XXXV

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Sin dar tiempo de nada me apure en bajar con prisa, como si de ello dependiera de mi vida... Baje los escalones saltando tres peldaños a la vez hasta que aterrice en tierra firme de un enorme salto... esperé unos minutos a que tocaran a la puerta, con el corazón latiendo a mil latidos por hora, pero ante el nulo movimiento del otro lado la abrí de un golpe y ahí bajo en porche estaba Louis alegre, sonriente y con aquella bella y hermosa sonrisa que hacía un juego perfecto con sus intensos ojos azul cielo, que me miraban fijamente... si parpadear.

Le miré unos eternos instantes para contemplar en sus ojos que todo estaba perdonado... que todo lo dicho estaba olvidado... Y justo cuando en ellos encontré lo que más deseaba le tomé de la mano y lo hice entrar de un movimiento al interior de la casa y sin más mis labios buscaron los suyos con desesperación, locos de volver a sentirlos... de volver a catar ese delicioso sabor que tenía su boca y que indudablemente era mi perdición y por lo cual mataría sin lugar a dudas...

Volver a saber que era mío, volver a sentir su piel friccionarse contra la mía era mi mayor regalo... ahora ya no cometería más errores, ya no volvería a fallar, ya no me dejaría llevar por estúpidos remordimientos que no llevan a nada bueno... lo amaría intensamente, lo mantendría a mí lado hasta que él decidiera que ya no fuera así, ahora le tomaría en cuenta... y no me apartaría de él de ninguna manera... ya había aprendido cuan necesario era para subsistir, cuan importante había llegado a ser en mi vida...

A cada segundo que pasaba las caricias que nuestro cuerpos se propinaban se elevaban de tono... los besos subían a cada segundo de intensidad, mientras nuestras manos tentaban cada parte de nuestro cuerpo en una carrera contra del reloj, en un poderoso frenesí que parecía no tener fin, al menos no, sino satisfacíamos lo que nuestros cuerpos demandaban e imploraban  a voz en cuello... 

Sin saber cómo mi ropa y la de él fueron a parar sobre el piso alfombrado, donde después de un largo rato le hicimos compañía entre besos, caricias y suaves gemidos que inundaban el lugar placenteramente, como las mejor de las mezclas que se tienen en este mundo...

Su lengua recorrió el lóbulo mi oreja, para después deslizarse por la base de mi cuello, por mi espalda que se curvó al simple contacto... por mis glúteos que ya estaban ansiosos de su siguiente movimiento que ya no parecía tan lejano... Cubrió la piel de mi cuerpo con una capa acuosa... fiel muestra de que le pertenecía de pies a cabeza y que era suyo y de nadie más... tal y cómo él era mío... de mí propiedad...

Después murmuró palabras ininteligibles, gemidos incontrolables cerca de mi oído que lejos de bajar los ánimos me animaron e hicieron que implorara que ejecutara su siguiente movimiento...

Colocó la punta de su miembro en la hendidura de mi trasero listo para profanar mis entrañas, a lo más profundo de mi ser... donde estaba seguro que le recibirían con complacencia y unas enormes ganas que sólo él y nadie más podía saciar...

Cuando mi interior recibió completamente aquella férrea columna esperó paciente a sentir cada centímetro de mi cuerpo oprimiendo su miembro de roca, sintiendo la calidez que mis entrañas despedían como si estuvieran al rojo vivo, abrasándolo con una ferocidad  sorprendente... Después comenzó un lento movimiento... un suave vaivén que iba y venía lentamente... sintiendo cómo  entraba y salía de mi cuerpo quedamente, sintiendo cómo mi cuerpo oprimía su miembro en un vano intento de retenerlo, de que se quedara en mi interior que estaba disfrutando de lo lindo su invasión...

Su boca buscó la base de mi cuello y le besó con desesperación, con una locura incontrolable que no podía y no quería contener... hasta que por  fin, después de un largo y casi eterno momento en la tan prometida gloria estallamos juntos cómo las almas gemelas que éramos...

El Otro Rostro de la Vida ➳ l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora