c a p i t u l o 1

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"Con el tiempo te das cuenta que lo mejor no era el futuro,

sino el momento que estabas viviendo en ese único instante"

El Principito.

C A P I T U L O 1

Aitana, escuchaba mi nombre a lo lejos. Una luz me avisaba del camino que debía recorrer, que tenía que volver, aunque no podía. Mis ojos pesaban demasiado, estaban como pegados. El sentimiento de pesadez se extendía por el resto de mi cuerpo. Mis piernas inertes, no se podían mover al igual que mis manos. Solo mis labios. Intentando pronunciar palabras, palabras que se quedaban en sonidos sin poder a llegar a formar nada. ¿Por qué? ¿Porque acabar así? ¿Por qué darme por vencida ahora? No era el momento, al menos, no era mi momento. Había muchas cosas que me quedaban por vivir, muchas cosas que me quedaban por decir... por decir, sí, había muchas cosas que tenía que decir.

- Ahora, parece que abre los ojos – pronunció un señor vestido con bata blanca que me apuntaba con una linterna. – Aitana – tragué saliva. ¡Que boca más seca tenía! - ¿Sabes dónde estás? – negué con la cabeza aunque observando a mi alrededor me pude hacer una idea. – Estas en el hospital. ¿Sabes que ha pasado?

- Luis – pronuncié buscándolo con mi mirada – necesito... tengo.... Luis

- Aitana, ¿Sabes que ha pasado? Te has desmayado, has perdido el conocimiento en mitad del concierto y te han traído aquí inconsciente. – me explicaba sin perder de vista mis ojos.

- ¿Dónde está Luis? – pregunté de nuevo.

- ¿Luis es el chico de la perilla? ¿El que te trajo? Están ahí fuera, Luis y tus padres, tranquila. Pero antes tenemos que hablar de algunas cosas. ¿Sabes quién eres, cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes?

- Me llamo Aitana Ocaña Morales y tengo 23 años recién cumplidos.

- Perfecto ¿Qué ha pasado? ¿Te sentías mal antes del concierto?

- Llevo muchas semanas sintiéndome mal. Demasiado trabajo, imagino. Pero no puedo parar, no ahora en mitad de la gira.

- Aitana, a veces tenemos que parar. ¡Estás muy delgada! ¿Problemas alimenticios? – insistió el doctor.

- ¡No!, pero tengo que admitir que como cuando puedo – miré como lo escribía todo en su informe - ¿Podría no poner eso en el informe? Solo me pasa cuando estoy de gira, de normal como fenomenal.

- Es el protocolo – dijo arqueando sus cejas. Resoplé. De su bolsillo un teléfono móvil empezó a sonar - ¿Si? Buenas noches Doctor Méndez, sí, estoy yo con ella. No, no nos ha dicho nada. Está bien, esperaré a que usted llegue. – y colgó sin dejar de mirarme como si fuera un bicho raro. – Era tu médico, viene de camino. Al parecer has tenido suerte y está en la ciudad, hay algunas pruebas que quiere hacerte. Esperaremos a que llegue, mientras voy a avisar a tu familia de que estás consciente. De momento no van a poder entrar, esperaremos unas horas.

- Doctor, - llamé su atención – necesito ver a Luis, tengo que contarle algo.

- Tranquila, hay tiempo de sobra. Estamos en un hospital y de aquí no te vas a mover al menos en un par de días.

Me recosté en aquella cama, si era cierto que iba a estar tiempo allí quería encontrar la postura más cómoda. Un momento, pensé ¿y mi móvil? Podría mandarle un mensaje a Luis. Revisé la mesilla y los cajones pero ni rastro. Al final el doctor iba a tener razón y nuestro encuentro iba a tener que esperar. De nuevo me recliné, hundí mi cabeza en aquellos cojines blandos como las nubes, flexioné mis piernas y observé los cuadrados del techo. Sin darme cuenta, pose mis manos acariciando mi tripa, era la primera vez que lo hacía. Tenía miedo y esperaba lo peor.

·· d e s p e r t a r ··Donde viven las historias. Descúbrelo ahora