"¡Buenos días, princesa!
¡He soñado toda la noche contigo!
Íbamos al cine y tú llevabas aquel vestido rosa
que me gusta tanto.
¡Sólo pienso en ti, princesa!
¡Pienso siempre en ti!"
La vida es Bella
Roberto Benigni.
C A P I T U L O 8
Que fascinante me resultan siempre los imanes. Solo con pasarlos por algún metal, corren hasta pegarse a este, sin preguntar cómo ni porque, el imán corre hasta apresar el metal. Sin tener en cuenta como de roto esta ese imán, o ese metal. Se necesitan, se juntan, se absorben hasta que forman una sola cosa que cuesta bastante de separar.
Cerré mis ojos, abrí mi boca y me tiré sin pensarlo sobre sus brazos. Esos brazos musculosos que tantas veces me habían apresado, abrazado. Como pude tiré de él y lo metí dentro de casa, bien es cierto que fuera hacía un frío más propio de la Laponia norte.
No dije nada, él tampoco. Ninguno de los dos lo esperábamos, habría tiempo, solo nos miramos y nos lanzamos. Empezamos a besarnos ferozmente como una pareja que llevaba mucho tiempo sin sentirse, como si estuviese mal aquello que estábamos haciendo, como si fuera prohibido. En un impulso me cogió por mis axilas y me subió hasta descansar en sus caderas, al mismo tiempo que íbamos chocando con todos los muebles que íbamos encontrando a nuestro paso, destrozando todo aquello que pisaban sus pies, nuestros pies.
Entre besos algún que otro quejido, algunos por dolor de los golpes por culpa del desorden que tenía por casa y otros muchos por placer, por sentir de nuevo esa sensación, esa boca que había quedado en stand by demasiado tiempo. Nuestras lenguas se apresaban tan ansiosas que algunas de las veces que nos separábamos para poder respirar salían desbocadas de su cueva queriendo volver a entrar, chupándonos toda la cara. En un momento encontró una pared y me apretó a ella, es entonces cuando empezó a manosear mis pechos, a besar y chupetear mi cuello, mis orejas. Decidí deshacerme del jersey, su jersey, aquel que tantas veces me había servido como pañuelo las noches de lágrimas, dejando al aire mis pechos perfectamente sujetos por un sujetador blanco de encaje en los tirantes, gruñó y noté como sin tener el fuego encendido, el ambiente se estaba calentando.
Como pude bajé de sus caderas y lo arrastré hasta el piso de arriba, después de caer dos veces intentando subir las escaleras con él a cuestas besando mi espalda y apretándome fuerte contra su cuerpo que intentaba decirme que algo estaba listo para salir porque lo sentía rozando mis posaderas cada vez que lo hacía.
Le empujé hasta la cama dejándolo tumbado boca arriba y me acomodé de nuevo sentada sobre sus caderas y empecé a coger el control de la situación, aunque él intentara levantarse más de un par de veces, aunque me apretara fuerte hacia él llegándome a marcar hasta sus dedos en mis brazos. Estaba fuera de sí, sus pupilas estaban más que dilatadas y no dejaban de mirar mis movimientos sin perderlos de vista. Fuera camiseta, volvió a gruñir, pero empecé mi rutina de besos y lametazos hasta llegar a la puerta de su bosque encantado, allí donde alguien quería darme la bienvenida después de deshacerme por fin de su pantalón.
Sin saber cómo, tras un forcejeo, me tumbó quedando yo ahora boca arriba y me arrancó, literalmente las mallas que llevaba antes de que él viniera. Al ver el escueto tanga a conjunto con el sujetador mojado por completo sonrió y decidió quitármelo esta vez con cuidado, para entrar por fin en materia. Empezó besando la parte interna de mis muslos, dándome pequeños mordiscos que tanto me gustaban. Después empezó a besar y masajear mi clítoris haciéndome estremecerme del gusto agarrándome fuerte a las sábanas, menos mal que son de buena calidad, pensé. Y empezó a penetrarme con sus dedos. Empezó flojo pero yo le pedía más, mucho más. Se lo suplicaba y a él le gustaba que suplicara en ese momento, porque siempre me hacía lo mismo, pero después de dos suplicas avivaba el ritmo, al igual que en esta ocasión dejando caer sus gotas de sudor por mi vientre. Sus besos, me acompañaban siempre. Era lo que más me gustaba de tener sexo con él, siempre pendiente, siempre me sentía dulce aunque fuera lo más bruto, así hasta hacerme llegar a tocar el cielo. Mis piernas intentaban cerrarse, no las podía controlar. Grité, vaya si grité, todo lo que los vecinos no me habían escuchado durante el tiempo que llevaba viviendo aquí.
ESTÁS LEYENDO
·· d e s p e r t a r ··
Lãng mạnDicen que si la vida te da limones... hay que hacer limonada... de eso se trata, no de lo buena que esté la limonada, de si los limones eran bueno o estaban pochos... se trata de la limonada como algo general, de saber hacerla, de recomponerte, de v...
