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-Terminé.-Anunció Alexander, sonriéndo mientras estiraba sus manos. Edward Stevens, sentado a su lado, le dedicó una mirada llena de desaprobación.

-¿Qué acabás de terminar?

Ambos se encontraban sentados en la cama de Alexander. Todavía le parecía raro pasar tanto tiempo en ese lugar, ya que no acostumbraba a usarlo. Contenía demasiados recuerdos, todos muy valiosos, de la gente que tenía un lugar en el corazón de Alexander. Y el caribeño sentía que estaba arruinándo la armonía del lugar al estar ahí dentro.

Sin embargo, Edward no lo había dejado dormir en su estudio, tal y como planeaba hacer. Y, aunque siempre quedaba la opción de dormir en un cuarto de invitados, había algo que retenía a Alexander en ese cuarto, algo que lo invitaba a quedarse en él para siempre.

Alexander tenía miedo...No solo eso, estaba aterrado.

Su madre y él habían estado enfermos, sufriéndo por días, hacían muchos, muchos años. Sin embargo, aquella traumante experiencia se había quedado grabada en su mente para siempre, recordándole como no había sido capaz de hacer nada mientras su madre moría a su lado.

Cada vez que se enfermaba, no podía evitar pensar sobre eso. Qué tan inútil se había sentido. Qué aterrado estaba de morir.

Pero, a la vez, cuánto deseaba hacerlo.

La habitación estaba llena de recuerdos de la gente que Alexander apreciaba; su madre, John, Eliza, Lafayette, y sus amigos. Recuerdos de los momentos en los cuales Alexander había sido feliz. Si iba morir en algún lado, tenía que ser en su habitación, rodeado de momentos bonitos y de la escencia de la gente a la que quería.

-Una carta.-Sonríe, contándo el dinero a su lado antes de meterlo en el sobre, junto a la carta.

El doctor frunce el ceño.-¿Para quién y por qué?

-Esta es para Lafayette. Ya terminé la de Washington, la tuya y la de Mulligan.

-¿Y para qué son esas cartas?

Alexander depositó la carta junto a las otras, y tomó otra hoja de papel para empezar a escribir otra carta.

-Por si me muero.

El mayor rodó los ojos.-Siempre hacés lo mismo. Siempre. No te vas a morir ahora, aceptálo. Mirate, en estos dos días mejoraste muchísimo. En unos pocos días vas a estar como nuevo.

-Aún así, por las dudas...

Vivir sabiendo que, en cualquier momento, podría morir lo hacía querer estar siempre preparado. Preparaba cartas con dinero para sus seres queridos, por más que ellos no lo necesitaran. De esta manera, Alexander podía dormir tranquilo.

-No lo vas a necesitar. ¿Para quién va a ser esa carta, la cuál nunca va a ser enviada, que estás por escribir?

Hamilton mordió su labio. Sabía que la respuesta que iba a dar no iba a tener una buena reacción de parte del hombre al que casi consideraba un hermano.

-Para mi papá.

Como se lo esperaba, el doctor bufó.-Alexander, no deberías dedicarle una carta a él. Sabés que solo te usa por tu dinero y éxito.

-No, estás equivocado. Me ama, solo que es un amor  difícil de ver y comprender para otras personas.

Incluso si el resto del mundo tuviera razón, y su padre realmente lo estaba usando por su dinero, a Alexander no le importaba.

Al menos lo usaba para algo.

Era conciente de la existencia y éxito de su hijo. Le prestaba atención...A veces, pero lo hacía. Cada carta suya hacía emocionar a Alexander, lo hacía saltar de alegría. Lo hacía sentirse un hijo, una sensación que la enfermedad y las deudas le habían arrebatado de pequeño.

Dependencia ||  Jamilton.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora