c a p i t u l o 15

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"Que alguien te conozca en tus peores momentos

y no se asuste ni se aleje, sino que elija estar contigo,

es una demostración de amor hermosa.

Porque estando bien, cualquiera se queda"

C A P I T U L O 15

Soledad.

Aun andando por Sol y entando rodeada de gente, me sentía sola. Esa sensación de estar andando hacía la nada, sin escuchar nada, sin sentir nada, solo a tus pies golpear fuerte contra el suelo con cada pisada que das.

Dolor.

Por lo perdido, por lo que tenías y ahora lloras. Por sentir demasiado, por sentir tan poco. Por querer trepar una colina y acabar con las manos llenas de ampollas. Me quedo aquí.

Vacío.

No queda nada. Después de aquello no me quedaba nada dentro. No recordaba nada, solo quedaban las huellas que lo que un día estuvo y ahora no y que poco a poco se iban borrando.

Culpabilidad.

Por haber tenido algo que ver aunque todo el mundo me decía lo contrario. Era la tercera vez, debía de estar acostumbrada. Supongo que en el fondo mi corazón pensaba que no lo iba a lograr, pero estaba tan cerca de la meta. Malditas deportivas que no me dejaron correr hasta la línea de meta.

No me dejaron alzarme con la copa, aunque yo me conformaba con un bronce o solo con ser una más del pelotón. No quería champagne ni vitoreo cuando llegara el momento. No quería grandes fiestas ni largas enhorabuenas porque en el fondo no las merecía. Yo solo quería llegar...

Me sentía tan sola desde entonces. Mis días eran oscuros. El sol solo entraba por los cuadros que le dejaban las persianas. Mi pelo se caía a trompicones por lo que decidí cortarlo por encima de mis hombros, rápido e indoloro.

Mi cuerpo poco a poco volvía a la normalidad para dejar de recordarme que en aquel vientre un día lleve vida. Una vida que golpeaba fuerte queriendo salir y que llegamos tarde... puede que ahí dentro no se estuviera todo lo confortable que nos hacen creer, puede que no le gustara mi vientre por dentro. Puede que sea demasiado pequeño para engendrar vida o al menos llevarla a la meta. Puede... puede tantas cosas que no tienen explicación porque ni siquiera Pedro las encontró.

Mi casa estaba triste también. Los platos se aglutinaban en el fregadero. Los ceniceros rebosaban llenos de colillas que habíamos amontonado si poder llegar a la basura. La lavadora hacía días que había dejado de funcionar. Los instrumentos no sonaban, solo las puertas cerrarse tras de alguno de nosotros. Compartíamos cama pero no lecho. Compartíamos momentos pero no días. Compartimos miradas pero no expresiones. Compartíamos sonidos pero no palabras.

Me sentía sola, aun teniendo más de cien llamadas en mi teléfono móvil de gente que se preocupaba por mí sin dejar responder a ninguna de ellas. Ni caminando de la mano de Luis y apretándome tan fuerte que dejaba una de mis manos rojas. Ni tirando las cajas de bombones que llegaban cada día a mi puerta dándome ánimos para seguir.

"No podemos seguir así", me decía Luis, y tenía razón. Ya habíamos llorado su pérdida durante casi cinco meses. Él debía volver al estudio y yo debía de empezar a planteármelo o las paredes acabarían tragándome a mí. Pero no sabía cómo. Cada mañana lo intentaba pero no conseguía pasar el umbral de la puerta. No podía soportar la sensación de que la gente se apiadara de mí, que me tuvieran lástima por lo que me acababa de pasar. Los chismes, los cuchicheos que se acababan cuando yo me giraba para ver de qué estaban hablando. Era pronto para salir, al menos de momento.

·· d e s p e r t a r ··Donde viven las historias. Descúbrelo ahora