c a p i t u l o 21

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"Es imparable,

y su única arma es su sonrisa"

David Sant.

C A P I T U L O 21

Cambiar a veces está bien, a veces es necesario y la realidad es que me estaba ahogando entre el bullicio de Madrid.

Y un día desperté y me di cuenta de que no quería eso para mi hija.

A veces, muchas veces, he sido egoísta. He pecado de pensar siempre en mí. Siempre. Cuando no estaba bien, después de cada golpe del destino... cuando la ansiedad atormentaba mi flacucho cuerpo, cuando un corte de pelo y renovar el armario no era suficiente.

Y ahora, era feliz. Me levantaba cada mañana sonriendo y dando gracias por lo bien que me encontraba, por lo feliz que era cuando al girarme, aún acostada, les veía a mi lado. Luis siempre con su boca medio abierta y enroscándola a ella, ella que llegó un día por sorpresa a nuestra vida para ponerla patas arriba, para cambiarla para siempre... y siempre a mejor.

Y aquella mañana lo vi claro, después de que mi móvil no dejara de sonar. Deprisa apagué su sonido y colgué aquel número desconocido para muchos pero demasiado conocido para mí. Y puede que la no respuesta por mi parte, fuera lo que le hiciera, al interlocutor, cambiar de estrategia y probar suerte con él.

Mierda, pensé, pero ya era demasiado tarde, ya no había vuelta atrás ni me dejaron seguir disfrutando de aquella increíble estaba de la que disfrutaba todas las mañanas-

- ¿Sí? – respondió un somnoliento Luis. – Si está aquí conmigo – mirándome fijamente y después volverse a nuestra hija que empezaba a desperezarse al notarse libre de los brazos de su padre. – Hablaré con ella pero ya sabes cómo es de cabezona – me sonrió y después colgó.

- Mami – pronunció Celia viniendo hacía mí.

- Mi amor – la apresé entre mis brazos y comencé a besar cada milímetro de su cara. – mi princesa preciosa. ¿Quieres desayunar? – ella sonreía al sentir las cosquillas que le producían mis besos en su cuello. – Aupa, vamos – cogiéndola en brazos y desapareciendo de esa habitación con vistas dejando a un sorprendido Luis.

Ourense, esa ciudad que me encandiló en cuanto puse un pie en ella. El lugar que le vio nacer y crecer a él y donde habíamos decidido que creciera ella, al menos de momento.

Aquella decisión me supuso una pelea enorme con mis padres. Demasiados kilómetros, demasiado frío, demasiado apartados del mundo, demasiados demasiados. Para él todo silencios, "sabes que no quiero meterme en esas cosas" me confesó él, "Yo te acompañaré hasta el fin del mundo si es lo que quieres" y es lo que quería.

Quería prados verdes. Atardeceres en los parques tranquilos. Calles adoquinadas y vecinos que se preocupaban más por ti que tu propia familia.

Nos mudamos al origen de la persona que más quería y había querido en mi vida. No me valió ningún impedimento por parte de los míos y por parte de los de él, no hubo nada. Se limitaban a sonreír y a hacernos la vida más fácil. No hubo opiniones, solo buen hacer y yo no podía estar más tranquila. No necesitaba a nadie opinando solo a gente a mi alrededor que me abrazara después de las incesantes rabietas de Celia y buenos consejos a la hora de sobrellevar la situación porque como dice siempre Encarna; no es lo mismo enderezar un niño desde siempre que tenerlo que enderezar cuando su tallo empieza a crecer.

A petición de Luis, la única que escuché, nos aclimataron la antigua casa de sus abuelos. Una preciosa casa que hacía esquina con muros de piedras cuadradas y un grandioso jardín trasero.

·· d e s p e r t a r ··Donde viven las historias. Descúbrelo ahora