote? —preguntó irónico, con una sonrisa resignada.

—De verdad que ni siquiera lo recordé —suspiró, y acarició el cabello del pelirrojo, que se había deslizado hasta su hombro—. ¿Está muy enfadada?

—Un poquito. Se parece a ti, después de todo, pero ya se le pasará —se encogió de hombros—. Dijo que le habías prometido llevarla a tomar un helado, y claro, al final lo hice yo. Pero estaba ilusionada de ir contigo.

El rubio hizo una mueca y miró al pasillo que daba a las habitaciones, planteándose levantarse e ir. Sin embargo, el pelirrojo se anticipó.

—Está dormida. Ha jugado hoy un buen partido de fútbol, estaba agotada —bostezó—. Pero te quiso esperar.

—Tú también deberías estar durmiendo en vez de esperarme hasta tan tarde.

—No hace falta que me des las gracias. Y yo también te quiero.

Hizo un puchero, dejando la bolsa de patatas sobre el suelo y cruzándose de brazos.

—Encima de que lo digo por ti —bufó—. No sé cómo te soporto.

—¿Perdona? ¡Eso debería decirlo yo! —rió irónicamente—. ¿Te recuerdo quién fue el que se olvidó de recoger a Kaoru?

—¡Solo ha sido hoy!

—Ya. Y el lunes pasado. Y el viernes anterior. Y eso que yo la recojo tres días, que si no...

—Vale, vale, ¡pero es porque tú tienes tiempo para todo! No sé cómo cojones lo haces.

—Se llama organización. Deberías aprender esa palabra.

—Pero cómo organizas que un maldito villano decida atracar un banco mientras estás intentando ir a recoger a tu hija.

—Pues lo detienes y corres a por la niña. Y sobre todo, contestas el teléfono, que para algo lo tienes.

—¿El...? Ah, es cierto —sacó de su bolsillo el móvil, que le anunció diez llamadas perdidas—. ¿Diez? ¿En serio?

—No sabía si ibas a ir o no y, aunque no lo creas, yo también estaba ocupado —le cogió el cuello de la camisa que el rubio llevaba y le acercó a él—. Y, encima que te espero hasta las tantas, no tengo nada de recompensa. Eres un muy mal esposo.

Katsuki rió y cedió ante las exigencias del pelirrojo, y ambos se fundieron en un beso que no tardó en convertirse en uno pasional, con la televisión apagándose ante la falta de atención que ambos le daban.

—¿Sabías que estás muy guapo con traje? —dijo el pelirrojo, mientras desabotonaba ya el segundo botón—. Deberías ponértelo más a menudo.

—Es lo más incómodo del mundo ahora mismo —gruñó, agradeciendo el hecho de que a Eijiro le diese por dormir siempre sin camiseta.

—¿Qué te ha pasado ahí? —dijo preocupado el pelirrojo, viendo la cicatriz que tenía en el pecho y que parecía ser reciente.

—Ah, no es nada. Me lo hice al salvar al gilipollas que se dedicaba a hacer fotografía en un jodido campo de batalla —hizo una mueca al recordarlo—. Pero ahora mismo es el que menos me importa.

El rubio vio la sonrisa divertida de su esposo, quién cruzó los brazos detrás de su cuello para acercarle más a él.

—Me gustaría que hicieses como en nuestra boda y me lleves en brazos. Ya sabes, como compensación por esperarte.

—Pesas mucho, idiota.

—No tienes elección —se encogió de hombros.

Era cierto, no tenía elección. Porque el pelirrojo siempre había sabido cómo convencerle, como hacer que cumpliera todos sus caprichos sin rechistar cuando mandaría a cualquier otro a la mierda.

Un par de pestañeos de esos ojos y una sonrisita, y ya tenía el trabajo hecho.

—En menuda desgracia me he metido —suspiró, levantándose con él en brazos.

Ambos reían mientras se dirigían a la habitación, entre besos y algunas caricias que iban por debajo de la poca ropa que les quedaba.

Sin embargo, no llegaron más allá de la puerta rosa que se abrió con una niña de pelo negro y ojos rojizos saliendo de ella, medio dormida. Se despertó por completo al verlos a ambos, sorprendida.

—¿Qué estáis haciendo? —su expresión se arrugó, mostrando inconformidad—. Se supone que debéis estar durmiendo, no jugando a las princesas.

Ambos se miraron con estupefacción mientras la niña iba a la cocina a por un vaso de leche. Volvió por las mismas, con una taza roja en la mano.

—Ala, buenas noches.

Cerró la puerta, y ambos estallaron en risas.

—¡Es igualita a ti! —rió el pelirrojo.

—¿Qué dices? ¿Tú la has visto? Pues así eres tú recién despierto.

—¡Eh, eso no es cierto!

Ambos siguieron riendo mientras llegaban a la habitación que compartían, aún recordando las palabras de su hija.

Aunque era verdad que deberían dormir, la noche era muy joven.

Y tenían mucho por aprovechar.

Fin.

30 Days: Kiribaku short storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora