XXXVIII (pt. 1)

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(capítulo sin editar. disculpen los errores)

El sol acariciaba su rostro con sus suaves rayos. Los pájaros cantaban bellas melodías, y las plantas hacían del paisaje una preciosa obra de arte.

-¡Señor Jefferson!

Estiró su brazo y tomó una brillante y roja manzana. Sintió su superficie, suave, perfecta. Entraba perfectamente en su mano y, al golpearla, no escuchó aquel feo ruido hueco. La manzana perfecta.

-Mnm.

Al morderla, sintió la explosión de frescura y sabor en su boca, y cerró los ojos, disfrutando de aquella sensación que tanto le recordaba a la libertad

-¡Jefferson!

De pronto, la manzana desapareció de sus manos, y Thomas se dió cuenta de que nunca existió.

Abrió los ojos y gruñó ante la brillante claridad que llegó a encandilarlo. En cuestión de segundos, su visión se acostumbró a la luz, y Thomas deseó no haber visto nada.

Se encontró con una gran cantidad de pares de ojos observándolo.

Y con el ofendido rostro de John Adams.

Conforme los momentos de incómodo silencio pasaban, el furioso arder en las mejillas de Thomas solo se intensificaba. La realización no tardó en golpearlo fuertemente en su ardiente rostro.

Se había quedado dormido, en medio de una reunión.

Y todos se habían dado cuenta.

Podía sentir la dura y fría mirada del Presidente clavándose en su sien, pero Thomas se encontraba demasiado aterrorizado para mirarlo. El mundo se había silenciado mientras todas las acusadoras miradas se clavaban sobre él, y Thomas solo quiso que la tierra se abriera y lo tragara. Su mano derecha tomó con fuerza a su mano izquierda, la cuál había comenzado a temblar, y sintió una gotita de sudor deslizarse lentamente, metiéndose dentro de su camisa.

Mientras, por dentro, se encontraba buscándo alguna excusa, alguna milagrosa solución que lo salvara de aquella embarazosa situación, por fuera se encontraba resistiendo la furiosa mirada de Adams, quien parecía estar listo para comerlo vivo. El resto de sus compañeros solo observaban la situación, expectantes, como si fueran buitres esperando pacientemente la muerte de su próxima cena.

Thomas Jefferson no era la persona más religiosa del mundo, pero en ese momento, estaba a un pelo de ponerse de rodillas y rezar para que la tierra se abriera, lo partiera un rayo, o algo por el estilo.

Sin embargo, su salvación no fue tan épica, pero no le faltó inusualidad ni efectividad. El silencio se vió completamente destruído por unas fuertes e infantiles carcajadas. Las risas se asemejaban a aquellas de un niño travieso que estaba a punto de hacer una maldad. Cruel, aterradora, pero no imponente.

La tensión se quebró, y gran parte del Gabinete soltó un suspiro de exasperación mientras dirigían su atención hacia la persona que se encontraba riéndo aniñadamente.

Adams dejó de apuñalar a Jeffeson con la mirada, frunciéndo aún más el ceño mientras miraba acusadoramente al hombre que se reía, como si aquellas carcajadas lo molestaran aún más que el hecho de que alguien se había dormido mientras hablaba.

Thomas dejó de ser el vergonzoso centro de atención y, por más que no sabía si Alexander lo había hecho a propósito o no, estaba muy agradecido con su salvador.

-¿Qué le resulta tan gracioso, señor Hamilton?-Casi gruñó el vice-Presidente, su rostro ligeramente colorado, consecuencia de la furia que parecía estar sintiéndo.

Dependencia ||  Jamilton.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora