Arguing

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Kirishima por lo usual solía ser una persona pacífica. Los de 1-A podían contar con una mano las veces en las que el pelirrojo se había mostrado realmente enfadado. Era muy, muy raro.

Por el contrario, Bakugou era de explotar a la mínima. Y cuando realmente se enfurecía, Kirishima parecía ser la única persona en la Tierra capaz de ponerle un alto y calmarle.

Quizá por eso se llevaban tan bien, porque Bakugou no era una persona fácil, pero Kirishima sabía tomarse todo con humor y quitar hierro al asunto con suma habilidad, y de manera inconsciente.

Todo estaba bien en ese equilibrio. 

Excepto cuando el equilibrio se rompía.

Entonces, todo era un desastre.

Midoriya lo supo desde el momento en el que vio a su amigo de la infancia con una mirada extraña en sus ojos, serio pero impaciente. La puerta de la habitación de Kirishima estaba bajo su atenta mirada, casi absorto en la madera. Sus manos sobre sus rodillas se cerraban con tal fuerza, que sería capaz de mandar a volar al primero que pasase con solo rozarlo.

La paciencia nunca ha sido una de las virtudes de Bakugou Katsuki, y Deku lo sabía bastante bien. Sin embargo, normalmente habría tirado la puerta abajo con una explosión en vez de esa intranquila espera, con tal tensión que se podría cortar con un cuchillo.

En cuanto el doctor salió de la habitación del pelirrojo y anunció que ya podía recibir visitas, Bakugou fue el primero en levantarse. Sin embargo, Midoriya se interpuso en su camino casi de manera suicida.

No sabía lo que Kacchan planeaba, pero no podía ser nada bueno.

—Aparta, Deku —ordenó, con una voz que en nada se parecía a la que de costumbre hubiese usado para apartarle.

Ni siquiera había hecho alusión a su poder, lo que era más preocupante aún.

—Kacchan, sé que todo lo que ha pasado ha sido duro, pero...

—No tengo nada contra ti ahora mismo, Deku. Esfúmate.

—Kirishima-kun está débil aún, Kacchan. Piensa...

La paciencia de Bakugou se agotó y le hizo a un lado de un solo golpe. Midoriya cayó, haciendo una mueca ante el dolor.

Suspiró mientras le veía entrar, consciente de que no podría detener lo que fuese a pasar, fuera lo que fuese.

—Bakugou —sonrió Kirishima al verle, alegre—. ¿Cómo estás? ¡Esta vez ha sido duro! Si tan solo... ¿Bakugou? ¿Te pasa algo? —frunció el ceño, preocupado.

Midoriya, al ver a Kirishima, entendió lo que pensaba Bakugou. Y es que el pelirrojo estaba hecho un Cristo. Los vendajes cubrían gran parte de su cuerpo, aún por debajo de la bata de hospital se podían adivinar más. Su rostro estaba con múltiples parches y magulladuras, más bien, quemaduras. Todo él estaba conectado a una máquina con múltiples vías.

Pese a su sonrisa que pretendía tranquilizar a los demás, sobre todo a Bakugou, se notaba el dolor que debía estar sufriendo.

Midoriya lo entendió. Quizá porque había sido amigo del rubio desde que tenía memoria. Y también entendió que no podía meterse en esos asuntos, así que, con un suspiro, se alejó de la habitación.

—¡Eres un idiota!

Tras tensos segundos en completo silencio, Bakugou agarró a Kirishima por la bata que llevaba, levantándolo unos centímetros de la camilla.

El pelirrojo hizo una mueca de dolor ante el movimiento, pero Bakugou no pareció arrepentirse. De hecho, solo aumentó su furia.

—¡No se te ocurra volver a hacer eso, idiota! ¡Nunca más se te ocurra!

30 Days: Kiribaku short storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora