XXXVI (pt. 1)

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¡Atención! Esta es la primera parte del capítulo 36. La segunda parte será publicada el próximo sábado (o dentro de dos semanas.)

Es un capítulo largo, así que, por favor, tomense descansos durante la lectura. Salgan a dar una vuelta, tomen un vaso de agua, o algo, pero descansen la vista.

El formato puede ser un poco raro porque usé un programa de escritura diferente al que usualmente uso. El capítulo está sin editar.

Capítulo dedicado a Adri porque me pasó stickers y ahora me siento moderna usándolos.

Disfruten.








Definitivamente, Alexander Hamilton se encontraba demasiado silencioso. 

Ambos hombres se encontraban caminando por las frías y oscuras calles que tantas sorpresas podían ocultar entre sus sombras. Sorpresas que podían ser inofensivas, como Hercules Mulligan, o peligrosas, como "Aedo".

En cualquier caso, Jefferson ya no se fiaba ni un solo pelo de ellas.

Miró de reojo a Alexander, quien caminaba a su lado, curiosamente del lado donde la oscuridad más exitosamente lo ocultaba. El menor se encontraba con la cabeza baja, una de sus manos presionándo fuertemente un lado de su nariz y de su labio, intentándo detener el sangrado.

Probablemente, su silencio y su elección de dejarse cubrir por las sombras se debía a eso.

Se encontraban dirigiéndose a la casa de Alexander. Thomas había insistido en que quería hacerse cargo de las heridas del menor, ya que sentía que eran su responsabilidad.

Después de todo, Alexander salió herido por defenderlo, cuando Thomas debería haberse defendido a sí mismo en vez de quedarse helado observándo la situación. Además, tampoco pensaba dejarlo caminar por aquellas calles solo estándo herido.

La casa del caribeño quedaba muchísimo más cerca de la oficina que la de Thomas, por lo que llegaron en menos de diez minutos. Alexander tomó sus llaves y abrió la puerta, siempre utilizando una sola mano ya que la otra se encontraba haciéndo presión en la herida.

Peggy los recibió dando saltitos de felicidad, intentándo derribar a Alexander para lamerle la cara. La escena le hubiera dado risa a Thomas de no ser porque se encontraba preocupado por Alexander, y quería ocuparse de él lo antes posible.

-¿Tenés algún botiquín?

-En la sala de estar, segundo cajón del armario que tiene el juego de té de porcelana.-Hamilton ni siquiera lo miró al hablar, demasiado concentrado en acariciar a Peggy con su mano libre. Thomas asintió y se dirigió a la sala de estar, ya conociéndo la ubicación de varias habitaciones básicas, como serían la cocina, la sala de estar, el comedor y la habitación de Alexander.

La voz del caribeño se había escuchando tan distante como su expresión, y Thomas entendió que, definitivamente, había algo que andaba mal.

Llegó a la sala de estar y comenzó a buscar el botiquín en el cajón que Alexander le había indicado. Finalmente, sus manos se encontraron con una caja de madera del tanaño de ambas manos del sureño. Al sacarla y abrirla, comprobó que se trataba del botiquín.

Volvió a cerrarlo y salió de la sala de estar, asumiéndo que Alexander probablemente seguía en la entrada junto a Peggy. Mientras caminaba, comenzó a pensar en qué podría haberlo puesto así, tan...raro. Quizás se debía a la aparición de Aedo, lo cuál podría haberlo perturbado. Después de todo, Thomas le había gritado que ese hombre podría intentar atacarlo, para luego decirle que aquello era poco probable, y luego ese mismo hombre había aparecido.

Dependencia ||  Jamilton.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora